Tal vez la poesía sea sólo eso: un resto del lenguaje, lo que queda cuando el manto del sentido se levanta o, como si fuera una niebla, se disipa. En su tercer libro, Flor Codagnone (Buenos Aires, 1982) trabaja en la materia residual del lenguaje con aquello que perdura, y para lo que el poema breve se presta como un envase ideal: sílabas, partículas, cenizas. “Poesía es más allá/ de la literatura/ (lo que duele no pasa)”, se lee en uno de los textos reunidos en Resto. En sus libros anteriores, la escritura de Codagnone adquiría por momentos el semblante de un canto funerario, en el que la poesía participaba como un elemento más del ritual. “Para mí Resto es parte de una nueva serie –dice la autora? Hay una especie de quiebre, algo distinto. Mudas (2013) y Celo (2014) transitaban diferentes tipos de duelos. No sé cómo nombrar lo que transita Resto o qué construye, pero, de seguro, no es un duelo.”

En principio, se puede decir que el libro construye distintos escenarios: un cementerio donde no hay muertos, trincheras domésticas con olor a pasto mojado, desiertos de palabras e incluso cuerpos donde se traza una geografía de la memoria. Esos espacios habitados por el silencio comienzan a ser colonizados de a poco por voces de amantes, de enemigos, de culpables: “En este borde imposible/ en esta fractura, afiebrada”, “los ríos que surcan mi nombre”, “y en la piel ajena, árida/ escribo un lenguaje amputado”. De modo esquivo y reticente (la mayoría de los poemas del libro no supera los diez versos), en esos espacios creados con escasez y poblados por criaturas de sangre Resto configura una erótica en la que la lengua asume diversas funciones: “Con esta fisura de mi lengua/ te hablo y te beso”, “la lengua con la que te rozo y te lamo/ el sexo, el cuello, la oreja, la piel, la lengua/ con la que puedo decir ‘basta o te quiero’”. Después de todo, escribir, como amar, es apenas el principio de una búsqueda terrenal que se conjuga en presente: “escribí este poema mientras curtíamos”.

La voz poética es un objeto particular: desencarnada, de inmediato necesita vestirse, enmascararse, adoptar con urgencia las formas pronominales de un sujeto en el mundo: “por el verbo, perdí la voz, la patria: todo”. En Resto, ese sujeto puede ser mixto (“y que los sexos/ invadan la voz”), ajeno o un interrogante que insiste: “¿Qué es esto que dice/ ‘soy mujer’?”. “Estos poemas resultan vitales al interpelar eso que se llama ‘ser mujer’ y, más profundamente, mi propio modo de ser mujer -afirma Codagnone?. No hubiera podido preguntarme eso ni haber escrito ‘todo lo que toco es femenino’ sin poesía. Como la figura del narrador, a veces el yo poético permite un desdoblamiento y, además, una íntima profundidad.” En la escritura poética también se delibera y las formas de decir se interpelan; en esas ocasiones, Resto acaricia una zona intangible y la voz se transfigura para convertirse en horizonte: “un límite que habla”.  En pocos meses, la primera edición del libro publicado por el sello Modesto Rimba se agotó, algo infrecuente con los libros de poesía de autores jóvenes. “Es una especie de reconocimiento que me tomó muy por sorpresa -confiesa la autora?. Si bien Mudas y Celo están agotados, Resto tuvo que ser reeditado enseguida. Eso obviamente hace que me cuestione y que se cuestionen muchas cosas de mi escritura. Y lo celebro.” En la tradición de una poesía reflexiva y al mismo tiempo voluptuosa, casi pornográfica, Codagnone exorciza (e invoca) a los fantasmas de la intimidad que acosan el deseo “hablando sólo/ con el cuerpo-canción”. 

Resto
Flor Codagnone
Modesto Rimba