One Step Behind the Seraphim      7 puntos

Un pas in urma serafimilor, Rumania, 2017.

Dirección y guion: Daniel Sandu.

Duración: 150 minutos.

Intérpretes: Stefan Iancu, Vlad Ivanov, Toto Dumitrescu, Cristian Bota, Iulia Alexandra Dinu

Estreno gratis: en www.cineueargentina.com

Por aquello de la muerte de Dios, un escenario ajeno al cine contemporáneo es el de cualquier institución religiosa. Salvo para poner en escena casos de abuso. Abuso de autoridad, ya que no sexual, hay en One Step Behind the Seraphim (“Un paso detrás del serafín”), una película que devuelve al espectador local el cine rumano, el de mayor interés durante la década pasada y semidesaparecido en los últimos años en Argentina. La película, que con nueve premios barrió con la premiación oficial del cine rumano de la temporada 2017, transcurre en un seminario cristiano ortodoxo, en un momento que podrían ser los años 80 (no se ven celulares ni computadoras) y recoge la experiencia que el realizador Daniel Sandu tuvo de adolescente --como también la tuvo Martin Scorsese, antes de dedicarse al cine-- en uno de esos espacios de formación religiosa. One Step Behind the Seraphim es un relato de iniciación, en el que el protagonista se inicia en el desengaño. No amoroso sino ético y moral.

Los seminaristas están lejos de ser aquí los ángeles que podría suponerse, así como detrás de la fachada las autoridades incurren con frecuencia en prácticas non sanctas. La iniciación en el nuevo orden es básicamente la misma que la de cualquier high school estadounidense: los mayores hacen bullying a los recién ingresados y se aprovechan del privilegio que les da su condición de alumnos de último año, que les permite escapar a las sanciones que deben sufrir los recién ingresados. Uno de ellos es Gabriel (Stefan Iancu), cuyos anteojitos ayudan a su estigmatización, como sucede con los “cuatro ojos” del mundo entero. No falta el racismo, que los mayores ejercen por ejemplo con un compañero de piel ligeramente más oscura que la del resto. Tanto él como Gabriel no tardarán en pasar a la condición de protegidos de los más grandes, que los prueban en algún ritual de coraje como el de tirarse de un puente al agua, y también de distracción y placer: “ratearse” para ir a jugar al billar e intentar conseguir chicas, en alguna otra salida ilegal.

La disciplina de la institución se presenta como estricta, con variadas sanciones, que incluyen expulsiones. Como suele ocurrir con los policías en los interrogatorios, hay un cura “malo”, que es el encargado de la disciplina, y uno “bueno”, el padre Iván (Vlad Ivanov, rostro frecuente en el cine rumano), pura sonrisas y complicidad. Habrá que ver si esas no son meras apariencias, tal como sugiere el título (el serafín es una clase privilegiada de ángel). La disciplina se relaja con los hijos de padres que aportan contribuciones a la caja de la institución, así como el padre Iván no duda en recurrir al castigo físico para poner en vereda a los díscolos. Tanto como la práctica de la delación, que estimula vivamente. Gabriel se adapta al medio, tal como expresa una escena en la que hace pedazos sus anteojos, mientras que en relación con la institución pasará del carácter de alumno curioso y atento al de rebelde, a partir del momento en que comienza a advertir cómo funciona larvadamente ese orden.

Con una extensión de dos horas y media (duración frecuente en el cine rumano), One Step Behind the Seraphim no se ve en la obligación de “airear” la acción, tal como eligen los realizadores claustrofóbicos, sino que con algunas excepciones (los escapes señalados) la mantiene sin problemas entre las cuatro paredes del establecimiento. No es exactamente claustrofobia la que se siente sino la certidumbre del ambiente cerrado sobre sí mismo, tal como puede serlo un regimiento. La férrea disciplina y los castigos contribuyen a la comparación. Así como esa condición estimula la comparación de un clásico del encierro y el abuso en el secundario como lo es If, de Lindsay Anderson. Aunque sin una rebelión violenta, como ocurre en ese caso. 

Como es habitual en el cine rumano, la cámara de Sandu suele preferir los planos americanos (hasta la rodilla), de modo que la atención se centre tanto en el protagonista de la escena como en quienes lo rodean. En las escenas más movidas (el coma etílico de uno de los seminaristas, por ejemplo) el realizador se permite algunos travellings cortos, así como recurre con frecuencia a movimientos casi imperceptibles del encuadre. Recurso del que el cine contemporáneo abusó hasta hace unos años, con la intención de indicar una inestabilidad o nerviosismo de los personajes. Abuso de autoridad, entonces, y abuso de un recurso ya prácticamente abandonado hoy en día.