“La venda se me había despegado un poquito pero no lo dije y disimuladamente levantaba la cabeza y veía”. El recuerdo pertenece a Emma Le Bozec, sobreviviente del centro clandestino de la SIDE que funcionó en 1976 en Bacacay 3570 del barrio de Floresta, al que describió con lujo de detalles ante la Conadep. “Es como una revolución que tengo”, confiesa para explicar la sensación que le genera enterarse 44 años después del lugar en donde estuvo secuestrada durante “esos días de terror” y poder contactarse con otras mujeres que sobrevivieron.

Dar con la ubicación exacta de la sede original de la Base de Operaciones Tácticas 18 (OP 18) de la SIDE, por donde pasaron militantes argentinos y uruguayos, es el resultado del incansable trabajo del movimiento de derechos humanos en ambos márgenes del Río de la Plata. Se trata de un enorme rompecabezas que comenzaron a construir los sobrevivientes tras recobrar la libertad y que se nutrió del trabajo de orfebrería de miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), del Programa Verdad y Justicia de la Secretaría de Derechos Humanos y del juzgado federal que encabeza Daniel Rafecas, entre otros.

Al menos dos militares habían mencionado la base de calle Bacacay. El teniente coronel Juan Ramón Nieto Moreno, ex jefe de contrainteligencia de la SIDE, contó en un sumario interno que en marzo de 1976 constituyó la base OT 18 por orden de Otto Paladino, jefe de la central de espías. Relató que incluía personal orgánico e inorgánico, que la comandaba el célebre asesino de la Triple A Aníbal Gordon y que se encargaba de “la actividad operacional antisubversiva de la SIDE". Apuntó que conoció a “Silva”, alias de Gordon, cuando tenía su base en Bacacay, antes de que se trasladara a Venancio Flores, es decir al centro clandestino Automotores Orletti. El otro militar fue Eduardo Cabanillas, a quien Juan Gelman dedicó varias contratapas de Página/12 mientras buscaba a su nieta. Durante su indagatoria, Cabanillas confirmó que “La Cueva” o “El Jardín”, como también se conoció a Orletti, no era sino la base de la OT18 y había estado primero en calle Bacacay.

La primera mención a la altura exacta (3570) consta en un cable desclasificado de la CIA de 1977 sobre el secuestro y asesinato del embajador argentino en Venezuela, Héctor Hidalgo Solá. El dirigente de origen radical fue visto durante su cautiverio en la ESMA aunque la inteligencia norteamericana atribuye su secuestro a un “grupo asociado a la SIDE” y menciona que estuvo en la casa que esa central “alquila y usa para operaciones oficiales (sic) del grupo de Gordon”.

A partir de ese dato, Jean Marc De Wandelaer, del programa Verdad y Justicia, hizo una presentación ante Rafecas profundizando la hipótesis en base a testimonios de sobrevivientes con descripciones de “la casa” donde habían estado secuestrados en manos de la banda de Gordon antes de la habilitación de Orletti. Uno de los más antiguos es el de Le Bozec en 1984. Un año después, un sobreviviente uruguayo mencionaría la calle Bacacay al declarar ante la Cámara de Diputados oriental.

En paralelo, el rastreo de los propietarios por parte del juzgado permitiría dar con María Ester Poggi, que compró la casa en 1977. Tenía “muchísimas piezas chiquitas, horribles” y un sótano que descubrirían al levantar escombros de una parte demolida y que transformarían en bodega, recordó. El dato del sótano, en el sitio exacto descripto por sobrevivientes 35 años antes, sería confirmado en mayo último por Anita Larrea de Jaroslavsky, que lo definió como “un lugar muy terrible” porque cuando los amenazaban “decían los vamos a meter en el sótano”, que la patota llamaba también “chupadero o tragadero”.

Le Bozec, secuestrada en la madrugada del 1º de mayo de 1976 de la casa que compartía con sus cuatro hijos, recuerda que vio partes de la casa porque “la venda se me había despegado un poquito”. “Pude ver los pisos, a dos pibes que había en el sótano”, relata ante la consulta de Página/12. Apunta que “a uno le decían Alemán”, que “salían de vez en cuando” del sótano y que “saqué una carta para ellos”. “Arriesgué el cuero, tuve a Dios conmigo”, reflexiona. También recuerda a “un primo de (el jefe montonero Mario) Firmenich, a quien se llevaron por portación de apellido y no apareció nunca más”, y a Charito, una chica uruguaya, pareja de un militante tupamaro, a quien le cantó una canción de despedida con su propia guitarra, que la patota de Gordon le había robado durante el secuestro.

Consultada sobre el trabajo de reconstrucción, Le Bozec, docente jubilada y poeta, destaca el trabajo del EAAF no sólo para identificar restos sino también excentros clandestinos, y rememora su testimonio ante la Conadep. “Ahí describí en detalle todos los lugares que reconocí. Yo le estaba dando pecho a mi hija más chica, me llamaban ‘la vaquita’ porque me caía la leche de los pechos. Un día pedí que me dejaran sacar leche, ‘no puedo más’, dije. ‘¿Quién puede ordeñar?, preguntaron, y con una chica fuimos juntas a la cocina del fondo. Eso me permitió describir todos los pisos y la estructura de la casa. Por suerte lo hice en ese momento, que tenía el recuerdo mucho más vivo. Con los años se va perdiendo la memoria”, destaca.

Cuando vuelve al presente confiesa que “es como una revolución encontrarse con todo esto tantos años después” y se emociona al leer las palabras de su nieta Rocío, que al difundir la noticia elogió a su abuela porque “nos enseña a diario --docente eterna-- a transformar el dolor en fortaleza y la desidia en memoria”.