Desde que oí hablar del nuevo pacto social que se viene (new deal le dicen los anglos) me baño todos los días. Y les recomiendo lo mismo. No sea cosa que llegue sin preaviso y nos encuentre sucios y desprolijos. Y convendría que también nos encuentre imaginativos y solidarios, porque este parto viene de nalgas y todo indica que será gordo y cabezón. Puro dolor, señores, y eso en el mejor de los casos.

Supongo, en tren de encontrarle alguna analogía, que será como esas películas donde se viene un terremoto y uno grita “corran, no hay tiempo para llevar nada”. En esa película yo muero por querer salvar una guitarra. Otros por un gato. Por eso quizá no sea mala idea correr y dejar atrás lo innecesario, largar lastre. A riesgo de perder guitarra y gato.

Eso sí, primero habría que asegurarse de que en esa arca de Noé que es el nuevo pacto tengamos lugar, porque quizá el listado de los beneficiados esté escrito por el enemigo, el mismo que ha tratado de borrarnos del mapa por pobres, desacatados, con limpiezas étnicas y cosas así.

Pero supongamos por el momento que estamos adentro. Que el nuevo pacto social es con todos. Entonces quizá no sea necesario esperar a que llegue ese momento. Que podemos ir ganando tiempo. Ir imaginando cuáles serán los cambios e ir hacia ellos.

Es feo lo que voy a decir, pero por ahí es el momento de aceptar las derrotas y dejar de librar batallas que hace rato están perdidas. Así podríamos empezar ahora mismito a acomodar los melones en este nuevo camino. Va un ejemplo: venimos luchando por un mejor reparto de las riquezas y cada vez hay más pobres y ricos más asquerosamente ricos. Usted me dirá que si no hubiéramos luchado podría haber sido peor. ¿Peor? Difícil de creer, vea.

Quizá sería bueno aceptar que la característica principal del mundo es la imperfección, que está lleno de injusticias, que cuando intentamos solucionar una llegan mil que aturden y así hasta el infinito y más allá. Aceptar que ese mismo mundo está lleno de gente mala, idiota y burra. Que algunos llegan a presidentes. Que las cosas no son mejores porque las deseamos mejores. Y que a la gente mala, idiota y burra no la podemos conquistar ni hacer cambiar de idea. Esa sí que es una pérdida de tiempo. No es exagerado decir que la mitad de nuestra vida se nos fue en esto. No es cuestión de gastar el resto en lo mismo.

Habría que aceptar también que la tan promocionada zona de confort es en realidad la zona de las tormentas. Que la vida es salir de una tormenta para caer en otra. Suena pesimista, lo sé. Pero no estamos para derrochar felicidad. Al menos yo.

No se me asuste, no estoy diciendo que claudiquemos. Digo que hay que prepararse para la nueva batalla y que no sería razonable enfrentarla con armas oxidadas. Que hay una mínima chance de hacer borrón y cuenta nueva. Una nueva oportunidad. Una última oportunidad.

Hablando de imperfección, habría que aceptar también que el mundo es pan y circo, equilibrio difícil de romper. Más pan que circo harían un mundo muy aburrido. Y el mundo donde todos leen a Borges no existe. Lo sabían, ¿no? Y todo indica que en el futuro habrá más circo que pan, un mundo desbordante de entretenimiento, la mayoría berreta, y a la vez muchos muertos de hambre. Más vale que el nuevo pacto social ponga el ojo acá antes de que todo se incendie. Aunque por ahí el nuevo pacto social incluye reconstruir desde las cenizas.

¿Qué más aceptar? Que el Estado está de tu lado si los que gobiernan lo están, sino puede estar en tu contra. Que Dios calma dolores abstractos pero nada puede hacer contra virus y hambre. Que las iglesias saben todo pero cuando las papas queman hay que recurrir a una vacuna. Que no se puede hablar de igualdad mientras existan reyes y multimillonarios. Que el capital y los ricos están siempre en contra nuestra. Que los medios rara vez informan. Que cuando creemos saber las respuestas nos cambian las respuestas además de las preguntas. Y que el poder de cambiar preguntas y respuestas no lo tenemos nosotros sino los que son los dueños de los diccionarios, de los medios, de las redes sociales.

Ya sé que ustedes me dirán que aceptar la derrota es feo y que siempre se puede seguir luchando. Y es verdad, pero lo cierto (y ojalá me equivoque) es que todas estas cosas, y muchas más, ya sucedieron a pesar de las luchas.

Eso es lo que llamamos la normalidad.

Acá quería llegar.

Y si vamos a una nueva normalidad, volveremos a ese punto de partida.

La vida como un dibujo de Escher.

Y ahora tengo que decir lo contrario a lo que dije. Para no volver a esa normalidad habrá que luchar, pero siendo ingeniosos, redireccionar las luchas, dejar de pelear con fantasmas, no dejar que nos escriban la agenda de las batallas, dejar de guiarnos por palabrerío vaciado de sentido y muchas otras cosas que son parte de esa normalidad que nos trajo hasta acá.

Y entonces sí podremos avanzar hacia lo que importa, hacia un nuevo pacto que incluya reescribir las constituciones, los códigos penales y civiles, los diccionarios, los mandamientos y aún las leyes no escritas.

Ufff… de pensarlo ya cansa y asusta.

Pero es eso o seguir pedaleando en el aire.

 

javierchiabrando@hotmail.com