Acaba de terminar la décima Liga de las Américas (la “Libertadores” de la bola naranja) y el mejor equipo argentino no fue el actual campeón local San Lorenzo, ni La Unión de Formosa, su segundo, sino uno que entró de casualidad: Bahía Basket se benefició con una sanción a equipos brasileros y, por la ventana, inició su camino silencioso hasta la final, donde cerca estuvo de ganarle al Guaros venezolano, bicampeón continental. Para llegar ahí tuvo que superar dos fases de grupos y eliminar en semis al favorito, Fuerza Regia de México.

Aunque parezca obra del azar, el subcampeonato del humilde Bahía supone el impensado –aunque no inmerecido– éxito de una apuesta a largo plazo, más formativa que competitiva. Una anomalía que comenzó hace apenas siete años por estímulo de Pepe Sánchez, un Dorado que buscó empujar la esperada renovación del básquet argentino desde su propia cuna. Bahía Basket se alió al legendario Estudiantes de Bahía Blanca el 25 de mayo de 2010; y sin que nadie lo advirtiese, el básquet argentino inauguró una nueva revolución. Además de empujar el proyecto, Pepe se puso la casaca y repatrió a otros bahienses ilustres: el veterano Juan Espil y el retirado Alejandro Montecchia, sumado al cuerpo técnico.

Las primeras temporadas arrojaron resultados discretos mientras el plantel entrenaba en un viejo matadero. En 2013, Estudiantes se abrió del proyecto y Sánchez adquirió protagonismo en el nuevo club y en el básquet argentino todo: impuso la Liga de Desarrollo, un torneo sub23 para equipos de Primera que replicó de Estados Unidos, donde lo jugó antes de convertirse en el primer criollo NBA. Desde entonces, el entrenador es Sepo Ginóbili, hermano de Manu.

La Liga de Desarrollo se juega en verano para no complicar a los pibes que estudian. Y ambas ediciones fueron ganadas por... Bahía Basket. La figura de aquellas campañas, Juan Vaulet, que venía de ser campeón sudamericano sub17 con Argentina, ahora disfruta su medalla de plata en la Liga de las Américas, antes de irse a los Brooklyn Nets. Tiene apenas 21 años y sus compañeros no están muy lejos: su hermano Sebastián suma 18, igual que Lucas Corvalán, el base titular, mientras que Maximo Fjellerup (otro sondeado desde NBA) tiene 19. Lucas Redivo, goleador del torneo continental, sería uno de los más “viejos”, con 23, aunque todos andan por la misma edad. Años más, años menos, son frutos de una extraña cosecha en el deporte argentino: aquella que no se corta antes de tiempo ni se exprime hasta pudrirla. ¿Continuará?