¿Para qué le habrán puesto jirafas? Tal vez ese no sea el más importante de los misterios desperdigados en la estructura narrativa y emocional de Giraffe, segundo largometraje de la germano-danesa Anna Sofie Hartmann. Porque si bien es cierto que la película comienza con el plano de un par de gráciles artiodáctilos pastando, y mirando inequívocamente a la cámara, la historia que comienza a desplegarse a continuación no tiene demasiada relación con la vida animal. Por el contrario, la realizadora –nacida en la ciudad de Nakskov, Dinamarca, país que abandonó hace quince años para estudiar cine en Alemania, su país de adopción– hace de los seres humanos y su interacción el eje central del film. Los vínculos geográficos, los lugares que habitamos –hogares, ciudades, países–, son también parte esencial del relato. La protagonista, Dara, interpretada por la noruega Lisa Loven Kongsli, es una antropóloga enfrascada en la recolección de objetos e historias de un paraje rural que pronto va a dejar de serlo, al menos tal y como lo conocía. Un poblado danés en un extremo costero a punto de transformarse ante la inminente construcción de un túnel subfluvial que unirá esa frontera con su par alemana.

La vida profesional y privada de Dara durante esos meses de trabajo incluye el contacto con los habitantes, muchos de los cuales deben abandonar las fincas familiares luego de varias generaciones; también con un operario polaco, más joven que ella, que se encuentra trabajando en la construcción del ingenio. Desde su estreno el año pasado en el Festival de Locarno, Giraffe (ver crítica aparte ) ha recorrido una gran cantidad de festivales internacionales (en nuestro país pudo verse en Mar del Plata y luego en la Sala Leopoldo Lugones), y desde hoy puede apreciarse en la plataforma cinéfila Mubi. En conversación exclusiva con Página/12 desde Berlín, Hartmann comienza afirmando que muchos de los elementos del film que podrían interpretarse como documentales son, en realidad, creaciones de ficción, aunque con una fuerte impronta real. “Muchos de los ‘actores’ que se ven y escuchan en la película están representando versiones de sí mismos”, describe la realizadora. “Me interesa darles un lugar en el cine, porque esas personas son un poco menospreciadas en el contexto danés. De alguna manera, les damos valor por el simple hecho de observarlas”.

-¿Cómo describiría entonces las relaciones entre realidad y ficción en Giraffe?

-No diría que tengo una relación poco cercana con la verdad, por eso me resulta tan interesante la mezcla. Por ejemplo, la pareja de ancianos que aparece al comienzo no estaba obligada a mudarse y lo que les ocurría en la realidad era casi lo contrario de lo que se ve en la película. Pero las historias de la gente que debe dejar sus granjas, sin poder legarlas a sus descendientes, es real. Eso está ocurriendo, aunque no específicamente a la gente que se ve en la pantalla. Por eso todo lo que dicen es real, aunque no les ocurra a ellos. Fue una manera de hacer que interpreten a otras personas que realmente no la está pasando bien, al tener que mudarse del lugar que fue de sus padres, el sitio en el que criaron a sus hijos. Tiene que ver con una verdad emocional.

-Entonces ese túnel se está construyendo, realmente.

-Así es, sólo que viene posponiéndose. Cuando comenzamos a pensar en la película, en 2016, hablé con gente ligada al proyecto que me dijo que no pensaban que fuera a comenzar a construirse hasta el año 2022. Hubo muchas protestas, en particular del lado alemán. Pero se hicieron caminos y canalizaciones, se han tendido cables, etcétera. Nací muy cerca de esa parte de Dinamarca, a unos treinta quilómetros de donde filmamos, y el lugar donde transcurre la historia, donde está la salida de los ferries, es una suerte de no-lugar. Es como un espacio no específico, donde la gente se encuentra como si flotara, sin raíces.

-¿Fue difícil trabajar al mismo tiempo con actores de trayectoria profesional y no-actores?

-El casting para los profesionales se hizo de manera tradicional, a través de audiciones. Jakub Gierszal, que interpreta al joven polaco Lucek, fue recomendado por un productor amigo que había trabajado con él un par de años antes. Lo más importante era que la química entre ambos funcionara y que se integrara con el grupo de trabajadores polacos. Lo interesante fue que viajó un tiempo antes de comenzar a filmar y se hizo muy amigo de ellos, al punto de que se iba a trabajar, a cavar pozos, para pasar el rato con ellos. El caso de Lisa Loven Kongsli fue diferente, porque tenía que interactuar con muchos de los actores no profesionales. Ella es una suerte de extensión mía en varias escenas y, al ser profesional, pudo “dirigir” las conversaciones con la gente, hacer determinada clase de preguntas, improvisar. Los no profesionales no tenían un guion ni líneas de diálogo que memorizar, simplemente una idea general de lo que tenían que hacer y decir. Hicimos muchas tomas y cada vez era diferente. Eso fue mucho más demandante para Lisa, pero el resultado siempre es más natural. Realmente, hizo un gran trabajo.

-Anhelos difíciles de describir, el pasado visitando el presente, los “fantasmas” de aquellos que habitaron un lugar y ya no están. Son cuestiones profundas que no resultan fáciles de transmitir en una película. ¿Cómo fue la elaboración de esos elementos en el guion?

-Supongo que es difícil decir de qué trata la película. Es interesante, porque al pensar en el rodaje todo es muy concreto: los actores deben hacer tal cosa, interactuar entre ellos, decir esto o aquello, pero al mismo tiempo hay cuestiones ligadas a la transmisión de emociones que están en otro nivel. La idea fue empujar la película en ciertas direcciones para que el espectador responda a ideas que no son fáciles de verbalizar, como la transitoriedad de las cosas. Las cosas pasan, son efímeras, y un objeto puede evocar eso. Lo mismo con lo que se siente al conocer a una persona, algo que pertenece a un tiempo y un lugar. O una casa en la cual alguien ha vivido: el sitio en sí mismo es el reservorio de emociones. Dejar un lugar es también dejar recuerdos, porque ese sitio significó algo para quien vivió allí. El lugar en el que vivimos nos afecta. Volviendo a la idea de ficción y realidad, no hay nada falso o no cierto en esas emociones. En Giraffe intenté que sonaran diferentes “campanas” que tuvieran determinadas resonancias, que conectaran con emociones. Lo más difícil fue el montaje, elegir cuándo sonaba tal o cual campana. La verdad es que para cierta gente, con suerte, esas cosas pueden resonar muy fuerte y para otras muy poco.

-Dara es un personaje que se relaciona con personas que nunca conoció, gente “anónima”, por llamarla de alguna manera, pero con la cual puede conectar.

-La idea de que la relación sentimental entre Dara y Lucek fuera tan breve está ligada a eso, al concepto de que todo tiene un final. Todos nos vamos a morir. Todo es transitorio. Todo cambia y desaparece. Y lo realmente importante, el contrapeso a esa noción, es encontrarse con gente. La conexión que tenemos con otras personas, que puede extenderse en el tiempo o ser muy breve. Creo que siempre tuve una suerte de naturaleza melancólica, aunque no sé bien por qué. Y los amigos a las cuales ya no ves, las cosas que ya no están, vuelven en el recuerdo.

-¿Existió Agnes Sorensen, la bibliotecaria cuya vida Dara comienza a investigar?

-No, no existió. Ese diario es completamente inventado. Busqué diarios personales reales en los archivos, pero lo que quería era tener la libertad literaria para poder cambiar el contenido de ese texto, el tono, la historia. Fue una de las últimas cosas que hicimos, escribimos esas palabras mientras hacíamos la mezcla de audio. De hecho, es mi voz la que se escucha en esos momentos, porque de esa forma era más sencillo cambiar el texto a último momento.

-¿Cambió entonces mucho la película en la etapa de montaje?

-Cuando comenzamos a filmar teníamos un guion de unas noventa páginas, pero muchas cosas fueron cambiando durante el proceso. La única parte realmente documental en la película es la escena en la cual Lucek conversa con sus compañeros durante un almuerzo y recuerdan su vida en Polonia. Desde luego que el método de trabajo fue muy distinto al de una típica producción de Hollywood, porque la historia no va de un punto A hacia un punto B.

-Otro tema importante en Giraffe es el tema de la inmigración, que es muy distinta en el caso de los trabajadores y los de aquellos que deben dejar su hogar ante la construcción del túnel. ¿Eso siempre estuvo presente?

-Creo que la película no tiene un “tema” central, excepto tal vez esa idea de cambio y transitoriedad, de no permanencia. Algo que es amplio e inabarcable. La cuestión de los operarios polacos llegó de manera muy concreta, porque cuando estábamos filmando mi primera película, Limbo, el dueño de una granja me contó que había inmigrantes de países de Europa del Este trabajando los campos. A pesar de que es algo históricamente común –no es casual que en mi pueblo natal haya una iglesia católica, algo raro en un país completamente protestante– no sabía que eso seguía ocurriendo. Todo eso fue incorporado a Giraffe desde muy temprano, al leer una nota periodística y conocer a Mariusz Zorro Feldmann, el jefe de los trabajadores, y a algunos de los miembros del sindicato. La historia que se cuenta en la película sobre el trabajo congelado y la falta de pago ocurrió realmente, sólo que diez años antes, cuando llegaron por primera vez a Dinamarca. Soy una gran fan de los sindicatos (risas). Finalmente, la idea de la inmigración se liga también a la cuestión de los lugares: ¿qué significa un lugar, qué relación se tiene con él, es el lugar al cuál se pertenece? Los polacos están divididos en dos espacios, entre el lugar del cual provienen y ese sitio en el cual trabajan.

-Hay otro personaje, secundario pero de mucha importancia, interpretado por la actriz alemana Maren Eggert. Alguien que, por su trabajo a bordo del ferry, también observa a los demás, incluida la protagonista.

-Puede sonar algo pretensioso, pero creo que todo el mundo merece una historia. Hay historias en todos lados y me parecía una buena idea que esas dos mujeres se encontraran y conectaran, de alguna manera. Otra de esas relaciones que, tal vez, sean efímeras, pero que permiten que, durante un tiempo, se crucen, se reflejen una en la otra. Hay una sensibilidad común, tal vez oculta, que las liga. Creo que Giraffe no intenta contar una historia en el sentido tradicional, sino que anhela que el espectador piense en ciertas cosas. Y que las sienta.