"No sos tan gris,/ Es que todo se volvió gris/ Cerraron la puerta del sendero,/ Perdieron la gracia del cartero". Lisandro Aristimuño

 

Me contaron que se puso colorado, cuando, con su boina en la mano, se agachó para poder conocerme adentro del cochecito y se encontró con un oso de peluche que mi hermana había colocado en mi lugar con el fin de gastarle una broma al Vasco, lechero de la familia. Debido a esta anécdota me bautizó “muñeco". Los sábados me regalaba un yogurt si no había faltado a la escuela durante toda la semana junto a una vuelta a la manzana en su viejo carro. Con el sulki ciclo que me habían traído los reyes le corría carreras hasta la esquina, disputa que siempre me dejó ganar. 

Angelito llamaba dos veces, pedía por favor que no lo mataran y solía despedirse cantando, "que se va el cartero/ que se va, que se va". Su gracia era contagiosa, los kilómetros recorridos a pie con su bolsa colgando al costado de su cuerpo parecían no hacerle mella a su sentido del humor. 

El diario de los domingos se dividía por partes sobre la mesa del patio, como si se tratara de un pollo al spiedo, las noticias de policía eran para mi madre, mi hermana prefería la parte deportiva, mi padre era experto en política, mientras yo deletreaba los chistes. Don Cejas acostumbraba a llevar un muestrario de revistas de moda y chismes en el canasto de mimbre de su bicicleta. 

Todos parecían felices con el trabajo que realizaban. No hacía falta mucho esfuerzo para imaginarse sus casas con formas de tambo, buzón o redacción. Se sentían parte de dicho proceso, recargaban sus energías en veredas, adoquines y asfalto. Sin dudas, dichos personajes condicionaron mi preferencia por trabajar en lugares abiertos, con un reloj de sol y el misterio detrás de las puertas. 

Don José guardaba la profundidad propia de las aguas mansas. Defendía los placeres de la vida con los cincos sentidos. Amante de la palabra impresa y alejado del tabaco por una cuestión de vida o muerte, disfrutaba del chasquido del papel de diario como si se tratara del deseado cigarro encendido, fumaba con la vista cada uno de los términos mientras un humo de letras reavivaba la fogata de sus pensamientos. 

Si bien nunca nos contamos nuestras historias personales, más bien preferíamos hablar sobre la Historia grande, creo que éramos parientes de la misma soledad. En el uso incesante de metáforas para argumentar cualquier concepto se podía adivinar su origen pueblerino con una infancia rica en atardeceres con leyendas. Pienso que fuimos honestos en nuestras charlas cotidianas, él sólo se refería a los escritos de mi autoría que le habían gustado, por mi parte le festejaba solamente los cuentos que desconocía, o en su defecto, había olvidado el remate. 

 Una mañana con neblina me dijo "qué tiempo más gris que nos tocó vivir... y no me refiero al clima, precisamente". Con más malicia que inocencia, le pregunté: ”¿Y entonces a qué se refiere?". Eligió responderme con otra pregunta: “Si usted tuviera que dibujar un robot, ¿de qué color lo pintaría?". Sin esperar mi respuesta obvia, continuó: "Hace tiempo que caminamos hacia la robotización, pero en los últimos años apuramos el paso como quien baja la Puccio con patines".  

Alguna vez se ausentó por un tiempo, al volver al kiosco me alegré y le expresé mi temor de que hubiera empezado a leer el periódico por internet. Al escuchar mi inquietud hizo un gesto extraño con su mano derecha que confundí con la señal de la cruz, su explicación también fue lección. "Uno siempre ve lo que quiere ver, mi trilogía es otra, los vértices de mi triángulo son 'por qué, para qué y para quién'. Somos lo que fuimos, en las malas nos consuela aquello que nos hizo feliz, en este caso, fui y soy feliz leyendo libros, ¿por qué razón voy a cambiar a esta altura'. ¿Para correr al progreso desde atrás?. ¿Hasta cuándo me voy a exigir en adaptarme? Y sobre todo, ¿para quién lo tengo que hacer? ¿A quién beneficio con los cambios impuestos, a quién le regalo mi privacidad? Lo virtual no es lo mío, no es necesario quedarse ciego para recuperar el tacto. En robótica no se programan abrazos. Quédese tranquilo mi amigo, todavía me gusta el vino con cuerpo, el asado a leña y el objeto de culto".  

El diccionario era su biblia. Entendía al idioma como un organismo vivo, nacido, alimentado y modificado por la gente común, una necesidad del pueblo para expresarse libremente. No le gustaban las palabras esdrújulas, prefería las agudas, sabía que la diferencia entre éxito y felicidad no estaba sólo en la acentuación. Decía que todavía estaba vivo gracias a los médicos y a un acuerdo firmado a sus espaldas entre su corazón y los pulmones. 

Hablaba de la muerte como parte de la vida y no coincidía con aquellos que preferían morirse durante el sueño. "La muerte es el último acto importante de nuestra existencia, tengo la suerte de llegar lúcido, sería un error imperdonable que me sorprendiera dormido, la curiosidad vence al miedo". 

Un lunes por la mañana el pacto se rompió, esperó a la muerte sentado en la cama con un diccionario de sinónimos entre sus manos. En ocasiones, el tiempo nos pone del otro lado del mostrador. 

Ahora comprendo que la alegría que lucían impunemente el Vasco, Angelito y Cejitas, era un espejo de todo el cariño que sus clientes les brindábamos. Don José... me está sobrando un Página, me anda faltando la magia de nuestras conversaciones. Me encuentro obligado a hacer un nuevo duelo, a atesorar otro recuerdo, a desterrar el olvido. Sigo pensando que mañana es mejor, pero también sospecho que dicho futuro deberá tener en su núcleo colores del pasado, distintos tonos sanguíneos, que sirvan para pincelar este tiempo gris que nos toca vivir, y no me estoy refiriendo al clima, precisamente.

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