No fue enfermera ni exploradora: la pereza provocó que se dedicara a actuar. Ese es el relato que inaugura Confieso que pinto, el libro que reúne los dibujos de Norma Aleandro. Sí, Norma Aleandro, la gran actriz argentina, arma un sacramento ficcional para mostrar las zonas que suele mantener ocultas, sus dibujos. El libro que sale publicado por la Editorial Fera aglutina imágenes de familias numerosas en miniatura con series de mujeres fastuosas, sin edad, con cabelleras de galaxias y vestidos de naturaleza. Innumerables seres, que no pueden más que haber salido de mundos extrañados, y podrían ser los infinitos personajes que atravesaron su carrera, agolpándose para presentarse entre las páginas de ese libro-objeto.

“Una descarga momentánea”, “algo que me entretiene durante horas y horas”, “lo que aparece”, “cosas que van saliendo solas”: estas son las maneras en que Norma Aleandro se refiere a esas imágenes con aires de vodevil. Sin insistir explícitamente en la comedia farsesca de situaciones, los colores y los paisajes cambian pero las poses se imponen desde esas versiones muy libres de lo que podría ser un poster de variedades. De repente, diversas criaturas se resguardan en poses faraónicas o, de pronto, se impone un grupo de artistas de pieles azuladas, amarillentas o verdosas enredándose sin pausa en un espacio fuera del tiempo. Sus dibujos no tienen deudas argumentales ni tampoco estilísticas porque eso es lo que sucede cuando “se pinta para los amigos”. Así lo describe en lo que ella llama su biografía “en broma” que inicia el libro: “escribí siempre mucho, pero he tirado casi todo, salvo algunas cosas que me han editado en Buenos Aires y en Montevideo. Así es como también podré regalarles mis libros a los amigos en sus cumpleaños”.

Confieso que pinto, de Norma Aleandro

"Bailarinas", "Somos reinas", "Nosotros los artistas", "Oriente", "Actores", "Gatos", "Interiores" y el "Mundo de Norma" son los nombres de cada una de las secciones de este libro organizadas temáticamente por ejes y planos diversos. Esos “dibujitos”, como los llama cariñosamente Norma, van acompañados de algunos de sus relatos breves. Los hay en prosa, verso y algunos diálogos con aires de teatro. En la combinatoria, estos textos y dibujos se escoltan pero no se superponen, son el acompañamiento que impulsa esas imágenes sin tiempo aparente.

Con esta diversidad de elementos se configura el ecosistema de este libro que se presenta en forma de confesión, cuando decidió que esa práctica de lo privado podía asomar al mundo exterior. A pocos días de su salida a la luz, esta actriz que todo lo puede no logra evitar reír tímidamente cada vez que habla de sus dibujos. De hecho, al preguntarle la razón por la que, de pronto, decidió publicar algo que hace “desde siempre” responde: "Tengo una amiga, Daniela Davidovich, que estaba enamorada de mis dibujitos y siempre me lo decía. Entonces un día fuimos juntas a la editorial, porque las chicas querían ver eso que yo hacía. Y yo no los muestro nunca a mis dibujos, pero los llevé. Te la hago corta. Se enamoraron de los dibujitos. Y así fue que Victoria Benaim y Mara Parra han hecho un libro precioso (digo han hecho porque la idea y la realización es de ellas). De todos modos, yo siento que el libro es más para amigos que otra cosa".

Son materiales que vos tenías…

--Los dibujos son de ahora. Tanto los escritos como los dibujos tendrán como máximo un año, un año y medio. Y es todo: son dibujos en lápiz, en tinta, hay algunos óleos, de todo un poco. Y los hago de toda la vida, lo que pasa es que no los he mostrado.

¿Y los universos? ¿Cómo definirías esos universos?

--Lo que me divierte a mí de pintar y de no tener compromisos, hasta ahora, con absolutamente nadie es que pinto lo que aparece. Por momentos se aparecen cosas muy graciosas y hasta humorísticas y a veces se aparecen cosas muy solemnes y estrafalarias. No tengo un juicio muy “normal” con mis dibujitos. Algunos podrían ser grupos de circo o de teatro ambulante, otros son muy orientales. En fin, lo que me va apareciendo yo lo dejo ser. Aparecen y ahí quedan.

¿Tenes rituales?

--Yo dibujo desde hace años y también escribo. De hecho, muy buenas editoriales han tenido mis cuentos y mi poesía pero la razón para hacerlo es siempre la misma. No es muy divertido lo que estoy diciendo, pero es siempre la misma: es lo que aparece. No le pongo ningún término de algo. Salvo las obras de teatro, que ahí sí. Me fijo cómo avanza la obra, si me interesa seguir desarrollándola. O hay veces en que me doy cuenta que me aburro y ahí decido dejarla. Pero en lo que refiere a dibujar, hacer poesía o cuando escribo cuentos cortos, ahí no me impongo nada.

¿Hay recurrencias en el proceso del dibujo?

--No. A algunos les pongo color, a otros no se los pongo. A veces no me gusta como quedan y no sigo. O sea, no hay una cosa propositiva. De pronto arranco con los puntitos de puntillismo y aparece una cara y detrás de la cara, a veces aparece otra, o veo si aparece un paisaje o no. Nunca sé lo que va a aparecer y eso me divierte muchísimo.

¿Reconocés influencias?

--Últimamente he mandado mensajitos de agradecimiento a alguien que me divierte mucho, que es Tute. Tute me parece un dibujante excepcional, un humorista excepcional. No hablemos de los serios, Hopper y demás. Serios en cuanto a no humor. Pero no me inspiro en ellos para hacer lo que hago. Como verás, no se parecen mucho a algo mis dibujos. Pero bueno, es por eso. Porque sale lo que sale. Y por ahí voy agregándole cositas o por ahí lo dejo como está. Por ejemplo, retomé ayer uno, que había empezado anteayer y ahora resulta que se llenó de gente ese papel. Yo no pensaba meter tanta gente, pero bueno, ahí están. No sé cómo va a quedar. Pero yo sigo.

Confieso que pinto, de Norma Aleandro

¿Cómo empezaste con todo esto?

--Es todo muy casual lo que he hecho desde siempre. Con el teatro empecé muy chica, a los 12 años, y me quedé. Después seguí estudiando actuación, me fui quedando... y con la pintura no. Soy autodidacta total, igual que con la escritura. Lo que sí, he leído mucho y sigo leyendo porque me divierte, pero no por otra cosa. Es algo que yo hago. Como quien dibuja al lado del teléfono mientras habla. Es una descarga momentánea que me gusta y a veces me absorbe por horas y horas y horas. Eso sí, a veces tengo que cortar por que el dibujo cansa la vista.

Cuando Norma Aleandro habla de sus publicaciones se refiere a sus libros de relatos y obras teatrales que cuando lanzó decidió “no promocionar demasiado”. Puertos lejanos, Diario Secreto, De rigurosa etiqueta y otras obras, Poemas y cuentos de Atenázor. Todos materiales que llevan ya tiempo publicados. Sin embargo, así como en su creación escénica, las obras muchas veces vuelven para ser transitadas una vez más en contextos y tiempos diferentes. Todas las creaciones de una vida la sobrevuelan. Hoy, cuando los audiolibros y los podcasts ya dejaron de ser el futuro, la novedad es que estos formatos convocan las voces de actores y actrices en escrituras ajenas. Aleandro, en cambio, se encuentra en el tránsito de ponerle voz a sus propios relatos.

Otro de los proyectos que atravesaron este tiempo de aislamiento es Norma en la Nube, su podcast distribuido por Film&Arts. En bellos entornos de lectura ella recupera sus relatos y los narra con su cadencia indiscutible.

En una de esas puestas en escena entra luz por una ventana, un lienzo oriental reposa sobre una pared, una biblioteca en el fondo organiza las promesas de lecturas pasadas o futuras y un acogedor velador la ilumina desde el costado. En otra, hay un sillón entelado en un espacio exterior que aparece como una especie de jardín secreto de lectura para un tiempo que solo puede existir en un mundo detenido. Rodeada de frondosas plantas se ubica ella para contar. Estos atractivos recortes espaciales permiten curiosear en la zona de lo íntimo, entrar en sus mundos privados.

De este modo, como cuando sale una nueva biografía de un artista, con retazos de cartas, imágenes inéditas y manuscritos con tachaduras, este momento es ideal para conocerla nuevamente, de modo diferente. La combinatoria de ambos materiales, el “lado b” de la enorme actriz argentina, permiten entrar en el tiempo suspendido del hacer, o en este hacer desde lo íntimo, más cerca de la domesticidad que de las tablas. En estos pasajes de un lenguaje estético a otro sobreviven las traducciones de los diversos mundos que son su mundo, la posibilidad de conocer algo al menos de su archivo, de los documentos que rodean la obra, las trazas por fuera de lo que se expone habitualmente. El trabajo detrás del trabajo.

Norma Aleandro en

Su actuación con imán se gestó en la primera infancia. De padres actores, Pedro Aleandro y María Luisa Robledo, su iniciación en la escena fue “desde el trauma” --tal como ella describirá en múltiples entrevistas-- a sus escasos tres años cuando aún no podía distinguir la diferencia entre ficción y realidad, expuesta al desvanecimiento en escena de su propia madre. Más allá de ese áspero debut, desde los siete años en adelante ya interpretaba con regularidad, junto a su familia, La pasión de Cristo cada año para la fecha de Corpus Christi. Entre sus primeras actuaciones en aquellos auto sacramentales y la obra que estaba a punto de estrenar con dirección de Claudio Tolcachir al decretarse el ASPO en marzo, Aleandro acumuló admiradores, múltiples premios e infinitos reconocimientos (los premios Talía, Estrella de Mar, ACE, María Guerrero, Konex, Martín Fierro, Condor de Plata, Globo de Oro, Oscar, incontables homenajes en festivales nacionales e internacionales, Doctorados Honoris Causa y la lista continúa).

Pero así y todo Norma Aleandro narra los caminos de la actuación sin angelarlos, como tramos que se transitan algunos con suerte y otros sin. Y es, cuanto menos, interesante ese lugar para colocar a la buena fortuna en un derrotero tan deslumbrante. Cuando en el año 1981- al retorno de su exilio en Uruguay y España- estrena en teatro La señorita de Tacna y en cine La historia oficial, su actuación se implanta como una de las más relevantes de la historia del espectáculo argentino (varias de estas cuestiones relativas a su carrera pueden recuperarse en la exhaustiva biografía que ha hecho de la actriz Mario Gallina en su libro De Gardel a Norma Aleandro). A este periodo le siguieron las luminarias del Oscar obtenido por esa película, la resonancia internacional y un camino ascendente que nunca se detuvo. Pero como todos los propios mundos conviven, fue justamente durante ese tiempo --en el año en que recibió tres propuestas para actuar en Estados Unidos y una propuesta cinematográfica por trimestre-- que decidió cortar todo para poder hacer lo que necesitaba: escribir y dibujar.

Es que la actriz más reconocida y galardonada de la argentina dice que hizo teatro tan solo porque no la echaron, porque “la dejaron hacer”. Y también por el cariño que se fundó en ese hacer. Todo lo demás lo hace, simplemente, porque se le da la gana: "Yo no es que tengo un tema y quiero escribir. Yo de pronto no tengo ningún tema, pero quiero escribir igual y lo hago. Y no espero que salga bien. O al menos así era antes. A partir de ahora que sale el libro va a haber juicio".

¿Te preocupa?

--No, para nada. Si no, no lo hubiera hecho. Los que tienen cuadros míos son mis amigos. Pero muy, muy, muy amigos. Pocos, te diré. Se los he regalado para sus cumpleaños. Ahora les voy a regalar directamente el libro.

Cuando Silvia Molloy describe su experiencia entre tres lenguas dice que para que exista el pasaje entre una y otra, inevitablemente, alguna tendrá que funcionar como lengua de origen. Es decir que siempre se es bilingüe “desde” una lengua. Así, a pesar de tener dos lenguas, el bilingüe siempre sabrá de la ausencia que lo acompaña, quedándose en una especie de intermedio, en un estado de permanente necesidad: “La elección de un idioma es el afantasmamiento de otro, pero nunca su desaparición”--dirá Molloy--, de modo que siempre “se dice” desde esa ausencia que todo lo orbita. Si se piensa cada lenguaje artístico al modo de una lengua, la traducción entre uno y otro activará afectividades diferentes pero indisolubles que conviven entrelazadas. Al publicar sus dibujos, al recitar sus textos, Norma se atreve a escapar de su lengua madre (la escena) para sacar del afantasmamiento a esas otras lenguas que transita en su cotidiano. Así como dice que “actuar es entrar en un mundo”, pintar y dibujar sería entrar en otros mundos simultáneos. Segundas lenguas que conviven y -discretamente- se han ido regando entre sí, como sucede con las plantas que crecen frondosas en su jardín.

El libro Confieso que pinto, editado por Fera, se puede conseguir en www.fera.com.ar . Los libros comprados en preventa empezarán a entregarse a partir del 23/8. Vienen firmados con la autora y con una postal de regalo.

Su podcast Norma en la nube puede verse completo en el canal de YouTube de Film & Arts