Producción: Javier Lewkowicz


Los mitos del desarrollo

Por Matías Vernengo *

La renegociación de la deuda externa deja algunas lecciones importantes, pero la mayoría de las discusiones sobre el asunto pierde de vista lo esencial. En la mitología nacional, el país era desarrollado durante la Belle Époque, pero el surgimiento de movimientos nacionales y populares, en particular el peronismo, habría desarticulado el proceso de desarrollo. El gasto excesivo y los déficits fiscales habrían generado inflación, endeudamiento y defaults.

El problema es que esta interpretación confunde deuda externa en moneda extranjera con deuda en moneda nacional, en la cual no hay necesidad de default. La Argentina de hecho nunca fue desarrollada, aunque el ingreso per cápita fue elevado. El país producía solo carne y granos, y el proceso de industrialización, necesario para el desarrollo, obligaba a la importación de insumos y máquinas. La necesidad de dólares proviene de los requerimientos de la industrialización. Pero la deuda externa en moneda extranjera resultó, en gran medida, de la fuga de capitales de una élite parasítica, particularmente a partir del primero de los tres intentos de volver al pasado mítico, con la dictadura del genocida Videla.

El crecimiento económico en la etapa de la industrialización no solo fue relativamente alto y con bajo endeudamiento externo, pero además permitió salarios reales altos en los periodos de gobiernos populares. Y ese es el objetivo del desarrollo. El crecimiento se estancó con los experimentos neoliberales, y la deuda, en gran medida, se acumuló en esos periodos de liberación financiera. A los gobiernos democráticos y populares les tocó la tarea de limpiar los problemas dejados por esas élites en lo que algunos de sus intelectuales orgánicos llaman, sin ironía, los tres intentos de modernización. Alfonsín tuvo que enfrentar los problemas de la crisis de la deuda dejados por la última dictadura, cuando empezó la desindustrialización, los Kirchner tuvieron que renegociar la deuda acumulada durante el experimento neoliberal de Carlos Menem, y a Alberto Fernández le tocó el legado de Mauricio Macri.

Renegociaciones de deudas externas soberanas en moneda extranjera son siempre lentas, y la actual renegociación fue relativamente rápida. Los defaults son todavía más complicados de resolver. Basta recordar que el default de 2002 solo se resolvió completamente en 2016 cuando el gobierno de Macri les pagó lo que pedían a los fondos buitres. Además, las renegociaciones casi siempre son favorables a los acreedores. Los únicos casos favorables a los deudores fueron el de las deudas de los estados confederados de Estados Unidos, que nunca fueron quitadas, y las reparaciones de guerra alemanas. El problema no es la renegociación, sino el acumulo de deuda en los intentos modernizantes que buscan volver a un pasado idílico.

La renegociación no solo redujo el monto total de la deuda, y la tasa de interés, como también redujo los pagos a corto plazo, lo que permite retener los dólares esenciales para importaciones de equipamientos clínicos y medicamentos para combatir la pandemia. Esto facilita el enfrentamiento de la crisis, aunque hay muchas dificultades por delante. El gobierno tiene que estimular la creación de un mercado para la deuda pública en pesos más profundo, porque hay una gran necesidad de expansión tanto del gasto fiscal, como de la deuda en moneda nacional.

El desarrollo de un mercado para la deuda pública doméstica en pesos, para estimular la acumulación nacional a través del gasto público, reduciendo las necesidades de dólares, y manteniendo controles de capital y reservas internacionales elevadas, han sido elementos centrales de los procesos de desarrollo bien sucedidos. La lección que la renegociación debería dejar es que hay que evitar endeudarse en moneda extranjera, y que, a pesar de las dificultades, no hay alternativa al difícil proceso de estímulo a un proyecto de industrialización nacional.

*Universidad de Bucknell (Estados Unidos)


El déjà vu de la deuda

Por Pablo Manzanelli**

La segunda variante de la valorización financiera desplegada por el gobierno de Cambiemos dejó a la economía no solo en caída libre sino en las puertas de un nuevo default. El principio de acuerdo sobre la restructuración de la deuda que se acaba de anunciar es una nueva evidencia en el que un “frente nacional” resuelve los desatinos de la valorización financiera. Es casi una marca registrada –o mejor dicho un déjà vu- en apenas dos décadas del siglo XXI.

Sin embargo, la contrastación en este sentido del Frente de Todos con el primer gobierno kirchnerista tiene sus bemoles ya que ésta última fue una de las reestructuraciones de deuda más exitosas de la historia moderna. Si bien es innegable que los resultados de la negociación actual distan de la quita alcanzada en ese momento, también lo es que en un breve lapso de tiempo se arribó a un acuerdo que no es para nada desdeñable y de suma importancia para la crítica coyuntura actual en la que a la pesada herencia se suman los costos económicos implícitos de la pandemia.

No está de más aclarar que el principio de acuerdo es sobre una parte del endeudamiento público nacional acumulado a fines del año pasado (equivalente al 34 por ciento del total si se excluye la deuda intra sector público). Se trata de la deuda con privados bajo legislación extranjera que acumulaba vencimientos de capital por 66.238 millones de dólares, de los cuales 41.548 millones se generaron durante el gobierno anterior.

El endeudamiento de Macri fue particularmente nocivo no solo por la inédita velocidad de la deuda externa que tomó sino también porque fue de corto plazo y con tasas de interés elevadas. De allí que los vencimientos de intereses de esta deuda con ley extranjera ascendieron a 61.057 millones, de los cuales casi la mitad vencían en los años veinte.

Cabe aclarar que el canje no está cerrado aún y por sus características resulta complejo determinar sus resultados ya que los acreedores pueden optar por diversas combinaciones de bonos. Sin embargo, es posible realizar una estimación preliminar si se parte de la hipótesis –ciertamente factible- de que haya una preferencia por los bonos de corto plazo. De este modo el acuerdo alcanzado implicaría que de los vencimientos totales (de capital e intereses) que alcanzaban a 127.296 millones de dólares, la Argentina pagaría 89.454 millones. Es decir, una quita nominal de 30 por ciento que se concentra en una fuerte reducción de los intereses de aproximadamente el 60 por ciento, en tanto que la quita en el capital es marginal (1,9 por ciento). No es poca cosa. Máxime si se tiene en cuenta que del otro lado del mostrador estaban los peces gordos de la timba internacional: los grandes fondos de inversión que a diferencia de etapas pasadas ya no operan políticamente bajo el tutelaje de los organismos internacionales de crédito.

También es importante señalar que el acuerdo despeja los vencimientos en los años veinte: entre 2020 y 2028 los vencimientos totales serían, bajo la hipótesis de la preferencia por los bonos cortos, de 27.917 millones de dólares, cuando los vigentes eran de 65.669 millones, esto es una quita de 37.752 millones de dólares. A partir de 2029 la cosa se complica ya que la propuesta acumula los vencimientos entre ese año y 2035 no solo porque se extienden los vencimientos de corto plazo sino porque se acortan los de largo. En ese período se pagaría aproximadamente 29.000 millones de dólares más de lo que estaba previsto previo a la restructuración con vencimientos anuales en torno a los 7.600 millones de dólares. En tal sentido, la sustentabilidad del nuevo perfil de endeudamiento no solo dependerá de que se concrete el acuerdo y se extienda a la deuda bajo ley local sino fundamentalmente a la negociación con el FMI y las condicionalidades que emanarán (o no) de la misma.

** Área de economía de FLACSO y UNQ. Coordinador de CIFRA-CTA.