Quienes estuvieron el viernes 25 de septiembre de 2015 en el estadio GEBA tuvieron las pruebas de primera mano: el experimento de Queen + Adam Lambert logró convencer hasta a los escépticos. Esa noche, como en los papeles previos, quedó claro que no hay manera de ocupar el lugar de Freddie Mercury intentando una clonación: la categoría extraordinaria del músico y performer fallecido en 1991 vuelve imposible cualquier intento. Pero Lambert es el primero en tenerlo claro, y por ello tomó la sabia decisión de no intentarlo, de darle a la bestia británica encabezada por Brian May y Roger Taylor un cantante con personalidad propia, pero sobre todo un vocalista con ese plus necesario para asumir esas canciones y no quedar en ridículo. Como se dijo en estas páginas , el experimento fue mucho más que un ejercicio nostálgico. Y quienes estuvieron allí saben que en “Killer Queen”, nada menos, Adam la rompió toda. Y no necesitó imitar a Mercury para ello.

En 2018, en pleno éxito de la película Bohemian Rhapsody, los jefes de la banda deslizaron que existía la posibilidad de ofrecer una continuación, lo que sucedió con Queen tras la debacle que significó la muerte de Freddie. Más de uno se preguntó por el sentido de una biopic que involucrara a Lambert y a Paul Rodgers, pero en abril del año pasado quedó claro a qué se referían los músicos, cuando la cadena ABC estrenó The Show Must Go On: The Queen + Adam Lambert Story, documental de Christopher Bird y Simon Lupton que ahora puede verse en Netflix. Al cabo, un terreno más sensato desde donde contar cómo el jovencito salido de un reality terminó haciéndose cargo de uno de los micrófonos más pesados de la historia.

Así, en sus ajustados 85 minutos el documental hace un relato bien balanceado, en el que se agradecen ciertos pincelazos de honestidad, como cuando May señala que Taylor y él casi nunca están de acuerdo o cuando el baterista, hablando del musical We Will Rock You que reactivó el interés por la banda, afirma sin vueltas que “yo odio los musicales”. El relato comienza con el convencimiento de ambos sobre el final definitivo del grupo tras la muerte de su cantante, y en paralelo va desarrollando la historia de Lambert, como joven apasionado de las tablas y el canto que un día impactó a los jurados en el casting de American Idol. Según Brian y Roger, la relación con Rodgers ya había dado todo de sí y habían dado por terminada la cuestión... hasta que una noche les sonó el teléfono y su casilla de mail fue inundada por mensajes de amigos que decían más o menos lo mismo: “¿Vieron a Adam Lambert anoche haciendo ‘Whole Lotta Love’? ¡Tienen que subirse a un escenario con él!”

Queen terminaría participando de la final de American Idol, y descubriendo en la performance de “We Are the Champions” –según admite May- que había una química natural entre ellos, iniciando un camino que llevaría a giras mundiales y una resonante actuación en la entrega de los Oscar. Pero lo interesante de The Show Must Go On no es solo el retrato de cómo la banda volvió a llenar estadios o el rescate de pasajes de una jugosa entrevista de Freddie Mercury, ya vista en producciones anteriores, pero siempre interesante para examinar por qué el cantante tenía esa capacidad para meterse en un puño a multitudes. Es también un interesante vistazo al mismo Lambert, y al sistema televisivo de producción de estrellas que se lo podría haber fagocitado.

Porque hay que recordarlo: Lambert perdió la final de American Idol. Y sin embargo es quizás lo mejor que le podría haber pasado, porque mientras el ganador Kris Allen quedaba atrapado en la misma maquinaria posterior del programa, Lambert fue libre de encarar una carrera solista, provocar un escándalo en los American Music Awards simulando una felatio a su guitarrista (a lo Bowie!) y besando al tecladista, y en última instancia consiguiendo un trabajito nada despreciable como frontman de una banda que arrastra multitudes. En el documental, más de un declarante afirma que su elección sexual tuvo mucho que ver en que no ganara el concurso televisivo, y que ser orgullosamente gay ofrece algunas alegorías con respecto a Freddie, que sintió toda su vida que debía ocultarlo del ojo público. El actor Rami Malek, encargado de la impactante personificación del músico en la película de Bryan Singer, habla de lo que significó para el vocalista abrirse paso entre los prejuicios por su origen extranjero y su homosexualidad.

Aquí y allá, los testimonios del jurado Simon Cowell (quien admite no haber tratado bien a Lambert en el primer casting), Taylor Hawkins de Foo Fighters, Joe Elliott (quien recuerda sus temores al ser el primer cantante en asumir la voz de Freddie en el homenaje de 1992), Joe Jonas, el promotor estadounidense Jared Braverman, la periodista Lyndsey Parker y Spike Edney, histórico tecladista “auxiliar” de Queen, completan una pintura que ayuda a entender por qué unos veteranos que tienen la vida económicamente resuelta y un legado artístico bien consolidado se animaron a salir de vuelta al ruedo. Pero quizá todo se entienda mejor en esas escenas finales que recuerdan al cuarteto histórico calentando las gargantas en la previa a un show, y el salto a la actualidad. El dinero habrá tenido que ver en el regreso de la banda, seguro, pero cuando May, Taylor y Lambert se largan al coro de “Fat Bottomed Girls” en sus rostros solo hay disfrute. Y es un placer contagioso.