El segundo libro solista del poeta y músico Fernando Marquínez (Rosario, 1963) ejerce el arte del guiño literario desde el título. ¿Sueñan los pulpos con cazuelas de náufragos? (La Masmédula, Buenos Aires, 2020) juega con el título de la traducción al español de la novela Blade Runner, del escritor de ciencia ficción y gnóstico estadounidense Philip Dick: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Hay que explicar esto de libro solista. 

El primer poemario solista de Marquínez fue El resto no presenta alteraciones (2014). En 2007, un jurado integrado por Sergio Cueto, Héctor Piccoli y Sergio Raimondi (una terna que garantizaba imparcialidad, siendo Piccoli y Raimondi representantes notables de dos estilos de poesía muy distintos entre sí) otorgó el premio Municipal de Poesía Felipe Aldana a Cavidades del Recreo, poemario escrito en colaboración por Marquínez y el inolvidable Fabricio Simeoni. Ese gesto de reconocimiento dio visibilidad a una poesía que desde sus procedimientos mismos venía diferenciándose del canon realista local. 

En 2002, Marquínez fue parte con Simeoni, Federico Tinivella, Lisandro González, Ricardo Guiamet, Germán Roffler, Orlando Valdez y Roberto Lobos del proyecto de escritura colectiva El aro en la lengua, de donde surgieron (directa o indirectamente) varios libros o series de textos en colaboración entre estos y otros autores. El método creativo fue descrito en una entrevista de 2012 por Tinivella como "una especie de juego colectivo". Al ver los resultados de esta trayectoria en la obra individual de Marquínez es imposible no recordar la escrtiura automática lúdica de la vanguardia surrealista. 

Si hubiera que inventar un mito de origen para explicar un libro tan vital, inspirador y extraño en su contexto local contemporáneo como ¿Sueñan los pulpos con cazuelas de náufragos?, se diría que la poesía de vanguardia de hace cien años pasó de contrabando los controles racionales del modernismo y el realismo porque supo esconderse entre los pliegues de las letras de las canciones de rock. ¿Será que la fulgurante inventiva de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, fue transfundida de nuevo a la lengua castellana tras pasar por el aparato circulatorio de la lengua inglesa a través de las letras de Beck? ¿O de Bob Dylan o de Joni Mitchell? Quizás el virus del dislocamiento discursivo viene de antes: del culto a la embriaguez tóxica de los poetas simbolistas, que traficaron para deleite del pueblo argentino los letristas de tango. Toda una sección del nuevo libro de Marquínez hace uso del tango y dialoga con el lunfardo, reviviendo las viejas letras en sus aristas menos pensadas: "la crueldad no es del cartel/ sino del ojo ávido", se le discute a Afiche. ¿No es la poesía un pulpo caníbal que come música?  

Hay un universo de goce secreto que esta poesía no intenta descifrar sino transmitir, en el sentido de un contagio, como se contagian la risa o el bostezo. Los vanguardistas de antes no usaban gomina y eran valientes. Carecían de sistema legitimador del arte y se arriesgaban a ser tomados por idiotas, riesgo que Marquínez corre admirablemente; y sale ganando, porque ya no hay nada que perder. Algunas de esas conflagraciones que nos toman por sorpresa incineraron los spin-offs del modernismo mientras dormían. Y en el éter poético queda sola sonando la no-voz trans-humana de esta poesía-máquina, lírica combinatoria, poesía-océano de lenguaje. Que una sección entera del libro esté hecha únicamente de retruécanos, o que una serie de haikus juegue con referencias crípticas a consumos non-sanctos, y que toda una riqueza infinita de creatividad verbal se desparrame en un horizonte de tedio o esplín existencial del que no parecían quedar existencias en literatura alguna, es para celebrar con cotillón negro, con submundos de la imaginación, con fragmentos de pesadillas como los que habitan esta obra singular.

Y que sólo tenía que encontrar su tiempo, y cuyo tiempo es este: el tiempo suspendido de un año espejado, abierto a la escucha flotante de discursos de locura artificialmente inducida, a cosmovisiones retro-visionarias, a la intemperie de un canon establecido que ya no representa el presente. Tal vez estos versos, de tono profético a la vieja usanza vanguardista, encuentren su tierra fértil en los ojos y oídos de los pibes del trap: "los soldaditos sin cruz no marchan/ se arrastran con los ojos desorbitados/ 'es un flash verlos marchar'/ dice uno de la multitud/ dejate fritar/ dejate llevar/ dejate pinchar/ dejate joder/ no más desigualdad/ tampoco realidad/ los comandantes/ del Alto Grifo/ van a caballo/ en todos los sentidos/ dios ya no mira/ solamente hace/ glu/ glu/ glu".