La familia del soldado                6 puntos

Father Soldier Son; EE.UU., 2020.

Dirección y guion: Leslye Davis y Catrin Einhorn.

Duración: 99 minutos.

Estreno en Netflix.

Diez años en la vida de un padre y las de sus hijos. Así podría comenzar una sinopsis de La familia del soldado, primer largometraje de Leslye Davis y Catrin Einhorn, cuyo proyecto fue financiado por el periódico The New York Times, donde ambas se desempeñan como periodistas. Lejos de la diatriba furibunda contra el sistema militar estadounidense y su histórica política intervencionista, el documental tampoco es una exaltación del patriotismo ciego y la masculinidad arquetípica como modelos de conducta personal y social. De hecho, es de agradecer que las documentalistas no se hayan dejado seducir por las sentencias y hayan optado, en cambio, por poner en el centro la humanidad del protagonista (de los protagonistas). Las primeras escenas –luego de que la voz en off del presidente Barack Obama anuncia el despliegue de otros 30.000 soldados hacia las zonas de combate en Afganistán– describen el reencuentro del joven sargento Brian Eisch con sus hijos, de doce y siete años, luego de pasar seis meses en el frente. El afecto contenido es enorme y las lágrimas afloran fácilmente.

Separado de su mujer y con la tenencia de los menores, la vida de Eisch no es nada sencilla, ni en el plano emocional ni en lo concreto del día a día. No pasará mucho tiempo hasta que el militar deba volver a sus deberes, pero el siguiente regreso a casa no será nada sencillo: una escaramuza con los talibanes tuvo como resultado una grave herida en una de sus piernas. El cuerpo del soldado comenzará a cambiar. Además del consiguiente aumento de peso, un detalle nada menor: parte de la depresión psicológica estará relacionada con la transformación de ese templo físico, antes cultivado metódicamente, en una suerte de pesada carga. La pregunta no es explicitada, pero el film pone en tensión el interrogante acerca de qué es ser un hombre.

La familia del soldado fue rodada a lo largo de una década y es evidente que Davis y Einhorn lograron la más absoluta confianza de la familia a la hora de registrar la intimidad. La lucha por superar las limitaciones físicas va acompañada de una ardua recuperación emocional. Las entrevistas cándidas con la nueva pareja y los hijos de Brian –uno de ellos transitando la adolescencia– señalan las dificultades de la convivencia. A donde sea que vaya, Eisch luce remeras y gorras con inscripciones referidas a su condición de excombatiente, al mismo tiempo orgullo y reflejo de la mutilación. A los doce años, el menor se plantea seguir la profesión de sus antepasados, nuevo recordatorio de que la carrera militar es una opción muy respetada por una parte de la población de los Estados Unidos. “Si hacés las cosas bien, te promueven”, dice el padre.

Si La familia del soldado fuera un trabajo de ficción, la tragedia que sobreviene durante el último tercio sería considerada abusiva, pero la realidad suele ser más dura que la imaginación de cualquier autor. Mientras tanto, el concepto de sacrificio por la patria –al mismo tiempo abstracción y trabajo esforzado– y la obsesión por el uso de las armas vuelve a ubicarse en el frente. La decisión de las realizadoras de no hacer un film abiertamente político –una de las críticas señaladas por The New York Times en la reseña sobre su propia producción– no logra hacer a un lado la sensación agridulce ante la repetición infinita de violencias, muertes y mutilaciones.