La sinopsis oficial dice que “Mucho mucho amor es un documental sobre el psíquico más famoso del mundo, gurú puertorriqueño del horóscopo que llegó a tener 120 millones de espectadores de habla hispana prendidos al televisor durante 50 años. Comenzó en los 60 en la TV de su país y descolló en los 90 desde Miami. Para quienes no sabíamos de la existencia de Walter Mercado ya que más allá de una visita al living de Susana Giménez como uno de sus "casos fenómeno",  la Argentina no integró la platea del mercado latino, no es la nostalgia ni su curriculum lo que nos lleva a apretar Play en el menú ampulosamente "diverso" y "correctísimo" de Netflix. 

Lo que nos lleva a mirarlo son sus manos que mueve hacia nosotros con aire andaluz, su vehemencia tonal a lo Federico Klemm; los anillos pesadísimos, uno o tres en cada dedo, que dejarían a Pepe Cibrián hecho un despojado. Es su rostro calcado punto por punto del rostro de Carolina Herrera; el peinado que cita a July Andrews en su madurez y a tantas viejas clientas de peluquerías ”de cercanía”, término que remplazó al barrio ahora que la situación pandemia nos condena a la invisibilidad y a las crenchas.

Desde las orillas políticamente correctas y anti binaristas del siglo XXI, dos jóvenes cineastas, segunda generación de latinos en Miami, emprenden un rescate amoroso de este personaje que asocian con su propia infancia. Es una golosina, un personaje de una telenovela, el estribillo de una canción. Proponen captar la atención del público presentando un misterio típico de las series documentales que ofrece la plataforma:  ¿Por qué un buen día se esfumó Walter Mercado? ¿Adónde se fue? Pero este supuesto gran misterio muy pronto se devela insignificante comparado con lo que no se dice ni se dirá. Lo que magnetiza hoy es lo mismo que magnetizó a su audiencia: cada pequeño gesto de este señora/señor, verlo en su vestidor, verlo tomando el té, dándole masitas secas a su perrito, exigiendo sus infinitos complejos vitamínicos asistido por un secretario fiel y gay. El cuadro familiar tiene a este divo en el centro, acompañado por el ángel personal y una corte de sobrinas maduras que vienen a ocupar el lugar de madres, hermanas y tías que el imaginario de un continuum homosexual impone. 

Definitivamente, el documental de Walter Mercado cuenta mucho más de lo que promete: es un arqueología del closet y puesta en escena, en carne viva, de las complejas y personalísimas formas que tiene y tuvo la gesta de la corrosión de los géneros, entendidos como opuestos, complementarios, juego de damas y caballeros. Los documentalistas van hasta Puerto Rico, ingresan a la mansión de un hombre que niega haberse retirado pero tiene todos los tics de las divas frente al olvido inminente. No consiguen que responda a sus preguntas pero a cambio consiguen traer hasta el presente a un dinosaurio ¡vivo! de la cultura queer. ¿Un hombre o un maniquí? Las preguntas que signan la brutalidad con que comienzan y siguen todas las biografías rebotan contra la seda y el brocato de sus capas bordadas: ¿Nena o nene? ¿Delicado o amanerado?  ¿Una mujer o una señora? ¿Transexual y no lo sabe? ¿Género fluido o un invento nuevo? Walter Mercado, que contestó a todas estas inútiles cuestiones con su cuerpo y ni una palabra más, ahora se nos aparece como ese eslabón perdido entre el retrato de Oscar Wilde que tiene en su aparador y el público queer que lo reconoce como un adelantado y como su prehistoria.  

La osadía y también el individualismo de Mercado, que se hizo de espaldas a todo actvismo lgbt, le agrega un capítulo al gran trabajo de Eve Kopsovsky Sedgwick, Epistemología del armario, donde se pone en cuestión los límites entre lo que se ve, lo que se oculta y lo que se quiere ver no necesariamente por voluntad de quien está adentro del closet sino por aquellos que impiden la salida decidiendo no ver lo que ya saben. le agrega una página al gran trabajo de Carlos Monsiváis, El closet de cristal ,donde defiende el derecho a no "confesarse" sobre todo cuando la "salida" resulta lejos de una liberación, una nueva prueba de la examinatoria heterosexista. Se dirá que Mercado era una loca a la antigua. Bueno, que se diga. Pero entonces habrá que revisar el concepto de antiguedad. 

Sexoterismo para toda la familia

La historia comienza con un compilado de escenas donde se lo ve yendo de Aries a Piscis, poniéndole garra a decorados inverosímiles del siglo pasado, tan ampulosos como dudosos , igual que sus predicciones donde la parafernalia astrológica se rinde al servicio del optimismo, un coaching express para una población sufrida y considerada desde el norte, que también lo consumía, propensa a la superstición y a la pavada. Una de las claves del éxito Mercado es que nunca daba pronósticos adversos. Para él todos los signos eran fabulosos y a todo el mundo le iba a ir bien. Según la codirectora del documental, Cristina Constantini,  “no podemos recordar un momento en que el no estuviera en televisión. Nuestras familias veían las noticias y al final del noticiero llegaba Walter Mercado. Nuestras abuelas nos hacían callar para poder escucharlo.”

Ni muy santo ni completamente impostor: acertó y falló el mismo número de predicciones. Dijo que se moría la monja Teresa de Calcuta y se murió. Dijo que el empresario Donald Trump tenía corta vida política, y ya sabemos lo que pasó. Los documentalistas dejan afuera esta data así como  sus más engorrosas "agachadas": en los últimos años, retirado a la fuerza, llegó a decir que Jesús le había encomendado la continuación de la Biblia como avance de un libro que desgraciadamente no llegó a escribir. Llegó a presentar a una modelo brasileña como su novia, como avance hacia una normalidad que nunca visitó.

Así como Mercado no ha sido la única loca en la Tierra, tampoco es el único maestro de las constalaciones. Integra un elenco universal de un género muy poco explorado por la crítica y sobre todo por la lectira queer:  el esoterismo televisivo que siempre admitió (o exigió) una estética y una mística con base en algún misterio sexual. Por dar sólo dos ejemplos entre los próceres locales, recordemos que el nombre de Horangel es una fusión entre Horacio y Angela, los nombres del astrólogo y su esposa. Y que la misteriosa húngara Lily Süllos, terminó su vida con un pacto de suicida con su hermano de quien, se rumoreaba, era inseparable. “Creo que nuestro amor por Walter está muy vinculado a nuestro amor por nuestras abuelas. Yo siempre digo que mi abuela tiene la misma edad y el mismo corte de pelo que Walter” concluye la directora. “Fue la primera persona abiertamente gay que vimos, fue nuestra primera interacción con la astrología” dice Kareem Tabsch, gay, con familia de origen cubano y codirector del film.

El astrólogo des/generado

Nació en 1932 y vivió en una época donde la edad era tan tabú como ser gay. La edad lo sigue siendo. Lo veían viejo y entonces le preguntaban cuántos años cumplía. Lo veían raro y entonces le preguntaban sobre su sexualidad. Responde a lo primero con un gastado latiguillo de diva: “entre 50 y la muerte” y a lo segundo con una batería de clisés. La insistencia de los preguntones es tan poco original como sus respuestas: soy asexual, hago el amor con mi ropa, con las flores, con la vida, canalizo con mi público… Walter Mercado es un  diccionario viviente de la loca que incluye la sabia respuesta de Juan Gabriel, “lo que se ve no se pregunta” hasta el  “antes muerta que sencilla” de la diva española. 

Durante toda su vida debió tolerar la pregunta ensañada con “lo que se ve”. “¿Le molesta que le pregunte sobre su sexualidad? ¿Nunca encontró una mujer en su cama? ¿Nunca tuvo sexo?” En YouTube están las entrevistas que padeció durante sus 50 años de gloria. Nunca abrió su closet. Es cierto, que igual que Liberacce en sus atuendos, se negó rotundamente a hablar en nombre de una comunidad  en tiempos donde el sida hizo de la la salida del closet una cuestión política, generosidad entre pares, cuestión de vida o muerte. Pero hoy sería muy desconsiderado y un error, afirmar que vivió adentro de ningún placard.  Walter Mercado se tiró el closet encima. Su patrimonio cuenta con unos 1300 trajes y capas que flameaban al ritmo de la frase con la que cerraba sus shows y ahora da título al documental: “Reciban mucha paz de mí, pero sobre todo: mucho, mucho, mucho amor.” No sabemos cómo resignificó la injuria - esa marca de nacimiento de la homosexualidad- que sufrió públicamente convertido en objeto de burlas en programas que se colgaban de su éxito. Pero en cambio queda claro hasta qué punto se apropió de su parodia. Walter es Walter y todas las imitaciones posibles, él es su propia exageración, el desborde en persona, su caricatura más cruel.

La aparición de algunos  testigos/comentaristas en el documental, igualados a la fuerza  por la admiración, licúa el conflicto que encarna su figura en un plano políticamente correcto y en una armonía que jamás existió. Un joven activista lo ensalza como un modelo, llega a comparar sus capas con las de un super héroe. Y uno de sus más crueles imitadores pretende que la ridiculización que hizo de él durante años, fue en realidad la expresión de un sentido homenaje. Para ambos discursos, igualados sin historia y sin conflicto, cabe la misma pregunta: ¿Entonces lo que pasó no pasó? Por lo pronto el cómico imitador mexicano, Eugenio Derbez, ya recibió su merecido en redes donde una multitud salió a poner en evidencia su versión libre de la palabra "homenaje " y a poner en discusión lo que se entiende antes y ahora por "sentido del humor".  

Es muy posible que los creadores de Mucho mucho amor se hayan visto tentados de lograr revelar "su gran secreto" y ante su reticiencia optaran por contar otra cosa. Cómo fue que un buen día el pobre Walter perdió el derecho a aparecer en televisión y a usar su propio nombre devenido en marca registrada por otro. ¡El vidente firmó un contrato sin mirarlo! Y el mismo agente que le había hecho ganar una fortuna se quedó con su marca. Pero de esto tampoco quiere hablar Walter. ¿Lo cegaba el amor? Búsquenlo todo en sus silencios y en las cejas que levanta como un subrayado o una tachadura de cada afirmación. De todas formas, esa prohibición de nombrarse, no deja de emparentarlo con una realidad de las existencias trans previa sanción de la ley de identidad de género. 

De pronto, sin que se escuche la pregunta, Walter responde: “Desde que nací supe que no era como los demás. Cuando veía otros niños sabía que yo tendría otra vida. Mi hermano montaba a caballo todo el tiempo, plantaba caña de azúcar, se iba al campo con mi padre.  Yo me quedaba en casa con mamá leyendo. Mi madre me decía: si eres diferente, no te preocupes de eso. No dejes de serlo. Ser diferente es un don. Ser igual es lo común". Y cuando se supone que luego de este relato cñasico del nilo diferente viene la confesión tan buscada, la conclusión se pone la capa de seda:  "En ese momento decidí que crearía en mi una persona famosa, que todo esto resultaría en algo importante" En esta declaración, entre esquiva y meritocrática, está encerrada toda una historia y un orgullo de autoconstrucción. Walter Mercado se demuestra en este último show, mágicamente capaz no tanto de adivinar el futuro como de seguir comunicándose con el.