Las llamaban “tías” pero hicieron una tarea de maternaje en una situación muy específica. Durante la Contraofensiva, Susana Brardinelli y Estela Cereseto eran dos de las responsables de La Guardería, la casa en la calle 14 de La Habana en la que lxs militantes montoneros dejaban a sus hijos e hijas para volver al país. Cumpleaños, enfermedades, canciones, pis en la cama, peleas por juguetes, pesadillas nocturnas, baños y escuela. Todos los cuidados y la contención posible para un grupo de niños y niñas cuyas infancias se vieron atravesadas por esta experiencia de socialización de la crianza.

Susana y Estela no se conocían hasta que se cruzaron en una fiesta de fin de año en la Casa Argentina de Madrid, a fines del 79. Susana había tenido que salir del país, “huir uno o dos días después” de asesinato de su marido Armando Croatto, el 19 de septiembre de 1979. Salió clandestina con sus dos hijos Diego y Virginia, primero a Brasil y después a España. Estela había estado tres años presa en Devoto, sin causa ni condena. Había caído en 1975 y en febrero de 1979 logró la opción de salir del país. En febrero de 1980 le propusieron a Susana ir a La Habana, no para quedarse a vivir ahí sino para hacerse cargo de La Guardería. Susana aceptó. Su decisión era clara: quería sumarse en alguna tarea para luchar contra la dictadura. Y partió con sus hijos. Cuando llegó al aeropuerto la esperaba Adolfo, un militante de la Revolución cubana que la llevó hasta la casa. Estela había llegado unos días antes. Cuando se vieron en la cocina de La Guardería se reconocieron de inmediato, en medio de la incertidumbre sobre lo que les esperaba. 

Estela había trabajado un tiempo en una guardería del mismo tipo que había en España. Cuando le ofrecieron ir a Cuba aceptó solo “por dos meses”. Se fue con pocas cosas y terminó quedándose dos años. El número de chicos que cuidaban fue variando, “pasaron cerca de cuarenta chicos y chicas, desde bebés hasta adolescentes. Son detalles que nunca precisé”, cuenta Susana. “En un momento fueron veintitrés simultáneamente. Nosotras éramos las tías a cargo del maternaje, del cuidado familiar. El grupo se completaba con los tíos militantes Nora y Julián -o tía Porota- personaje que Julián (ese era su nombre de guerra) había inventado para cuando había clima de tristeza o decaimiento entre los chicos”. El trabajo más concreto de La Guardería estaba sostenido por los compañeros de las tropas especiales cubanas. La preparación de la comida, el cambio de las sábanas, la logística de la casa y el cuidado del jardín lo hacían Bella y Myrella, dos compañeras cubanas que estaban preparadas especialmente para atender esas situaciones. 

¿Cómo fue esa tarea de maternaje?

Susana: –Era hacer lo que sabés que tenés que hacer. A mí me convocan también porque soy psicóloga, aunque había ejercido poco porque enseguida estuve clandestina. Los primeros días no dormía. Veníamos muy sensibles por las experiencias que habíamos pasado. Me preguntaba: ¿Yo sé lo que estoy haciendo? ¿Y si les llega a pasar algo a los chicos? Por suerte formamos un grupo con el que empezamos a trabajar enseguida. El pasaje de manos fue bastante acolchado porque aprendimos las tareas antes de que se fueran los integrantes del primer grupo, Cristina, Pancho, Julián y Lucía. También teníamos nuestros responsables políticos con quienes analizábamos la coyuntura.  

Estela: Nos dividíamos las tareas, que eran muchas. No nos daba el tiempo para elaborar cosas, era arremangarse y atender a los chicos. Fue flor de laburo. Hubo que poner mucho cuerpo además de las elucubraciones y sumado a los imponderables. Yo no me acuerdo de haber tenido algo así como compasión con los chicos, no nos salía eso. Teníamos cierto rigor en la rutina porque no había mucho espacio para desorganizarnos.

Susana: A la noche conversábamos y muchas veces decidíamos sobre la marcha. Un aspecto en el que acertamos, sin conocernos demasiado, fue que Estela se hiciera cargo de los más chiquitos, teníamos una beba de seis meses. Pensábamos que los más chicos necesitaban una figura más estable, mientras que los más grandes –uno de los más grandes era mi hijo Diego que tenía 9 o 10 años– podían reconocer distintas figuras. Había una disciplina. A tal hora de la tarde teníamos que empezar a bañarlos, porque a tal hora tenían que estar cenando, para estar durmiendo a tal hora y que al día siguiente se levantaran de buen humor. 

Estela: En ese momento era el mejor lugar donde podíamos estar. Yo quería colaborar en algo. Después de haber salido de la cárcel no me daba para volver a arriesgar tanto el pellejo. Entonces que me propusieran este trabajo era una solución a un conflicto personal. Tenía un lugar donde brindar algo que podía brindar. 

Susana: Yo venía de toda la militancia con mis hijos, jamás pensamos que íbamos a tener que pasar por semejante situación de represión, muerte y abismo. Tal como se fueron dando las cosas me pregunté muchas veces qué hacer. Ya en ese momento podías cuidar, criar y tener en tu casa a los hijos de los compañeros y las compañeras. Yo sabía que si un día tenía tal o cual situación a los pocos compañeros de los que conocía los domicilios les podía dejar a mis hijos. Esto de confiar, socializar la crianza y compartir cosas estaba dentro de la organización como algo comunitario. En esta línea, la organización pensó La Guardería, que contaba con la colaboración y supervisión de las tropas especiales de Cuba.

Una situación específica

“La Guardería no se puede entender si no es en el contexto de la Contraofensiva”, subraya Susana. “Se jugaron situaciones puntuales en función de ese momento especial. Para mí fue una situación privilegiada comparada a la de las mamás que tuvieron que dejar a sus hijos e hijas. Yo pude hacer una tarea con un compromiso político, con convicción de acuerdo a las cosas que pensaba y de acuerdo a mis capacidades. Pude estar con mis hijos y al mismo tiempo estar con los demás chicos. En equipo pudimos hacer esa tarea. Para mí era una preocupación –y creo que me pasé del otro lado– no privilegiar a los míos. Mis hijos habían perdido a su papá pero yo no le daba tanta entidad a eso porque decía ‘por lo menos están conmigo en este momento’. Pero había muchos chicos que habían perdido a su papá o a su mamá y estaban con nosotras. Fue una exigencia muy grande conmigo misma. Después hubo un momento en que los cubanos nos facilitaron días de vacaciones, familias cubanas o argentinos en Cuba que los fines de semana atendían a los chicos en sus casas. Entonces yo podía salir con mis hijos”. 

¿Qué pensaban y qué sentían respecto de los hijos en ese contexto?

Susana: Con Armando pensábamos en tener otro hijo en el 79. Hubo un muy breve momento en el que en la organización estaba esta idea de no tener hijos para dar la vida más plenamente a la Revolución. Pero duró muy poquito porque en realidad lo que se impuso fue la cuestión vital: luchamos para que nuestros hijos e hijas vivan en un mundo mejor. Mariana Cháves, una de las niñas de La Guardería dijo muchos años después en relación a la vitalidad de la Revolución algo así como ‘felicito a esos padres militantes que siguieron cogiendo, teniendo hijos y viviendo de una manera vital’. No se si lo pensaría en esos términos pero había algo así de ir para adelante. Tal vez un poco negadora, y sí. Hoy si no negamos algo de lo que está pasando estaríamos suicidándonos o exiliándonos todos. Cada proceso tiene lo suyo. Pero no nos van robar la esperanza.

Estela: Me acuerdo que antes de caer presa estábamos recién casados y con mi compañero no habíamos pensado en tener hijos por la situación tan inestable en la que vivíamos. Pero también sentíamos que estábamos luchando por la vida y eso era tan vital que sugería que los tuviéramos. Acompañarnos con los hijos en este transcurrir era lo que se hacía. 

Mario y Ana Yager, Jorge Areta, Fernanda Raverta y Ana Montoto Raverta

¿Cómo analizan el prejuicio del abandono?

Susana: Es uno de los puntos más complejos. A los militantes lo que se le suele cuestionar es interpretar esa separación de sus hijxs como un abandono, sin embargo en un contexto de represión como el que existía se comprenden mejor esas decisiones pensando en el compromiso de estos padres para lograr un país más justo.  

Estela: Lo más difícil es explicar la inmediatez con la que se vivía y por lo tanto algunas decisiones se iban tomando de acuerdo a los acontecimientos. Me parece que dejar por un tiempo a los hijos fue el mal menor ante el terrible aprendizaje que se hizo ante un enemigo que usaba hasta los niños para torturar. ¿Cuándo nos enteramos del plan sistemático de exterminio, de las desapariciones, de la entrega de bebés? En ese momento eso estaba transcurriendo pero no se tenía tan claro como ahora. Entonces las soluciones surgían a medida que se presentaban los problemas. Mirá la historia de Susana: en medio del duelo por la muerte de su pareja, tuvo que huir sin cometer errores, acomodar los documentos de los niños, explicarles, tocar puertas, pedir ayuda, que algunos no te la den, seguir y seguir. Sólo con las fuertes convicciones y el compromiso. No éramos superhéroes. Para nada. Éramos muchos y muchas, pero muchísimos que, viniendo desde distintos lugares, teníamos las mismas ganas de cambiar el mundo y de verdad que nos creíamos que podíamos hacerlo.

¿Cómo se pensaba la crianza en contraste con hoy?

Susana: En la dinámica cotidiana teníamos muy bien marcados los roles. Estela había estudiado medicina y había armado una ficha médica para cada uno. También era la tía divertida, la de los juegos y las canciones con la guitarra. Yo funcionaba como la responsable, me ocupaba de los más grandes y veía cómo les iba en la escuela. Entre los cuatro, con Julián y Lucía, los llevábamos a clases de dibujo, a la playa, a pasear y les organizábamos los cumpleaños. Algo así ocurre hoy en contextos muy diferentes pero también de emergencia. Hay situaciones con algo de semejanza en las experiencias barriales donde las propias organizaciones brindan una formación de madres cuidadoras. Se arman jardines comunitarios donde les dan de comer, les preparan la merienda, hacen la tarea, pero lo papás están, están trabajando o ganándose la vida como pueden. Quiero decir, ante situaciones de emergencia, hambre, desocupación y falta de comida se generan iniciativas. Y son las madres del barrio las que se organizan y dan respuestas ante las dificultades.

La guardería cerró sus puertas a fines de 1983. Susana fue la última en irse con sus dos hijos. Cerró la puerta con llave, una llave que no recuerda a quién entregó pero que sin duda guarda una experiencia llena de amor, compromiso y lucha.

Virginia Croatto, hija de Susana, realizó el documental “La Guardería”, donde a través de imágenes de archivos familiares, cartas y testimonios se pone en perspectiva aquella experiencia.

Proyecciones:

Martes 28 en el Colegio Carlos Pellegrini.

Viernes 31 en Pueyrredón 19 CABA, Balvanera.

Viernes 7 en Abasto, Local de Nuevo Encuentro

Viernes 21, en Parque Chacabuco, Centro Cultural.

Jueves 27 en La UNQUI.

Sábado 29 en el Centro Cultural Haroldo Conti.

Más info: facebook.com/Laguerderiadocumental