Desde  Nápoles.

Como en los cuartos de final con los yugoslavos, la lotería de los penales (5-4) no debe ser tenida en cuenta. Sin embargo, a diferencia de lo visto en Florencia, la Selección había acreditado el derecho a jugar la final del Mundial. 

Para que eso sucediera en dramáticas dos horas de juego (1-1), se combinaron varios elementos que definieron la pelea por puntos. Primero, y fundamental, aparecieron los jugadores que Argentina necesitaba en el momento clave. Por el contrario, desaparecieron aquellos en los que Italia basaba la mayor cuota de su poderío. En el banco argentino hubo, también, variantes tácticas para modificar cierto rumbo inconveniente para su juego. En el banco italiano no las hubo. Por último, ocurrió lo que preveíamos. Una presión en contra para Italia a medida que pasaban los minutos, se convirtió en carga casi decisiva a la hora de manejar el resultado. Y hasta los errores del francés Vautrol, quien se equivocó parejito para los dos, terminó fortaleciendo espiritualmente al equipo argentino y desalentando a los locales.

Todo eso, durante dos horas, empujó a la definición desde los doce pasos con los jugadores motivados de diferente manera. En los televisores que cada periodista tiene en su pupitre, la RAI regaló varios primeros planos como para justificar las palabras anteriores. Ni Serena ni Donadoni estaban en condiciones anímicas de semejante responsabilidad. Detrás de ellos había sesenta millones de personas que no perdonarían un error.

También, como estaba previsto, Ruggeri fue sobre Vialli, Serrizuela sobre Schillaci, Basualdo tapando la subida de De Napoli. Giusti más al medio y un desordenado Calderón tratando de obstruir a Ciannini o De Napoli, cuando éste se corría de lugar y dejaba el hueco para la subida de Donadoni por derecha. Vicini tampoco dejó nada librado al azar y mandó a Ferri sobre Diego y al capitán Bergomi con Caniggia. Además, el partido arrancó como era previsible. Con Italia al ataque. Argentina durmiendo la pelota en cada salida, tocando en el medio y tratando de despertar a pelotazos a un Caniggia que siempre empieza mal y termina bien. Fue lo mejor de los locales.

Cuando Schillaci encontró la pelota que le bajó Goycochea tras el sombrerito de Giannini a Simón y el remate de Vialli, pareció que lodo iba a suceder como debía ser: una cómoda victoria por dos goles de los italianos. Sin embargo, el quinto gol de "Totó" en el Mundial marcó el punto de partida de la declinación azzurra y el comienzo de la justificación final del triunfo argentino que, insistimos, tal vez no debió haber sido por penales.

De a poco se fueron cayendo los pilares del dueño de casa, Baresi no pudo contener el desbarajuste que hicieron Caniggia y la movilidad de Burruchaga. Donadoni no tuvo la personalidad para sostener sobre sus hombros el derrumbe de los compañeros. Giannini también se escondió en el fragor del medio. Schillaci se escondió detrás de Ruggeri y Simón.

Casi al mismo tiempo empezó a aparecer esa actitud de Argentina que nunca vimos, que siempre reclamamos y que esta vez aplaudimos. Ahora no podemos hablar de la suerte, de la mano de Dios o de algún regalo caído del ciclo. A lo sumo, saber aprovechar el error del rival y, ahora sí, provocarlo. Un Troglio mucho más disciplinado que aquel Calderón improductivo de la primera parte le dio otra velocidad en la recuperación de pelota y si Troglio tampoco anoche estuvo feliz en las entregas, apareció el Burruchaga que siempre exigimos. Discontinuo, es cierto, pero eficaz cuando intervino. Se mostró un rato más Diego, Caniggia obligó a Bergomi, siempre había alguno para salir por afuera y, si se podía, llegar al fondo. Era una actitud que fue creciendo levemente hasta la hora del desenlace.

Oscar Ruggeri apelaba a lo ilícito y a lo condenable para detener cualquier camiseta azul que se le cruzara. Exasperaba a todos hablando, pero fue, también, quien más empujó desde atrás. Y llegó lo previsible. Zenga ya se había equivocado feo a la salida de un córner y más tarde regaló, en colaboración con una defensa ingenua, el empate. Como contra los soviéticos, en el mismo arco, Olarticoechea la puso bombeada y Caniggia calculó mejor que el arquero. Lo madrugó al peinarle de espaldas y ponérsela en el otro palo. Al borde del siglo XXI, goles como este, como el de Biyick a Pumpido, son inconcebibles.

Ya al borde de la desesperación Vicini sacó de la cancha a Vialli, que cerró de la peor manera un Mundial hecho a su medida y apostó al toque fino de Baggio que también apareció en un zurdazo cruzado. Italia no encontró respuestas a lo que le oponía Argentina. Un equipo con mucho menor resto físico que el local, llegaba en proporción de dos hombres contra uno en cada pelota dividida. Si Argentina pasaba la mitad de cancha, no regresaban, o regresaban tarde, detrás de la pelota y de los volantes de Vicini. Si el ataque era de Italia, Giusti y Troglio parecían aviones. Y bajaba Burruchaga hasta meterse entre Serrizuela y Ruggeri. Y bajaba aún más Basualdo hasta quedar con la espalda pegada a la línea de fondo. Para salir de nuevo, rápido y claro, buscando siempre a Caniggia y a Maradona. Así, cuando Vautrol volvió a equivocarse al ignorar una clara falla a Caniggia en el borde del área, de donde nació una réplica que terminó en zurdazo de De Agostini cubierto justo a tiempo por Goycochea. Ahí, casi se queda afuera Argentina cuando lo correcto era tener un tiro libre de sumo riesgo a favor. Fue la última chance de Italia. De ahí, al alargue.

Para hacer más dramática la definición, Bilardo acudió a Batista por un Basualdo exhausto. No había más aire en Argentina. En Italia no había fuego en el pecho. Ni siquiera la viveza de Baggio al exagerar el golpe de Giusti —que existió— dejando a la Selección con uno menos, fue el golpe de ánimo necesario para volcar el partido en el área de Goycochea. El fondo aguantó a pie firme, sacando como se podía, apelando al viejo recurso de demorar una hora cada lateral o saque del arco.

Italia nunca tuvo la limpieza conceptual para resolver eso, ni los atributos suficientes para buscar la definición aunque fuese a los empujones. Tal vez por eso hubo algunos insultos a los jugadores cuando el micro dejó el estadio. Tal vez por eso Vicini se excusó en decir que "en Nápoles el público no estuvo con nosotros, como en Roma".

Aparecieron las excusas de un equipo que defraudó a un país futbolístico cuyo perdón tardará mucho tiempo en ser otorgado. Esta derrota, en estas condiciones, destroza un mercado millonario, destruye la ilusión de un titulo y hace reflexionar, también, sobre los valores que deben tener las selecciones. Vicini armó un equipo para ganar un Mundial, no para perdurar en el tiempo y ahora se quedó con las manos vacías.

La Selección jugó su mejor partido en mucho tiempo. Sorprendió la aparición de individualidades que hasta ahora sólo habían jugado un ratito como para evitar un papelón mayúsculo. Tampoco este equipo quedará en la historia por haber creado una escuela de fútbol e, indudablemente, es inferior al del '86. No cambiará los gustos de todo un país futbolero. No revolucionará la táctica de este juego. Pero anoche escribió una de las páginas más emotivas, más dramáticas y en las condiciones más adversas. Lo bueno sería no caer en exageraciones. En creernos, otra vez, que Argentina es el mejor país del mundo porque se obtuvo un éxito deportivo. El triunfalismo nos ha hecho caer en errores colectivos imperdonables. Ahora es tiempo de festejar una victoria absolutamente legítima, incuestionable y que no debió haber llegado desde los doce pasos. Mañana, la Selección deberá mejorar más. Y nosotros, a volver a trabajar para ganarnos el pan de cada día.