La noción de Imaginario fue tratada por diversos autores en el siglo XX. Fue Lacan el que mejor supo describir el registro de lo imaginario, tanto en la constitución del sujeto como en el orden social.

El Imaginario, a diferencia de lo Simbólico (que es donde la diferencia puede leerse de un modo verdadero) y lo Real --que es lo imposible de simbolizar e imaginar-- tiende a un desconocimiento primordial.

En el Imaginario se borran los contextos, se anulan las diferencias, triunfan las analogías y los sujetos establecen coincidencias y correspondencias que cumplen una función de desconocimiento frente a la realidad. Más que desentrañar la realidad, el Imaginario cumple la función de afirmar, de darle consistencia al Yo del sujeto y nutrirlo de un narcisismo donde cada uno sueña con una falsa completud. Ha sido mérito del filósofo marxista Althusser introducir este registro Imaginario como una clave fundamental de la Ideología, Ideología que trabaja para los egos y para el brutal "narcisismo de las pequeñas diferencias" ( la expresión pertenece a Freud).

En el Imaginario, el Yo se confirma en su narcisismo en la misma proporción que aumenta su desconocimiento. Actualmente, en el escenario político argentino tenemos un ejemplo consumado sobre el modo en que el Imaginario y el narcisismo de las pequeñas diferencias intervienen en esta distorsión narcisista. Y esta vez me refiero a lo que sucede en nuestro propio campo nacional y popular. Ya en su día pude comprobar este mismo estrago en la experiencia de Podemos. Circulan análisis, comentarios en las redes, conversaciones donde todo se confunde en aras de confirmar al Yo en su posición de falsa autonomía.

Baste como ejemplo la facilidad con que se establece que Alberto es Alfonsín y no es un kirchnerista "puro" o que Alberto no es Cristina. En esta infatuación del Yo se borra la historia, los contextos, las circunstancias concretas y solo queda como resultado un Yo muy contento de haberse conocido ignorando y no discriminando las diferencias simbólicas. Las diferencias, cuando son simbólicas, son más difíciles. Exigen determinar las coyunturas, lo que está en juego en las mismas y los recursos que las historias actuales permiten para poder de verdad incidir en la realidad.

El narcisismo de las pequeñas diferencias introduce algo más grave que las llamadas luchas por el poder. Los sujetos son capaces no solo de destruir al otro, sino de destruirse a sí mismos con tal de mantenerse en su razón. El problema que se vislumbra en todo esto es que parece un problema actual de los campos nacionales y populares o progresistas que al no disponer como en otros tiempos de teorías que permitan aperturas simbólicas, finalmente desencadenan un imaginario compulsivo que desea fracasar frente a su posible éxito, el que por estructura es siempre limitado. Mientras tanto, las ultraderechas esperan desde otro lugar: desde las certezas absolutas que proceden de su identificación con el Poder y la pulsión de muerte que alimenta su odio.  Esto no es Psicología, es un esbozo de la teoría de la Ideología.