“Yo también he sido esa chica a la que le tiran dólares en el escenario de un club”, asegura Katori Hall, dramaturga nacida en Memphis convertida en la creadora estrella de P-Valley, la nueva serie de la cadena Starz. La P reemplaza al ‘Pussy’ que daba nombre a la pieza teatral escrita por Hall al calor de aquellas experiencias sobre los luminosos escenarios del Delta sureño. La P persiste encendida en el cartel que parpadea en los créditos de la serie, como símbolo de todo lo que allí se agita: el baile del caño, la cofradía femenina, el arte de la resistencia. Porque P-Valley es más que un relato sobre un grupo de strippers que batallan en el club The Pink; es la voz de un grupo de artistas que construyen sobre ese escenario bañado de glitter un arte único, alimentado de los ritmos del hip hop y los dólares de los asistentes, propio a través de sus cuerpos y sus movimientos. “Lo que más me interesó --señala Hall en una entrevista con el sitio NPR-- fue pensar que pese a que el club de striptease es una espacio de explotación, que lo es, un reflejo del patriarcado en el que las mujeres participan de la sexualización de sí mismas, también es un espacio de liberación, no solo económico sino fundamentalmente social”.

P-Valley consigue combinar esas aristas que entremezclan la ficción y el pulso de un mundo real. Basada en Pussy Valley, la obra de teatro ganadora del premio Olivier y escrita por la misma Hall, la historia se inicia con la misteriosa llegada de una mujer al pueblo de Chucalissa, en pleno corazón del delta del Mississippi. Allí, entre los bañados y los campos de algodón se erige el club The Pink, gobernado con artístico candor por Tío Clifford (Nicco Annan), ardiente matriarca de género fluido, con sus pelucas impregnadas de purpurina y sus botas de tacos interminables. Allí, Mercedes (Brandee Evans) es la estrella, la reina del escenario pronta a retirarse, con sus sueños pendientes y su pasado en carne viva. Junto a ella se arremolinan todas las bailarinas, integrantes de esa comunidad que defiende el baile como forma de expresión y el territorio como epicentro de su pertenencia. La mujer que arriba es Autumn Night (Elarica Johnson), envuelta en el misterio de un accidente, en los recuerdos de un pasado inquietante, en las estelas del film noir. “Quería abrazar esa tensiones entre la luz y las sombras propias del noir. Sin embargo, los negros nunca hemos tenido demasiado lugar en el cine negro, así que quería apropiarme del género, aplastar sus arquetipos y concebir un espectáculo único”.

Las influencias son múltiples en P-Valley. Está el misterio que precede a Autumn en la llegada al club, su seducción de femme fatal, su peluca rubia que recuerda a la falsa cabellera de Barbara Stanwyck en Pacto de sangre, sus dólares secados en la bañera, las identidades cambiadas, los planes secretos. También está el cinismo de Tío Clifford que recuerda aquel desencanto de los detectives de Raymond Chandler, el humo que intoxica el escenario como en el último bar donde fue vista Velma Valento en El enigma del collar. Pero fuera de esos límites, el musgo español y las plantaciones de algodón evocan los ambientes del gótico sureño, con su erotismo larvado y su aire irrespirable. El trasfondo de una herencia y un negocio inmobiliario, la corrupción política y la connivencia policial, el fanatismo religioso y los sacrificios de pecadores recuerdan a la imaginería de William Faulkner y Carson McCullers, esos sureños que recogieron en su literatura los mundos esquivos a la luz del día.

Hall recorrió todos los recovecos del Sur profundo en busca de anécdotas y personajes que dieran verdad a su narrativa. Durante una década entrevistó a más de 40 strippers, eligió un equipo de trabajo femenino que le garantizara una mirada con perspectiva de género y en sintonía con ese universo, seleccionó las canciones que forman la banda de sonido, voces de los alrededores de Memphis, ritmos del trap music y el hip hop, sonidos que se integraran al fragor del escenario, a la respiración de las bailarinas, al desliz de los cuerpos sudorosos en el caño. “Cuando en el primer episodio Mercedes asciende por el caño y se desliza boca abajo, podés escuchar sus gemidos, el agite de su respiración, el ruido de su piel contra el metal. Todo ese diseño de sonido fue pensado para poner al espectador en su perspectiva, para adherirlo a su experiencia, al esfuerzo que implica cada una de las acrobacias”. Y ese es uno de los aspectos fundamentales de P-Valley, no solo colocar la cámara en el centro de la escena, asumir la mirada de las bailarinas, percibir la destreza en el ejercicio del arte, sino concebir la puesta en escena como un todo, entrelazando la música y los silencios, pensando los contraluces como esenciales para las disputas de los personajes.

El pasado misterioso de Autumn, el incierto futuro de Mercedes, la hipoteca que persigue a el Tío Clifford, los negocios detrás de la instalación de un casino, los deseos de triunfo y placer del rapero Lil Murda (J. Alphonse Nicholson) , son todos ingredientes que permiten a la serie combinar las tradiciones literarias y cinematográficas con una historia arraigada en el suelo sureño, en la vitalidad de ese club habitado por mujeres que persiguen utopías, que se hacen amigas y se acompañan, que asumen sus cuerpos como forma de independencia económica y triunfo artístico. El escenario de The Pink es ese espacio de batalla y conquista, que esquiva los estereotipos y asume sus contradicciones. “Siempre recuerdo lo que dijo Cardi B, que de stripper se convirtió en rapera: ‘El baile del caño salvó mi vida’. Sobre el escenario ella pudo juntar el dinero para abandonar el departamento que compartía con su novio abusivo. Así la explotación y la liberación siempre se entrecruzan en el mundo del striptease”.

El universo de P-Valley también abre la reflexión sobre las identidades negras. Casi todos los protagonistas se posicionan a partir de lo que su raza implica, atada a cuestiones como la dominación económica, la pobreza regional y las mutaciones culturales. El proyecto del casino en Chucalissa muestra esa lucha de intereses entre los herederos blancos de un campo de algodón, el primer alcalde negro de la ciudad y el agente inmobiliario que regresa a su origen para convertir ese paraje perdido en la flor de una pretendida modernización. Tensiones raciales que también habitan en The Pink, entre las bailarinas negras y la recién llegada Autumn, cuya piel mestiza oscurece sus intenciones y profundiza su misterio. Y bajo esa impronta también se define la música de la serie, afirmada en las voces negras de la región, en los sonidos que entremezclan el lamento del soul con la celebración del hip hop, oliendo a Memphis en cada ritmo, gritando la lucha negra en cada gemido, ardiendo entre brillos y lentejuelas por tantos años de silencio y oscuridad.