El tiempo, a veces, no transcurre: se congela. El “cuervo” Marcelo Luján –tatuado con Maradona y su mítica mano de Dios— fue víctima involuntaria de lo que escribió en uno de los cuentos de La claridad, libro con el que ganó el Premio Internacional Ribera del Duero, que publicará Páginas de Espuma el 15 de julio en España y llegará a la Argentina en agosto. Por obra y desgracia de la pandemia de Covid-19 se convirtió en el autor “más paciente” del mundo. Hace casi cuatro meses, el 10 de marzo pasado, lo llamó el escritor Fernando Aramburu, presidente del jurado, para confirmarle la gran noticia: “Enhorabuena, has ganado”. La conferencia de prensa para anunciar el premio --que en 2015 ganó Samanta Schweblin con Siete casas vacías— estaba prevista para el 24 de marzo y el escritor argentino, que vive en Madrid desde 2001, tenía preparado un discurso especial para “una fecha muy oscura”. Pero el sábado 14 se declaró el “Estado de alarma” en España, las librerías cerraron, la conferencia de prensa se suspendió, y el ganador firmó el contrato con una “cláusula de silencio” que lo asustó más que el confinamiento.

Sonríe, Marcelo, desde Madrid. Los músculos de su cara se liberan del tiempo congelado; salen de la jaula de discreción. Ya puede actuar como lo que es: el ganador de uno de los premios de cuentos más importantes del mundo, dotado de 50 mil euros, por un excepcional libro como La claridad; seis relatos donde aplica literariamente la técnica pictórica del claroscuro de Caravaggio: el uso de contrastes fuertes para iluminar el mal allí donde se cree que jamás podría aparecer. Pero también despliega ese “método” para destacar algunas características a las sombras del género negro, lo fantástico y lo sobrenatural. “Estos cuatro meses me tuve que desconectar y olvidar del libro. Esta semana empecé a tomar conciencia de que esto es una realidad”, confiesa el escritor a Página/12. El hincha de San Lorenzo aporta una pizca futbolística al certamen literario: “Le empatamos a México 2 a 2”. El Premio Internacional Ribera del Duero lo ganaron dos mexicanos: Guadalupe Nettel y Antonio Ortuño; y dos argentinos: Schweblin y ahora Luján. “Que Latinoamérica tenga tanta presencia tiene que ver con la importancia que le damos al género. El cuento no es un género menor para nosotros”, subraya el autor de los libros de relatos Flores para Irene (2004), En algún cielo (2007) y El desvío (2007); y las novelas La mala espera (2009), Moravia (2010) y Subsuelo (2015), con la que ganó el Premio Dashiell Hammett en la Semana Negra de Gijón de 2016.

Luján (Buenos Aires, 1973) comenta que tenía la necesidad de construir un libro de cuentos. “Tomé la desafortunada decisión de escribir los cuentos desde cero, sin ningún antecedente. Tenía que tomar decisiones técnicas y sacarlos adelante; es una tarea titánica porque sostener la tensión en el momento en que pasa la página 10 o 12 es mucho más complicado desde el punto de vista técnico. Era un reto y no me importó el tiempo porque yo no vivo de la ventas de mis libros; vivo de los libros pero de modo periférico. Quiero que mis libros sean potentes, que intenten algo desde la trama hasta lo técnico, con un narrador anticipatorio que juega mucho con el futuro; el narrador omnisciente te dice lo que va a pasar, pero en el tiempo del relato todavía no pasó. Son cosas que el lector disfruta; mi madre no sabe que es el futuro narrativo, pero le gusta”, explica Luján, que trabaja como coordinador de actividades culturales y talleres de creación literaria en Madrid.

--El epígrafe de “La claridad” es una frase de Juan José Saer: “Cuando optamos por la práctica de la ficción no lo hacemos con el propósito turbio de tergiversar la verdad”. ¿Escribir ficción es postular otra verdad?

--Ese fragmento es del maravilloso texto El concepto de ficción. Ese epígrafe le da mucha validez a la variable fantástica y pongo a mi madre como ejemplo, que no sabe lo que es un epígrafe y que no le importa si escribir ficción equivale a mentira; tampoco es poner “basado en hechos reales”, que me parece una boludez. Pero es un poco por ahí: cuidado que esto puede que no sea mentira. La ficción se construye desde la experiencia; por lo tanto no equivale nunca a mentira. Me gusta contar hechos extraordinarios en contextos muy cotidianos porque es donde más resaltan. Me gusta la oscuridad que nos rodea.

--En el primer cuento del libro se podría encontrar un eco del caso de “La Manada”, la joven que fue violada por cinco hombres durante las Fiestas de San Fermín, ¿no?

--El cuento lo escribí mucho antes; pero no había pensado lo de La Manada… Lo que pasó en San Fermín con esos bandidos es una práctica que no es novedosa y esta chica tuvo la valentía de denunciarlos y enfrentarse a la justicia. La mujer es un elemento que recorre todos mis textos, no solamente en este libro, sino también en Subsuelo y en Moravia. La mujer es el eje de todo, pero no solo en la ficción. Me gusta mucho el rol social que tiene la mujer, me parece que es el motor de todo.

--En los cuentos del libro se percibe que el mal es sacado de los lugares comunes previsibles: lo perturbador no está tanto en esa “manada” de chicos que intentan violar a dos chicas, sino en la reacción de una de las chicas, que intenta salvarse sola y traiciona. ¿El mal está en aquellos lugares o situaciones imprevisibles?

--Me gusta inocular el veneno del mal en escenarios cotidianos porque es donde no lo esperamos. En un callejón, en medio de la madrugada, estamos expuestos y sabemos que puede aparecer cualquier cosa. En un paseo, en un parque, andando en bicicleta, donde hay sol y claridad, tenemos que tener cuidado porque ahí puede aparecer el mal y sorprender; por lo tanto nos puede hacer daño. Eso se ve en un juego que mantiene todo el libro y que tiene que ver con el claroscuro: enfocar lo oscuro y el mal en escenarios, en principio, benévolos y seguros, donde podemos estar a salvo.

--¿Del mal nunca estamos a salvo?

--Exactamente, no hay sitio para estar a salvo del mal. Una de las chicas del cuento ni siquiera se plantea la solidaridad de género. De hecho es todo lo contrario: para salvar su culo, entrega a la otra chica que ellos ni siquiera habían visto, que hasta ese momento estaba a salvo; es el cuento más descarnado y más violento del libro. El mal nos golpea cuando menos lo esperamos.