El coronavirus se impuso en la agenda pública y no fueron pocos lxs pensadorxs que se lanzaron a la esfera mediática, aprovechando la oportunidad de plasmar sus perspectivas filosóficas sobre una realidad que se impone. ¿Al fin la filosofía sale de su gueto académico para intervenir en la realidad? ¿Está sumando? En definitiva, lo que evidencia es la manía interpretativa humana; estamos en el ojo del huracán pandémico y ya son incontables los discursos que pretenden darle una conclusión a lo que está en pleno devenir. Conclusión y predicción, en tanto fueron varios los ensayos que asumieron desde el primer día una gramática oracular; ¿cómo se reinsertará la sociedad en la sociedad luego del cataclismo viral?

Sin embargo, la realidad es que pareciera que todos los caminos conducen al covid-19. Quizá no tenga sentido resistir la inevitabilidad del tema. Al fin y al cabo ¿no es esta actitud deseable, el tender a conectar la teoría a la práctica?¿No es acaso eso lo que debiera pasar siempre?

Tomemos entonces al filósofo inglés Timothy Morton, de quien la editorial Adriana Hidalgo publicó dos libros; Hiperobjetos, filosofía y ecología después del fin del mundo y Humanidad, solidaridad con los no-humanos. Tomemos sus ideas con la esperanza (lo último que se pierde ciertamente) de que nos brinde herramientas poco ortodoxas para pensar lo que acontece. Uno de los ejes fuertes de su proyecto teórico será la crítica a la manera que tenemos, nosotrxs lxs humanxs, de vincularnos con lo que nos rodea, a las jerarquías que imponemos sobre lo otro. Podríamos enmarcar su producción en la llamada Ontología Orientada a los Objetos (OOO), que se alza en oposición a la configuración heredada por la propuesta kantiana que sitúa al sujeto en el centro y a los objeto en función de éste. De acuerdo a esta lógica, se abandona la pretensión de conocer al “objeto en sí” y nos limitamos a conocerlo en función de nuestro pensamiento, estamos cómodxs vinculándonos sólo con el fenómeno. Resulta así que el objeto sólo es posible desde la perspectiva del sujeto, el primero siempre en función del segundo.

En el contexto actual, en el que un agente infeccioso microscópico pareciera estar poniendo en jaque a la civilización entera, la reflexión sobre lo no humano se manifiesta, sino necesaria, por lo menos interesante. Llama la atención lo empeñado que parece estar el discurso hegemónico en equiparar la situación a una guerra; estamos luchando contra un “enemigo invisible”, un “cobarde que no muestra la cara”, a quien hay que “ganarle”. ¿Significa esto que estamos en guerra con la mutación genética azarosa? ¡No!, humanidad, no te pongas nerviosa, no todo está, como solés creer, en función tuya, el virus no existe para atacarte, el virus simplemente existe. Las formas de vida no compiten entre sí, aunque nos cueste creerlo desde nuestro paradigma capitalista. Las formas de vida colaboran entre sí. Para Morton, las relaciones ecológicas han de responder a la idea de simbiosis; en lo “real simbiótico” todo lo existente está hasta tal punto interconectado que sería imposible determinar quién domina a quién. Para anular la supuesta radical diferencia entre lo humano y lo no humano, el autor rechaza el concepto de naturaleza, diseñado por y para el “hombre”, que no hace otra cosa más que darnos a entender que la naturaleza es algo que está más allá, distinto a nosotrxs. Hoy queda alevosamente expuesto que lo no humano no pertenecen a un lugar apartado al nuestro.

Morton galantea con el mundo del arte; no sólo se sirve de documentos culturales para visualizar aspectos de su teoría, sino que también trabajó en colaboración con arquitectos, compositores y artistas visuales, como Olafur Eliasson, Haim Steinbach o Björk. De hecho, fue en la canción de la artista islandesa Hyperballad, donde el filósofo encontró la inspiración para el término que da nombre a uno de sus libros; “hiperobjeto”. Esta noción, dentro de su filosofía, refiere a ciertas entidades viscosas, no localizables, distribuidas masivamente en tiempo y espacio, es decir, que manejan una escala sumamente mayor a la del ser humano. Estos hiperobjetos pueden ser desde un agujero negro hasta el polietileno. Son entidades viscosas en tanto que se pegan y actúan a través de otras entidades. Si tomamos el ejemplo del calentamiento global, podemos ver cómo éste se hace visible a través de un incendio forestal, una estadística o modelo que habla sobre él y lo analiza, sujetos que refieren al calentamiento global pero jamás lo agotan. Son sólo nuestros puntos de acceso al hiperobjeto puesto que no hay manera de que podamos abarcarlo en todo lo que es. Esto no significa que no sea real, por el contrario, es muy real.

¿Qué otra cosa podría ser un hiperobjeto? El coronavirus, por supuesto; tan amplio y extenso que es imposible aprehenderlo en su totalidad. Para complejizarlo todo un poco más, el coronavirus afecta a la realidad en diversos niveles y de formas contradictorias: por un lado, en el plano ecológico abundan imágenes del alivio planetario ante la retirada humana; desde animales paseándose tranquilos en las ciudades, como los lobos marinos en La Feliz (al fin se les concede habitar las calles de cuya ciudad son símbolo), los picos del Himalaya haciéndose visibles o Le Le y Ying Yang, los pandas del zoológico de Hong Kong que finalmente, con un poco de tranquilidad, se aparearon después de 10 años de convivencia. Paralelamente, las imágenes del horror y los números del horror. Esperar y desesperar. No sabemos cómo plantarnos ante él. No sabemos cómo pensarlo aunque sea forzoso hacerlo en tanto que lo ha salpicado todo.

Pero no es puro marco teórico lo que podemos tomar de Morton. En las clases virtuales que da a sus alumnos de la universidad a través de zoom -esa aplicación que hasta hace poco nadie conocía- habla con tal calidez y dulzura que lo califican como ese tipo de personas de las que unx quisiera ser amigx. No cabe duda de que no se trata de aquellos docentes que fingen demencia y pretenden atiborrar a lxs alumnxs con información como si todo siguiera con total normalidad. Admite que es una situación que nos sobrepasa, en la que hay que priorizar la tranquilidad mental. Fiel a estas convicciones, se demora una gran parte de la clase enseñando meditación, pero meditar no con el objetivo de alcanzar una Conciencia Absoluta. No, no es eso lo que necesitamos en este momento, suficiente ansiedad hay en el aire. Él enseña lo que llama “meditación estúpida”; sentarse en el sillón y desconectar el intelecto, derretirse, babear y no operar en absoluto. Al fin, termina acercándose bastante a una meditación “no estúpida”, en tanto que no se está intentando nada.

* Estudiante de la licenciatura en Artes de la UBA y editora de El Flasherito Diario -una publicacion de arte y crítica experimental en papel y digital (www.flasherito.com.ar  y @elflasherito)-, donde esta nota fue originalmente publicada.