Una pasarela de cemento improvisada en la pendiente y los zigzgags que indican el ingreso al Jardín de la Recoleta, junto al nuevo Centro de Convenciones, fue la locación con luz día  donde Juan Hernández Daels presentó su colección apodada De-Sastre. Con sonidos de David Bowie y aplausos, el viernes 17 de marzo las modelos desplazaron sus pasos sobre sandalias rigurosamente estilizadas con medias, por encima o bordeando una carpeta alfombra de metal en color oro que flameaba por los efectos del viento. Llevaron vestidos con telas plastificadas, técnicas con terminaciones que brillaban tanto como la alfombra, que a su vez dialogaba con algunos tonos y textiles de la colección y que estuvo a punto de provocar una rebelión de modelos. El material se extendió tanto a un vestido con cuello alto y falda evasée que recordó  los ensayos de Issey Miyake a faldas cortas y una cautivante campera con capucha dorada que desafió modismos deportivos del hiphop para erigirse en campera de alta costura.  

Junto a los artilugios con textiles tecnológicos se impuso un catálogo de sedas satinadas y crepes italianos aplicados a variaciones sobre el tuxedo. Según los cortes, las costuras a la vista resultantes de las puntadas bordadas por la artista  Guillermina Baiguera entre las terminaciones (en algunas ocasiones las modelos llevaron puntadas sobre la piel, emulando suturas), tomaron forma de vestidos strapless con cuello smoking o construyeron jabots en camisas de seda azul. Abundaron los abrigos cortos en paños sublimes y las geometrías en negro y blanco.  

En su manifiesto de la colección Daels hizo referencias etimológicas a los fenómenos astrológicos anormales que los antiguos romanos tomaron como presagio de grandes males. Pero lejos de sucesos infelices, la colección invernal de Daels  se refirió a variaciones sobre la sastrería. Como buen discípulo de la escuela belga de Antwerp -a la que asistió luego de estudiar diseño industrial en Buenos Aires- destacó entre los disparadores de la colección las siguientes temáticas e interrogantes: la evolución del traje, ¿cómo caería un traje sobre el cuerpo de la usuaria en un planeta con una gravedad espacial alternativa? Y más aún, se preguntó y construyó un manual de estilo referido a cómo se vestiría al traje en una nueva civilización y luego del apocalipsis. El diseñador no vaciló en exaltar las corbatas que ornamentaron sus camisas de seda, en fusionar textiles del pasado y del futuro.

El día anterior, jueves por la noche, la cancha de Atlanta vecina a la tienda JT de Villa Crespo, ofició de pasarela para la colección de Jessica Trosman que matizó paños nobles, las texturas tecnológicas hechas en el laboratorio JT con medias deportivas con los tonos de Atlanta. Si bien los pantalones holgados y con ingeniosas construcciones resumen el ADN de la marca, el disparador de la colección invernal fue consecuencia de una colaboración de Jessica con la tradicional firma de sastrería Giesso, urdida para el ciclo Fashion meets rock. En una paleta cromática del azul al gris, verde, blanco y negro y rojo JT desarmó y volvió a coser prendas en lanas, sargas y paños transformando el traje de los ejecutivos porteños en supuesto nuevo uniforme para la diversidad de géneros: entre las modelos irrumpieron hombres vistiendo los trajes femeninos. Como señaló la diseñadora: “Esta temporada la tipología trasciende la aplicación tradicional binaria hombre-mujer y aplica a la persona. Superposiciones y recortes logran piezas donde la ausencia y la presencia son intervenciones y aplicaciones, funcionales y ornamentales”.