La epifanía puede tener cualquier forma: incluso de tormenta. En el verano de 2017, Paul Higgs consiguió un trabajo como bachero –eventualmente, ascendido a mozo- en un parador junto a la ruta interbalnearia uruguaya. Su banda Algodón ya había ganado un prestigio menor en el circuito indie, pero estaba lejos de aportar el sustento. Una de esas tardes, Higgs entrevió una cerrazón en el horizonte. El aire se llenó de inminencia eléctrica y, cuando finalmente se desató el temporal, el dueño del boliche quemó todos los papeles. Sacó su vinilo de Blonde on blonde, subió el volumen a tope y puso “Stuck inside of Mobile with the Memphis blues again”. Paul Higgs se sintió hablado. “Quise vivir una vida de aventuras –dice-. Montevideo era un lienzo que ya había pintado y despintado y re-pintado con todos los tipos de pintura que se te puedan ocurrir. Estaba quedando ocre. Además, como parte de mi imaginario wikipédico de artista, siempre había estado la idea de irme a Buenos Aires. Un tiempo después Los Siberianos me invitaron a hacer de bajista en un recital en Niceto con Mi Amigo Invencible. Esa noche, cuando llegué a la cama del lugar donde me estaba quedando, miré para arriba en la oscuridad: ‘nah, yo me tengo que venir a Buenos Aires, esto es un hecho’”.

Co-producido por Luis Balcarce (Banda de Turistas) para su sello Queruza, Astucia es el primer retrato de la colisión. Un estallido de soul y purpurina que, si bien ofrece el pasamanos de la melodía, parece dinamitar puentes con la estructura arquetípica de la canción, la hegemonía pop del minimalismo e incluso el propio pasado de Higgs. Todo es exagerado. Desde los arreglos funkadélicos hasta la sintaxis, en algún lugar entre Yoda y Luis Alberto Spinetta, que el artista usa para hablar con cualquiera. La tapa, en ese sentido, es elocuente. Las torres del planeta están colapsando pero Higgs, en vez de salir corriendo a buscar refugio, se queda recibiendo los últimos rayos de sol con el torso desnudo. Ya saben. Si este va a ser el fin del mundo, que por lo menos nos encuentre bronceados.

Foto: Karin Topolanski

 

Las balas de la paradoja no le hacen mella. Paul creció en un barrio históricamente tildado de cheto como Punta Gorda, pero tiene una credencial rockera de alto handicap. Su padre es Lulo Higgs, guitarrista de una de las últimas formaciones de Días de Blues. “Me influencia constantemente –dice Paul-. Además de ser mi padre es un gran mejor amigo: una persona tan jovial, agradable, humorosa y seria. Una persona muy sana. Eso lo ha inculcado en mí de formas directas e indirectas, por simple existir frente a mis ojos y mis oídos. Nunca me impuso nada y eso fue lo más importante de todo. La música siempre es y ha sido quizás la parte más importante de nuestra relación. Lulo sube, se calza la viola y nos ponemos a tocar”.

Paul, de todas maneras, hizo el intento de una vida normal. Apenas terminó el Liceo se anotó en Comunicación pero, el día de un examen, sufrió un ataque de pánico. Leyó el episodio como una confirmación y se encerró en su habitación para grabar las canciones de Algodón. En agosto de 2014, el video de “Claro que si” abrió un surco de amor y odio en las redes sociales. Montado sobre un groove inspirado por Bombino, Higgs bailaba su elegía para Punta Gorda envuelto en la bruma de la Playa Virgilio y los caserones aristocráticos venidos a menos. “La gente ponía el video en los grupos de Facebook contra los chetos y eso le dio más trascendencia –dice Higgs-. De una manera inocente, era como punk. Era desinteresado, no conformista. El disco tenía diecinueve temas en una época en la que ya se empezaban a curtir los discos cortos”.

 

Alrededor de ese debut no solo se armó una banda sino incluso La Órbita Irresistible: un colectivo donde militaban otros grupos como Piel, Viajes en la Superficie, Mapache, Oso Polar y los propios Algodón. Grabaron decenas de discos, cruzaron integrantes, armaron festivales, saborearon la miel del éxito y la hiel del fracaso. Así, con el mismo fulgor que se consagró, la hermandad se quebró. Cada uno metabolizó la pérdida a su manera. Higgs, por su lado, asumió todos los claroscuros de su romance con Montevideo.

“Me siento requeteparte de una tradición de compositores que han nacido y curtido estas calles y esta idiosincrasia. Si la posta no se me ha dado natural o formalmente, ¡la tomé! Con mucho cariño y amor. Me parece lógico: es una cadena de adn. Una de las cosas más importantes que puede tener una cultura es la inter-generacionalidad. Me gusta la imagen de hacer piecito: entramar tus dedos y bajar tus manos para que otra persona pise en la plataforma que creaste y salte por encima del muro. En Montevideo, una parte de mi te va a decir que eso no existe. Que tenés que estar añares haciendo un derecho trucho de piso. Que es un hermoso lugar pero también es muy chato. Andá a saber, capaz que quien en un lugar reside por mucho tiempo necesariamente acaba pensando eso. Porque también es verdad que las cosas van pasando y que la ciudad me lo ha dado todo. Los montevideanos y las montevideanas son gente parca pero de corazón tierno. Esa es la verdad”.

Foto: Camila Graña

Si bien antes editó artesanalmente unos seis discos firmados con su nombre, Astucia fue planeado como una suerte de lanzamiento solista. No solo porque es el primero que tiene un sello discográfico detrás, sino porque todos sus aspectos (estudios, arreglos, videos, arte gráfico) están sujetos a una idea más “profesional” de la producción. “Podemos ponerle un titular a la premisa: Vanguardia Pop –dice Higgs-. Quería la destrucción del sound establecido por Voldemort y que, al mismo tiempo, pudiese ser escuchado por cualquier oído: entrenado, desentrenado, nunca entrenado, con interés, sin interés. Que lo escuchara desde mi mejor amigo hasta una persona en su lecho de muerte y que les llegara, muy entre comillas, el mismo mensaje”.

Los dos primeros adelantos, en ese sentido, dispusieron el terreno de juego. Con sus bajos enterradísimos, los audios de WhatsApp y una lírica picante, tanto “Triste millenial” como “La base de trap” parecen discutir con su época pero aceptar las reglas del juego. Para un artista ligado al imaginario de la psicodelia sesentista, es un gesto inesperado de contemporaneidad.

“Hace un par de años sucedía todo lo contrario: solo me interesaba cómo se había grabado el Blonde on blonde o el Dark horse de Harrison –confiesa Higgs-. Ahora ya me amigué con el tiempo en el que vivo... ¡en parte! Lo sigo sufriendo, pero lo barajo. Trato de sacarle su sustancia y de ella nutrirme para bien, para mal, para lo que sea. Me interesa muchísimo ser parte y también enfrentarlo. Un desafío: eso es lo que es este disco. Para quien lo que oye y supongo que para mí también. Aun continuando esta hélice de adn en la que seguro me hallo. Aun cuando, al ser hijo único, el trauma de la originalidad máxima y de separarme del cardumen me atraiga y me enferme. Quiero existir en este tiempo en el que existe mi cuerpo físico. Quiero jugar ping pong con este momento. Algo de eso”.