La portuguesa                                    8 puntos

A Portuguesa; Portugal, 2018.

Dirección: Rita Azevedo Gomes.

Guion: Rita Azevedo Gomes, basada en el relato homónimo de Robert Musil.

Música: José Mário Branco.

Fotografía: Acácio de Almeida.

Intérpretes: Clara Riedenstein, Marcello Urgeghe, Ingrid Caven, Rita Durão, Pierre Léon, João Vicente de Castro, Luna Picoli-Truffaut, Manuela de Freitas.

Duración: 136 minutos.

Estreno: en la plataforma Mubi.

Pocos obstáculos son más difíciles de superar para el cine que se reconoce como moderno que abordar –con imaginación, con rigor, con originalidad-- el pasado más remoto. Esa enorme prueba es la que se impone la directora lusitana Rita Azevedo Gomes (ver entrevista aparte ) y de la que sale más que airosa en La portuguesa, su magnífica adaptación de un relato poco conocido del escritor austríaco Robert Musil (1880-1942).

Aunque el film deliberadamente omite las coordenadas precisas, la acción transcurre en el norte de Italia, en el siglo XVI. El caballero Von Ketten está ávido por volver al campo de batalla, que parece su único hogar, como lo ha sido siempre para sus ancestros. Un año de luna de miel con su flamante esposa le resulta demasiado. “Mi amor por usted es mucho, pero más lo es por la guerra”, le dice a su bella portuguesa, a quien urge a regresar a palacio. Pero contra toda advertencia, ella se empeña en esperarlo –años si fuera necesario-- en un castillo familiar abandonado, unas ruinas ubicadas en lo alto de un peñasco tan inhóspito que todo a su alrededor resulta lejano, misterioso. Allí vivirá esa portuguesa una existencia solitaria, estoica pero nunca resignada, un exilio autoimpuesto con el que forja su espíritu de un modo equivalente al que Von Ketten templa su espada.

La portuguesa es un film austero, hecho de silencios, de prolongados planos generales, de inspiración netamente pictórica. Nada hay de naturalismo ni en su puesta en escena, que jamás aspira a una reconstrucción de época realista en términos escolares, ni en el trabajo con sus actores, a quienes rara vez concede un primer plano y a los que prefiere moverlos a la manera de figuras en un paisaje. El riquísimo universo referencial de la película puede ir de la pintura medieval a la renacentista e incluso hasta el romanticismo, pero ese eclecticismo, lejos de dispersar estéticamente al film, por el contrario le confiere una rara unidad, como si la directora Azevedo Gomes hubiera encontrado en la tradición figurativa de la que se nutre todas aquellas líneas que tienen en común y que le sirven para dar cuenta no tanto de las escasas peripecias de sus personajes como de sus estados de ánimo.

En este sentido, La portuguesa es un film romántico, en el sentido germánico del término. La naturaleza vuelve a ser una metáfora del espíritu. “Las montañas, cubiertas de bosques, creaban tal desorden en el paisaje que, para quien sólo conocía las olas del mar, esa confusión resultaba indescriptible”, escribe Musil sobre esa enigmática, altiva portuguesa. Y Azevedo Gomes encuentra siempre la traducción precisa de esas palabras. La belleza visual de su película nunca se permite el facilismo de la postal, sino que aspira a interpretar las señales del mundo.

En relación con La portuguesa, se han mencionado ilustres antecedentes, como La marquesa de ‘O (1976), de Eric Rohmer, basado en un relato de Heinrich von Kleist, el cine de Straub-Huillet, o el de las incursiones históricas de Jacques Rivette. Parece más preciso sin embargo asociar al film de Rita Azevedo Gomes con el mejor linaje del propio cine portugués, de Manoel de Oliveira a João César Monteiro, pasando por Paulo Rocha y João Botelho. Y al que ella se suma en pleno derecho. No por nada su notable director de fotografía, Acácio de Almeida, trabajó con todos ellos, dejando siempre una impronta común. Otro tanto debe decirse de Agustina Bessa-Luís (1922-2019), una de las máximas figuras de la literatura portuguesa del siglo XX, colaboradora habitual de Manoel de Oliveira y quien preparó para Azevedo Gomes unas carillas con los pocos diálogos que se escuchan en La portuguesa.

Una paradoja tanto del relato de Musil como de la película de Azevedo Gomes es que a pesar de su título, se sabe más de Von Kettern que de la protagonista, a quien sólo se menciona como “la portuguesa”. Se podría decir que a pesar de permanecer fuera de campo durante buena parte del film, él es un personaje prosaico (“La paz es mi enfermedad”, dice cuando un extraño mal lo aqueja) mientras que ella en cambio es siempre poética, misteriosa, ininteligible como un oráculo, al que hay que interpretar.

La única nota discordante del film pareciera aquella que la propia directora llama “una disonancia”: la legendaria actriz y cantante Ingrid Caven, que encarna un personaje fuera del tiempo, una suerte de Angel de la Historia al modo de Walter Benjamin que comenta ocasionalmente los hechos y que con su sola presencia pareciera querer reconstruir las ruinas del mundo. Sería un lazo con el presente, que quizás el film no necesita. 

* El relato "La portuguesa" (1924), de Robert Musil, en traducción de Mario Benedetti, puede leerse aquí