La secuencia inicial certifica la vocación por el impacto que Mate-me, por favor, opera prima de la brasileña Anita Rocha da Silveira, sostendrá de principio a fin. Tras poner en escena el ataque que una joven sufre en un descampado al volver bastante borracha después de bailar, el título aparece en enormes letras blancas, tamaño Godard, ocupando todo el fondo negro de la pantalla. La escena elige concentrarse en el estado de la joven, en su absoluta desprotección, en la hostilidad de un paisaje urbano desolado y en la angustia de la chica al huir de una amenaza que se mantiene invisible para el público, dejando fuera de campo (por el momento) los avatares más gráficos de la violencia. 

Luego del título, un grupo de chicas adolescentes comentan entre sí los detalles truculentos del crimen, tiradas en el pasto de un parque. El morbo con que consumen su propio relato contrasta con la sensualidad inocente que los cuerpos de esas niñas-mujeres comienzan a rezumar sin que ellas lo sepan ni puedan hacer nada por evitarlo. Enseguida visitarán el predio donde apareció el cadáver y a partir de ahí mostrarán tanto interés por la muerte como la que sienten por sus noviecitos, sus compañeros de escuela e incluso algunas compañeras. 

A partir de un dispositivo visual que apuesta por un extrañamiento onírico, a veces casi lisérgico, Mate-me, por favor expone la forma en que las mujeres son educadas en el rigor de la dualidad del placer y el peligro. El placer al que aspiran pero también el que se les exige, y el peligro al que se exponen en la búsqueda de esa doble satisfacción: la propia y la ajena. Si alguna tesis sobrevuela informalmente gran parte del relato es esa: el vínculo con los hombres es para las mujeres una ruleta rusa en la que uno de cada diez tipos puede ser la bala que les cause daño. Varias citas remarcan esa idea. Una de ellas recuerda al asesino serial y caníbal Ted Bundy: “Somos tus amigos, tus vecinos. Estamos en todas partes”. Visto con ojos de mujer el mundo tal vez sea así de aterrador y Da Silveira consigue transmitir esa sensación. Los versos de un poema vuelven subrayar: “La mano que acaricia puede ser la misma que apedrea”. La presencia permanente de una pastora evangélica, que parece una cantante pop, incorpora al relato el nefasto papel que la religión (actor cultural poderosísimo en Brasil) juega en esta ecuación.

En su riqueza narrativa, Mate-me, por favor se vuelve kuleshoviana a fuerza de juegos de montaje a veces demasiado gráficos, como aquel que a la imagen de los chicos entrando en la escuela desahuciados y en cámara lenta le superpone la del remolino de un inodoro al desagotarse. Por su parte el trabajo sonoro es impecable, con una música incidental cuyo diseño vuelve a recordar los extraordinarios trabajos de John Carpenter en este rubro. Esto, en combinación con las atmósferas urbanas que profundizan clima de desprotección, la ausencia de adultos, las crecientes marcas de violencia que las chicas van acumulando en sus cuerpos, la presencia ominosa de una amenaza invisible y un tratamiento visual que apuesta por volver pesadillesco a un escenario absolutamente real, de algún modo remite a Te sigue, aquel extraordinario film de terror del estadounidense David Robert Mitchell en donde el deseo y la pulsión de muerte eran extremos que también se tocaban.

A pesar del silencio en el que fue estrenada, sin siquiera una gacetilla de prensa, Mate-me, por favor presenta una posibilidad inmejorable y oportuna para acercarse a la cinematografía brasileña, que a pesar de la proximidad geográfica resulta virtualmente ajena para el espectador local. Inmejorable en tanto se trata de una película de una intensidad que desborda la pantalla a partir de méritos que abarcan los aspectos técnicos y narrativos, ofreciendo no pocos aciertos en el manejo eficiente de los recursos visuales y sonoros. Y oportuna porque, aunque un poco demorado –la película pasó por la sección Horizontes del Festival de Venecia en 2015 y hasta fue parte de la 7° edición del Cine Fest Brasil que se realizó en Buenos Aires hace un año—, su desembarco en la pantalla del Espacio Incaa Km.0 Gaumont hace gala de una ubicuidad que resuena con el alarmante incremento estadístico de los femicidios en toda la región y la creciente agenda de iniciativas en la lucha por fortalecer los derechos de las mujeres. Y aunque en un orden estricto eso excede lo cinematográfico, no deja de ser sintomático, en tanto la película misma y su estreno funcionan como la expresión urgente de una mirada acerca del estado actual del mundo.