Como si ingresáramos a una fiesta familiar, a una cantina con mesas largas y manteles a cuadros, la historia pasa a desentenderse del escenario y a mostrar su teatralidad en las relaciones azarosas o tramadas durante años que pueden ocurrir a lo largo de un encuentro donde las bombitas de luz hablan de una alegría nostálgica, de anécdotas de otro tiempo que serán invocadas gracias a los destellos de un cuento. 

Porque los textos de Raymond Carver contienen ese efecto fotográfico, esa posibilidad de hacer de lo intrascendente una intensidad narrativa que desenvuelve sensaciones casi imperceptibles. Por eso una pareja que comparte la mesa con el público, con personas desconocidas que se sirven vino y comen berenjenas, se anima a contar un viaje a Córdoba para recuperarse de las infidelidades mutuas y es allí donde ella, Nancy, comprende que no pueden estar juntxs, que ni el jacuzzi ni la estufa a leña le sirven para sacarse ese dolor al que la actriz vuelve en su sonoridad preciosa y tal vez, lo único que lxs salve, sean esos caballos blancos que lxs despiertan en la noche como figuras fantásticas en su universo tan naturalista. 

En Parte de este mundo el espacio compartido nos convierte en visitantes de una comunidad donde se vuelven irremediables las miradas, la complicidad, las risas como ráfagas y las palabras que nos cruzamos sin alterar esos momentos donde una mujer confiesa que se muda a cada rato porque todavía no ha encontrado su lugar y otra pareja decide hablar de la muerte una madrugada donde suena el teléfono y una extraña les pide ayuda. 

Tal vez esa cercanía entre los personajes y cada una de las personas que eligen ocupar esas mesas que se cruzan y obligan a correrse, a buscar al que actúa como si cada palabra nos sobresaltara, permiten la inminencia, una comprensión tan implacable al momento de escuchar como dos desconocidxs establecen una cita a partir de una llamada equivocada y ese momento en el que hablan, en el que no quieren desprenderse de esa voz que les da un pequeño instante de felicidad, parece irrumpir como la magia en sus vidas opacas. 

Adrián Canale trabaja con lo aleatorio, no solo porque la falta de distancia podría llevar al involucramiento de lxs espectadores que son parte del cuadro y por lo tanto, su rol aparece discutido más allá de la timidez para reaccionar e intervenir la escena, sino porque los textos de Carver seleccionados cambian en cada función y de ese modo la estructura se vuelve una forma abierta donde lo que perdura es ese estado de desamparo y la calidez que se logra en ese estar juntos que el teatro propicia.

El estilo de Carver, centrado en la descripción de acciones, ayuda a que la emocionalidad surja del relato de las actrices y actores sin estridencias, como el reflejo de situaciones tan reconocibles que pueden mezclarse con otras sin dificultad porque en la acumulación narrativa estalla una tensión que en la soledad de cada texto parecía apagada.

Pero también la puesta de Canale supone que las escenas están en la cotidianidad, en cualquier suceso al que podemos asistir. Mucho más en una reunión cuando algo de lo festivo se desintegra y hombres y mujeres necesitan decir aquello que no comprenden porque son personajes realistas que llevan su drama a cuestas y no saben muy bien qué hacer. Entonces no existe mejor idea que invocar a sus iguales, mujeres y hombres  encantadxs con la ilusión del teatro que se suman a un momento casi tan real como el café que compartieron minutos antes de la función. ,

Parte de este mundo con las actuaciones de Marina Fantini, Mariela Finkelstein, Ximena Viscarret, Tian Brass, Sergio Di Florio y Silvio Palmucci, se presenta los sábados a las 23 en Timbre 4.