Alfredo Grondona White era, al primer vistazo, vagamente alarmante. De cara era más White que Grondona, un inglés grandote de cejas apasionadas, un aire de excéntrico amable pero mejor no lo crucés. Era, claro, una primera impresión de un tipo cordial que se protegía, y además un resto de un sentido de la ironía simplemente feroz que se temperaba por un gran afecto por sus criaturas, que venimos a ser todos nosotros. Lo que el inglés hizo con el dibujo es comparable a lo que hizo Basil Thomson por años en el Buenos Aires Herald, escribiendo su inclasificable Ramón Writes, reírse con cariño y con pertenencia de todo lo que veía.
Estas son algunas de las rumiadas que despierta la reedición del tomo de Maestros del Humor dedicado a Grondona White por la inesperada editorial patagónica La Duendes. Ampliado a 110 páginas, el libro-revista tiene una entrevista al autor, varios homenajes de cuando nos dejó, algunas fotos y una antología representativa de su trabajo. Es notable, pero hay piezas que deben tener bastante más de treinta años y se podrían publicar hoy, intactas, para ser tan graciosas y ácidas como cuando salieron en alguna de las encarnaciones de la revista Humor.
Esto es uno de los rasgos del clasicismo y de la natural elegancia de Grondona White. También es un producto de sus temas, simples y duraderos: la vida en la oficina, la gente que ensucia, las mil y unas pavadas de la vida en común, la irrenunciable falta de lógica de algunos. Y sobre todo y siempre, las mujeres. A este inglés le gustaban las mujeres y las mostraba en detalle, infartantes o no, siempre diosas e impredecibles, rodeadas de hombres torpes o babosos. Pocas veces alguien observó con tanta agudez la comedia humana en su capítulo ellos y ellas.
Un acierto de esta selección es dedicarle varias páginas a Bespi, la casi surrealista observación sobre nosotros en la niñez. En esas páginas hay peleas por los sueños, como la de un chico que sueña con un super-chancho volador y el otro que se enoja porque él lo soñó primero, lo que genera una pelea sobre el copyright de los sueños. Y hay pesadillas de la vida cotidiana como irse en un largo viaje en un auto lleno de chicos que se pelean, vomitan, piden cosas y se divierten tirando los mapas por la ventanilla.
Un truco de Grondona White siempre fue crear listas, listas de travesuras de los bespi y también tiras basadas en listas (debía andar con una libreta anotando todo el tiempo). Así se explica que una publicación fuera una doble página sobre, por ejemplo, “las hazañas masoquistas” que releva a los que mastican cubitos, se arrancan las curitas sin pestañear, destapan botellas con los dientes, apagan velas con los dedos y capturan bichos con las manos, para que no los maten. La lista siempre tiene alguna fobia personal, por supuesto, como la de aquellos que se animan a usar lentes de contacto. El inglés nunca renunció a sus enormes anteojos cuadrados y nunca entendió eso de toquetearse las pupilas y andar usando gotas.
En la misma lógica cruel caen las invitaciones a comer, los primeros signos de jovatez, la imposibilidad de que las abrochadoras funcionen, la mugre en la playa, los pesados en general –muchas listas, en este caso– y todo lo que le puede pasar a un hombre por la cabeza ante un ombligo femenino. Hay que homenajear a un humorista que tiene personajes bebiendo whisky Old Bullshit o paladeando un Viejo Vejiga Malbec.
En fin, es para pensar qué andaría haciendo el inglés en estos tiempos de macrismo, sobre todo pensando en cómo se rió del “deme dos” original. u