Argentina, como casi todos los países del capitalismo moderno, es una economía endeudada con el resto del mundo. Pero, a diferencia de la mayoría de los demás países, no logra dar señales de solvencia externa en las últimas décadas y termina en recurrentes episodios de insolvencia y renegociación compulsiva de sus compromisos, cuando no directamente en default.

La pregunta básica a responder es qué señal de solvencia tendría que dar para no caer en estas situaciones de desconfianza que desencadenan la fuga de capitales y las crisis cambiarias, con los efectos recesivos e inflacionarios a la vez (estanflación) que ya se conocen.

Hay quienes creen que esa señal de solvencia debería ser la de alcanzar de manera permanente un superávit comercial externo, que equivalga por lo menos a los intereses de la deuda externa y que, para que ese superávit no genere un desequilibrio entre oferta y demanda interna, el Estado también tendría que generar un superávit fiscal equivalente. 

Esta idea de los superávits gemelos, derivada del esquema conocido como modelo de las tres brechas en el análisis macroeconómico, adolece de algunas inconsistencias e inconveniencias.

Primero conviene explicar en qué consiste la lógica macroeconómica de los superávits gemelos

El superávit comercial con el resto del mundo implica que una parte de lo que se produce no queda disponible para la demanda interna ya que se exporta por encima de lo que se importa. Si no se quiere que esa menor disponibilidad de bienes sea demandada en el mercado interno, porque ya no estará disponible, habrá que neutralizar una parte equivalente de los ingresos que se generaron en el proceso productivo mismo, y para eso hay dos opciones: se ahorra (las personas) más de lo que se invierte (las empresas) o el Estado tiene que recaudar más de lo que devuelve a la demanda final como gasto público.

En cualquiera de estas dos opciones, la mirada estática del equilibrio macroeconómico llevaría a la conclusión de que cualquier país endeudado con el resto del mundo estaría condenado a no disponer en el mercado interno de la totalidad de lo que produce y, por lo tanto, tener un nivel de vida inferior a lo que es capaz de producir.

Si se le agrega que la economía argentina en lugar de superávits tiene normalmente déficits gemelos, de comercio exterior y fiscal, de esta forma se esta poniendo una vara tan alta que parece inalcanzable. Lo interesante es saber que esta meta no es necesaria, aunque la más lógica de sólo equilibrar el balance comercial externo también sea difícil de alcanzar.

Deuda/PIB

Los países, como las empresa, no tienen como objetivo cancelar o reducir necesariamente su nivel de endeudamiento. Una señal de solvencia que conformaría a sus acreedores es que su nivel de endeudamiento no crezca como proporción (porcentaje) de su volumen de negocios, en el caso de las empresas, o de su nivel de actividad económica, medida por el Producto Interno Bruto, en el caso de los países. 

Si, tanto las empresas como los países, van aumentando su endeudamiento en valor absoluto, pero sin incrementar el porcentaje de esa deuda con respecto a su volumen de negocios o de actividad, no habría motivos para que los acreedores se pongan nerviosos.

Más aún, hasta podría ser que los oferentes de fondos estuvieran dispuestos a admitir un incremento transitorio de la ratio de endeudamiento si es para financiar proyectos que aumenten a futuro las ganancias de las empresas o la tasa de crecimiento de un país.

¿Qué se deduce de este razonamiento? 

Si un país puede mostrar una tasa de crecimiento equivalente al porcentaje de los servicios (intereses) de su deuda no es necesario que tenga un superávit comercial externo equivalente a esos servicios porque, capitalizándolos en renovaciones sucesivas, mantendría el mismo porcentaje de endeudamiento con relación a su PIB. Y no habría razón para que los acreedores tuvieran dudas sobre su solvencia futura, sobre todo porque los oferentes de fondos no quieren recuperarlos sino mantenerlos siempre colocados para obtener más ganancias.

Algunas cifras sirven para entender este razonamiento conceptual. En el cuarto trimestre de 2019, últimos datos disponibles del Indec, el stock total de deuda externa, pública y privada era de 282.000 millones de dólares, de los cuales 212.800 millones correspondían a deuda financiera y el resto a inversiones directas de empresas extranjeras.

Sobre un PIB estimado para ese período en 427 mil millones de dólares, el porcentaje de endeudamiento externo total era del 66 por ciento y el de endeudamiento sólo financiero de casi el 50. Por su parte, los servicios de la deuda financiera sumaron en ese lapso 16.998 millones de dólares, lo que significa una carga anual del 8 por ciento sobre el stock de deuda financiera.

Si se lograra crecer a un ritmo promedio del 4 por ciento anual durante diez años, el PIB se incrementaría en ese lapso 48 por ciento. Y si en ese período se refinanciara los intereses de la deuda externa financiera al 8 por ciento anual promedio, capitalizándolos en esa deuda, la misma crecería en el mismo lapso 116 por ciento, con lo cual pasaría a representar casi el 73 por ciento del PIB en vez del 50 por ciento original. Mucho antes de que eso sucediera habría acreedores que retirarían sus colocaciones por el riesgo de insolvencia que implicaría.

En este caso, la única señal de solvencia externa sería la de lograr un superávit comercial externo y su correlato fiscal de al menos el 4 por ciento del PIB anual para poder mantener el mismo ratio de endeudamiento externo. Este sacrificio innecesario se evitaría con servicios de la deuda externa que no superaran la tasa de crecimiento del PIB.

La cuestión de fondo

De todos modos, una cosa es no necesitar superávit comercial externo y otra es tener déficit cada vez que se reactiva la economía para alcanzar el pleno empleo

Este problema, derivado de lo que Marcelo Diamand caracterizó como Estructura Productiva Desequilibrada (EPD), que lleva a que las importaciones crezcan a mayor ritmo que las exportaciones cuando la economía se acerca al pleno empleo, es el problema de la restricción externa.

Entonces, para dar señales de solvencia externa no tienen que suceder al menos dos cosas: 

1. Aumentar el endeudamiento como consecuencia de déficits comerciales recurrentes y permanentes.

2.  Con equilibrio sostenible del comercio exterior, el porcentaje de servicios (intereses) de la deuda no supere la tasa de crecimiento de la economía en pleno empleo.

Así se llega entonces al planteo que exponen los economistas sobre la condición necesaria y la suficiente para lograr alguna meta

La condición necesaria para dar señales de solvencia externa es resolver la restricción externa por la variante positiva, es decir logrando que las exportaciones crezcan como para poder tener equilibrio comercial externo con pleno empleo de capacidad productiva y mano de obra y sostener el equilibrio cuando esa capacidad crezca, lo que implica que las importaciones no deben crecer a mayor ritmo que las exportaciones en esa situación.

La condición suficiente es que los intereses de la deuda externa sean iguales o menores en porcentaje a la tasa de crecimiento de la economía, para lo cual resulta crucial el logro de esa meta en la renegociación de la deuda que está llevando a cabo el gobierno de Alberto Fernández, en la cual se plantea precisamente tasas de interés a largo plazo por debajo del 4 por ciento. 

Esta estrategia no es entonces una estrategia de coyuntura, sino la condición suficiente para no necesitar a futuro sacrificar una parte de lo que se produce para pagar intereses exagerados. 

Sin alguna de esas dos condiciones no hay posibilidades de dar señales adecuadas de sostenibilidad del endeudamiento externo y la economía estaría condenada a seguir como hasta ahora: pare y arranque (stop and go) en la actividad económica y crisis recurrentes de financiamiento con riesgos periódicos de default.

Cumpliendo con estos objetivos estratégicos en la renegociación de la deuda no se necesitan ni son convenientes los superávits gemelos porque, lejos de ser una señal de solvencia, son no sólo un sacrificio económico inútil para la sociedad, sino que además no dejan de ser una señal de debilidad: la de un país que necesita sobreactuar para que le crean que podrá pagar.

* Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, subcoordinador de la carrera de Economía.