La experiencia fue para Isherwood la herramienta con la que afiló su técnica literaria. Hoy lo llamaríamos un cronista o un escritor de no-ficción, o incluso podríamos incluirlo dentro de esa extensa y variopinta lista de escritores y escritoras aglutinados bajo la denominada “ficción del yo”. Isherwood se ubica por delante, aunque no siempre se lo reconozca, de Rachel Kusk, Geoff Dyer y sobre todo del galarnado escritor sueco Karl Ove Knausgård, cuyo intento maratónico de novelar su vida, ubicándose a sí mismo como personaje principal en el centro de la narración, tiene claras reminiscencias a Kathleen y Frank (1971), novela con la que Isherwood, reescribió el diario íntimo de su progenitora y volvió sobre uno de los conflictos más contradictorios y productivos de su vida: la relación que tuvo con su madre Kathleen Bucknell.

La editorial española Alpha Decay distribuyó en Argentina un extenso volumen tiulado Kathleen y Christopher. Son las cartas que el escritor inglés le envió a su madre durante un período de cinco años entre 1934 y 1939, con algunas intermitencias en los años que siguieron. Las fechas son significativas en dos sentidos. Por el lado histórico abarcan el ascenso de partido nazi al poder en Alemania, periodo que Isheerwood vivió de primera mano. Por el otro, son sus años formativos como escritor. Para entender un poco más el contexto de formación y el contenido en las cartas deberíamos tener en cuenta el Isherwood nació en 1904 en la Inglaterra post Imperial. Vivió gran parte de su infancia y adolescencia en una mansión británica del siglo XV bajo el nombre de Christopher William Bradshaw-Isherwood. Sus antepasados vivían en la misma estepa en donde creció la familia de las hermanas Brontë. Un paisaje que para Isherwood se volvió opresivo e insoportable. Luego de tensiones y vaivenes dentro del sistema educativo y en el ambiente universitario, publicó a los 26 años su primera novela de aliento modernista titulada All the conspirators (1928) y pocos años después The Memorial (1932), con la que obtuvo una aceptable y moderada reputación europea sin ningún tipo de éxito comercial, aunque fuese reseñado elogiosamente por E. M. Forster, escritor faro de la época.

En aquellos años, Isherwood necesitaba un cambio profundo y vital. Ansiaba asumir su identidad como homosexual. Ese el tema al que vuelve para narrar y analizar en su autobiografía Christopher and his time. Un ejercicio extrañísimo sobre la memoria y la herencia de una obra literaria tomada como fuente de verdad. En ese libro, escrito por momentos en tercerca y por momentos en primera persona, en un continuo desdoblamiento textual que no mezcla el sujeto de enunciación con el del enuciado y acepta la ficción como una parte constitutiva de la narración personal, Isheerwood cuenta que la premisa para dejar Inglaterra atrás no tenía otro objetivo más que el de conocer hombres. El 29 de Noviembre de 1928 entonces, luego de ir y venir de Alemania a Inglaterra, acompañado por su amigo de toda la vida, el poeta y crítico Wystan Hugh Auden, Christopher Isherwood viajó por tercera vez a Alemania sin ticket de regreso. Cuando el oficial de la marina le pidió el pasaporte y le preguntó cuáles eran sus intenciones en Bremen, su primer destino, él respondió: “Estoy buscando un hogar y mi intención es saber si lo puedo encontrar acá”.

La huida hacia Alemania también tuvo que ver con escapar de un ambiente familiar sofocante. Su padre había muerto y su madre ejercía sobre él y su hermano menor Richard una influencia asfixiante. Se esperaba de Christhoper grandes logros en el ambiente académico y sobre todo se esperaba de él una vida que discurriera apacible bajo los parametros victorianos de la normalidad. En su biografía, en la primera entrada que habla de su madre, promediando la página 100, Isherwood dice sobre ella: “Fue en este momento de exploración personal en el cual Christopher se sintió ciego y furioso. Contra casi todo el mundo. Las mujeres son lo que el Estado, la Iglesia, la Ley, la prensa y los médicos me obligaban a desear. Mi madre me obligó también. Silenciosamente y de un modo brutal, mi madre quería que me casara y tuviera nietos para ella. Su deseo era el deseo de casi todo el mundo, y en su deseo estaba mi muerte”.

Es ahí cuando se inicia el intercambio epistolar con Kathleen quien había negado en varias ocasiones la homosexualidad de su hijo mayor. Tiempo después, rememorando en público su experiencia, en una serie de conferencias agrupadas bajo el título de Isherwood on writing. The lectures in California (2007), haría referencia al impacto que tuvo en él y en sus colegas la lectura de Sigmund Freud: “Por esos años, escribí influenciado fundamentalmente por la revolución freudiana. Fue, sin dudas, el mayor evento literario de nuestra época. Para aquellos que son jóvenes puede resultarle imposible imaginar la emoción que tuvimos al recibir las noticias de que nuestros padres eran los culpables de practicamente todo. Era su culpa, y nosotros nunca, nunca los perdonaríamos. Y todo lo que decían sobre la moralidad y la vida era equivocado, acabado y viejo”. Viajar a Alemania respondía a una necesidad de dinamitar todo lazo que supusiera un corral para la exploración de su libertad sexual, y dejar atrás el mundo de su madre.

Sin embargo, la estrategia en las cartas fue otra. Aun no había cortado el cordón edípico y su relación a distancia se basó en una delicada y sugerente tensión invisible atravesada por intereses opuestos. Para Kathleen, la esperanza de que su hijo se “curara la homosexualidad” y regresara a una vida heteronormativa (“ese odioso Berlín y todo lo que contiene” diría ella en su diario). Para Isherwood, el interés de tener un agente que llevase sus cuentas, mantuviera los contactos literarios, le buscara la correspondencia y sobre todo, que le diese dinero. Al desembarcar en Berlín sin una fecha de regreso, Isherwood no tenía recursos. Su tío Henry había muerto, y era su principal fuente de manutención, además de las ocasionales clases de inglés que daba. “Te agradezco mucho que me ofrezcas diez libras para pagar mis deudas", le escribe en 1935 a su madre. Las palabras “dinero”, “chelines”, “deudas” y “libras” aparecen más de 200 veces durante el tiempo que dura la relación espistolar mientras que “madre” o “mama” no rozan las 80 menciones. Un tema que para muchos escritores resulta escabroso o tabú, pero al examinar los géneros íntimos, como cartas o diarios, se vuelve una obsesión constante, ¿cómo equilibrar la escritura con el trabajo? ¿Cómo se gana la vida un escritor?

Isherwood también estaba atento a la circulación de su nombre y de sus novelas en Inglaterra. En los primeros años de su estadía berlinesa, envió una segunda novela, la mencionada The Memorial a todas las editoriales de prestigio recibiendo cartas de rechazo. Su madre fue contenedora de los fracasos y frustraciones en materia de circulación literaria. O bien porque le pagaban poco de alguna revista, o porque no conseguía editor, o porque su libro no fue lo suficientemente reseñado; esos pasajes muestran un estado de vulnerabilidad constante en Isherwood, quien buscaba algún tipo de contención fraternal. Algo que, en cierto modo, contrasta con la imagen que construyó sobre ella en sus novelas y conferencias.

La compiladora del libro, Lisa Coletta, señala en el prólogo del mismo que en esos detalles, y no en las caracterizaciones ficticias, es donde está el verdadero nudo de la relación madre e hijo: “No escribió (las cartas) para dramatizar su persona ni dar cuerpo a una trama –aunque las une un maravilloso hilo narrativo–, sino para comunicarse inmediata y directamente con ella.” En una carta en donde le pide ayuda, dice: "No sé lo que habría hecho sin ti". Le confiesa que no está escribiendo tanto como quisiera. Le pide que le envíe por favor libros de Balzac (“Es lamentable que no haya una edición completa de los libros de Balzac en inglés”). Se queja del surrealismo, tan de moda entre los poetas (“El gran error que la gente comete con el surrealismo es querer entenderlo”). Más pedidos administrativos (“¿Podrías preguntar en el banco cómo está mi cuenta?”). Ante la hipotética pregunta por su cumpleaños número 36, él responde lacónico: "Mi cumpleaños fue muy bien. Ojalá hubieras estado".

Simulación y estrategia, esas fueron las dos constantes en la escritura de las cartas a su madre mientras recorría las calles polvorientas de Berlin explorando su sexualidad en los bares y cabarets de la noche alemana. Las omisiones se hacen evidentes: más allá de su gran amor alemán, un chico llamado Heinz Neddermeyer, no hay detalles sobre los encuentros furtivos y hay escasas menciones a amoríos. Tampoco prolifera en su relato una indagación psicológica sobre los placeres fugaces. Es como si en las cartas Isherwood hubiera depurado la técnica de sus novelas por venir, que lo volverían mundialmente famoso y un éxito de ventas, especialmente en las dos novelas Adiós a Berlín (1939), adaptada al cine por Bob Fosse en la multipremiada Cabaret, y Mr. Norris cambia de tren (1935). Técnica que vinculó, como señala el escritor David Lodge, el punto de vista ascético y escenográfico del último Henry James con los encuadres de la fotografía y el montaje cinematográfico (luego sería abducido por la tentación de trabajar como guionista de Hollywood). Son recordados los primeros párrafos de Adios a Berlín, párrafos de los que el propio Isherwood renegó años después: “Mis ojos son una cámara. Camino pasivo, grabando. Sin pensar.”

En ese modo de observar, depurado en las cartas con su madre, en donde la experiencia y el punto de vista en presente rompen con el modelo de la novela modernista. Las novedades que cuenta en las cartas son las que le permiten filtrar detalles, imágenes, datos cotidanos sobre el ascenso del nazismo al poder. Es ahí donde la estética narrativa de Isherwood toma un giro radical, en un estilo semi autobiográfico, casi documental, atravesado por su mirada parcial que luego ficcionalizaría en un epónico narrador llamado Christopher.

“La situación en Europa está poniéndose muy fea” escribe seis días después de que Adolf Hitler aprobara las leyes de Nuremberg. Acorralado por la situación política en Alemania, huyó junto con su amigo Auden y Spencer a la bella y mística ciudad de Sintra, en Portugal. Lugar que le sirvió como experiencia literaria comunitaria y en donde encontró un refugio para Heinz, un alemán de nariz partida y bajos recursos, que estaba escapando del reclutamiento militar del nazismo. La experiencia duró unos pocos años e Isherwood partió a China en 1938, para escribir un libro junto con Auden, sobre el conflicto chino-Japonés, en un libro titulado Viaje a una guerra. Finalmente, imposibilitado de volver a Europa, logró volar a Estados Unidos, lugar que adoptó como residencia definitiva en la costa del Pacífico.

Abrazó allí las nuevas tendencias del new age y empezó su colaboración con Hollywood. Comenzó a practicar yoga (tema que desarrolló en dos libros) y como muchos intelectuales golpeados por la experiencia de la guerra, se adentró en las enseñanzas de Swami Prabhavananda. Conoció a la comunidad de escritores exiliados y se hizo amigo de Aldous Huxley. Tuvo un nuevo novio, un jóven fotógrafo llamado William Caskey, con quien viajó por Sudamerica y escribió uno de los retratos foráneos más bellos y sinceros sobre del continente, titulado El condor y las vacas (1949). En EE.UU, obtuvo aquello que su madre tanto ansiaba para él: una plaza en la Universidad de California dando clases de escritura. Y comenzó el que sería el último giro de su estética y de su aventura narrativa, un complejo viraje hacia una autobiografía.

Desde allí, también, a pocos meses de llegar a California, le envió a su madre la que sería su última carta para cortar finalmente el lazo edipíco espistolar; una postal de la playa. Parece una broma propia del inconsciente que el escritor que hizo de su narrativa un modo de construir secuencias de imágenes con palabras, haya apostado a una imagen final para despedirse de quien le dio la lengua madre.

 

>Una carta de Christopher Isherwood a su madre

Querida Mamá

Te doy las gracias por el precioso calendario, que me llegó ayer. Es muy bonito. Seguro que me es de gran utilidad. ¡Ay!, el Nuevo Año no ha empezado muy bien para nosotros aquí. Seguimos liados con nuestros pasaportes y no paran de surgir absurdas complicaciones, como que empiezo a dudar seriamente de que nos permitan quedarnos. El otro día tuve una larga entrevista con la policía, que estuvo muy amable pero tremendamente recelosa. Para empezar, querían saberlo todo de H., porque estaban convencidos de que trabajaba secretamente para mí. Tuve que explicarles lo del famoso cambio en su pasaporte. Y me preguntaron: ¿de qué vive entonces? De Alemania no pueden mandarle dinero porque, actualmente, a ningún alemán que viva en el extranjero se le permite recibir más de diez marcos al mes. Tuve que confesarles que yo le pasaba dinero, aunque aclaré, para refutar la teoría de que lo tengo empleado, que era un arreglo entre mi familia y la suya y que tú y su abuela se conocen. Todo esto no les interesó mucho, pero siguieron interrogándome, ahora sobre mi trabajo. ¿Qué escribía? ¿Escribía sobre política? ¿Dónde estaban las traducciones que decía que había hecho? ¿Eran traducciones políticas? Etcétera, etcétera. Yo, claro está, lo negué todo. Al final me dijeron que querían hablar con algún amigo mío danés. Y por eso hoy, Paul Kryger, un amigo nuestro estudiante, ha sido tan amable de ir a hablar con ellos.

Por desgracia, también es joven y parece que no les ha causado mucha impresión. Eso sí, ha conseguido que admitan que sospechan de mí principalmente por motivos políticos. ¿No es fantástico? Sobre todo porque Dinamarca está llena de inmigrantes que dicen serlo por motivos políticos. Desde luego, seguiré protestando y reuniendo a las pocas personas que tengo aquí que pueden responder por mí, aunque presiento que no servirá de nada. Seguramente he perdido la fe en que ningún funcionario vuelva a tratarme con justicia, por muy bien educado que sea. Lo de Harwich me ha escarmentado bastante al respecto. Es posible que los Spender puedan hacer algo. De momento están fuera. Lo peor es que, si tenemos que salir del país, no sé adónde iremos. Desde luego, no a Suecia, porque los policías daneses no dejarán de informar a sus colegas. ¡Qué asco! Anoche fuimos a la ópera a ver Carmen, que estuvo muy bien. Acaba de llegar el nuevo relato de Edward. Me parece buenísimo.

Te quiere, C.