Desde Barcelona

UNO Como criatura mitológica en friso antiguo, en bestiario medieval o en cómic de la Gran Depresión que ahora vuelve: seres mixtos, mitad de esto y parte de aquello. Así está Rodríguez a orillas de raras vacaciones '20 luego de tanto raro tiempo vacante: saco y camisa y corbata en reunión telemática con clientes y --de cintura para abajo--chándal o calzoncillos o au naturel donde el ojo de la cámara, espera, no alcance a ver o revelar.

Y ya todo se va re(a)normalizando. Y qué raro que ya era el poder salir no porque no haya virus (se sale no de la pandemia sino con la pandemia) sino porque ya hay sitio en los hospitales siempre y cuando no se potencie lo que la Consejera de Salud de Cataluña ya define como "momento horroroso de complejidad". Así, de pronto y de nuevo y "paso previo a medidas más drásticas": sugerencia "a voluntad" de "no salir de casa a no ser que sea estrictamente necesario".

Tarea para el hogar: definir "sugerencia", "voluntad", "estrictamente", "necesario".

DOS Y no es fácil mantener enmascaradas distancias seguras en oficinas breves. Así que rotar elenco y alternar el escritorio con mesa de cocina/comedor o laptop sobre rodillas, aún más de rodillas.

Y al principio, claro, fue la sensación del ya-no-tener-que-ir-a-trabajar. Pero enseguida se descubrió que ese oasis era espejismo. Y que (promedio de dos horas extra no pagas al día) se trabaja más que nunca. Y que se ha perdido lo más importante de toda jornada laboral: salir del trabajo.

TRES Ahora, de pronto, el proceso se ha "agilizado" y el covid-19 ha actuado como acelerantede la movida. Así, algunos regresan como visitando museo del pasado reciente donde mantienen reuniones por Zoom a pocos despachos de separación. Pero Microsoft y Amazon y Facebook y Google --los dueños del mundo-- ya han autorizado a sus huestes a que sigan desde casa el resto del año. Y Twitter ha más que sugerido que no hace falta que se vuelva a sitios que solían frecuentarse. Y ya se calcula que el 40% de la población laboral europea --el 60% en los países del norte-- se ha puesto a ello. En España se pasó del 4,8% al 34% en un contexto en el que sólo el 25% de las firmas y marcas y apenas uno de cada tres trabajadores estaban preparadas y listos para dar el gran saltito. Aun así, el 95% de las empresas españolas debieron ponerlo en práctica por obligación a partir de los sin vuelta idus de marzo. Y ya se ha sabido que el 56% de las firmas locales o con base en la península se ha propuesto revisar "estructuras". Sí, las grandes-medianas-pequeñas empresas comprobaron lo que ya sabían: no hace falta tanto costoso espacio físico. Y, si se lo piensa un poco (y en eso están pensando más y más) tampoco hacen falta tantos empleados con beneficios a cargo del amo --café, vacaciones, sanidad y romance compañeril-- cuando se puede contar con mercenarios distantes pero dispuestos a lo que sea y de los que ni siquiera hará falta aprender sus apellidos. Muy pronto The Office será algo así como ciencia-ficción retro (lo mismo el no hace mucho estrenado y enseguida cancelado Job Interview: S&M reality show cuyo premio era "el trabajo de tus sueños"). A partir de ahora, todo va a ser más parecido a faenar en el Overlook de The Shining del lento Kubrick (y no del veloz King) por estos días festejando cuarenta años de desocupación y con el poseído autónomo Jack Torrance tecleando una y otra vez la misma frase en un hotel sin turistas pero con fantasmas.

CUATRO Así, la idea es acabar con la cultura del presentismo vacuo y suplirla por la del ausentismo omnipresente. Y ya se conocen algunos de sus bajísimos y sombríoshighlights: dolores por falta de mobiliario ergonómico, pérdida de masa muscular, dificultades al hablar, desgaste ocular, trocanteritis (inflamación del fémur por andar todo el día en pantuflas), ennui en las obligatorias "micropausas", la familia como ruido blanco (incluyendo a hijos telealumnos en clase de maestros teletrabajadores), emails y videoconferencias a cualquier hora, piyamas que deben ser casi extirpados, temor a estar siendo rastreado por rastreras y tóxicas entidades invisibles. Y así lo que se vendió como flexibilidad resulta ser rigidez. Y los sindicatos susurran que va siendo tiempo de legislar eso del derecho a la desconexión más allá de borroneados borradores. Y la patronal gruñe y amenaza con contratar lejos y más barato. Y Rodríguez sonríe que, de asumirse teletrabajador, será lo más cerca que jamás estuvo de llevar su deseada vida de escritor.

CINCO Y no dejan de recomendarse "métodos" para la reorganización de lo laboral en doméstico. La llamada Técnica Pomodoro (grandes tareas en pequeñas secciones, como añadiendo ingredientes para una salsa); la Regla de las 10.000 horas de Malcolm Gladwell; la aplicación de apps que ayudan a la concentración como Focus To-Do, Tide, Be Focused/Focus Timer. Y, claro, Rodríguez no se ha concentrado en ninguna. Tampoco presta mucha atención a los que celebran que el teletrabajo significará ahorro en medio de transporte (y de 10.000 euros por empleado para sus empleadores) y reducirá impacto contaminante sobre medio ambiente. O a los que alertan sobre efectos de aislamiento social y pérdida de interactuación con seres a veces más queridos que los seres queridos. O al que las encuestas en España revelen que solo 4,5 trabajadores de cada 10 querría seguir teletrabajando en su oficina, dulce oficina hogareña. O a que un 13% sigue yendo a trabajar con síntomas de covid. ¿Por qué? Sencillo: por miedo a quedarse fuera del adentro y porque no les gusta mucho el sitio donde viven y por el que sudan una hipoteca cuyo pago se hace cada vez más hipotético. De ahí que aún prefieran salir del ascensor como quien entra a una plaza de toros para triunfal paseíllo y cortar orejas o ser arrastrado a enfermería corneado a traición por coleguita o, incluso, sentir ese pálido sudor frío cuando llama Dirección para vaya a saberse qué pero sospechando que el nombre propio ya no figura en cartel de corridas sino en listas de los a correr.

SEIS Y de aquí a unos años llegará nueva epidemia para la que nadie buscará vacuna: La Singularidad y adiós al 50% del trabajo humano y hola a máquinas sin tanto trauma personal y conflicto profesional. Y las oscuras golondrinas a volver serán encandiladores buitres volando en círculos.

Mientras tanto y hasta entonces, encomendarse a borrascosas cumbres abismales y continentales, ponerse el piyama de trabajo, negociar cada uno lo mejor que pueda (¿quién pagará la electricidad y ordenadores y wifi?) y rezar porque Zoom no incluya pronto función automática de teledespedido para teledesempleado.

"Salimos más fuertes" fue el slogan de publicidad gubernamental ocupando (por una vez todos de acuerdo en la misma mentira) la costosa primera plana de todos los diarios.

Pero en verdad lo que más preocupa a Rodríguez (en estas últimas tardes con nadie, encerrado con un solo juguete, diciéndose caído pero que un día volverá; cada vez más débil, fuera de sí y, por momentos, horrible) es si pronto quedará algún sitio donde meterse trabajosamente que no sea la propia/alquilada casa y allí --de 9 a 5 aunque hasta el infinito y más allá-- sentirse tan en pelotas.