En cine y teatro existe una premisa simple y directa que dice que nunca se debe colocar un arma en escena si no va a ser utilizada. La premisa, que se conoce como "el arma de Chéjov", que fue quien la postuló en relación a que no existe la instalación gratuita de un elemento dramático sin utilidad, viene a cuento por la manera de resolver tensiones ahora ya no en una escena de guion en representación de la realidad, sino en la purita purita realidad.

Ejemplos, sobran. Desde el ingeniero Santos hasta el jubilado Ríos, mucho antes y también después. Pero, a diferencia del "arma de Chéjov", en la realidad, cuando hay un arma en la escena ya es tarde, porque ese arma indefectiblemente es una amenaza de muerte candente disfrazada bajo la idea del "por las dudas". La prefiguración del objetivo de los proyectiles tiene ciertas exigencias. Son pocos los que están dispuestos a matar realmente. Por lo general, la idea de la muerte es una situación imaginariamente controlada investida del rostro del peor enemigo. Nunca de una tercera persona que no tenga nada que ver, mucho menos, de un amigo, y prácticamente imposible imaginar, de una persona amada o de sí mismo. Porque basta imaginar esos rostros cercanos o propios para instalar la duda que imposibilita. Y como dijo Chéjov, si no hay certeza de uso, no viene al caso meter un arma en la escena.

Pero ocurre que el relato que promueve el rostro del peor enemigo viene promovido, promocionado, con amplia disponibilidad de espacios. La idea es no pensar y armarse, que en síntesis viene a ser uno consecuencia del otro.  Ahí la tenemos a Patricia Bullrich, a  principios de noviembre de 2018 cuando dijo precisamente esto. En la recordada entrevista que le hizo una movilera al salir de un restaurante en la ciudad de Córdoba, en la que soltó la frase de "el que quiere andar armado, que ande armado". En ese momento, Bullrich aseguró que, en ese sentido, en el de andar armados, "Argentina es un país libre".

El mensaje es claro, no pensar para poder armarse. Cualquier asomo de duda imposibilita el discurso. ¿Qué quiere decir que el que quiera andar armado, que ande armado? No es tan fácil como ir y comprar el arma. Hace falta facilidad al comprarla. Es imprescindible que se reduzca el control, de esa manera, se trata tan solo de una cuestión de voluntad. Y a esa voluntad, además, hay que convencerla de que no es riesgoso, que solo se trata de justicia, y como no la hay o es lenta, siempre conviene la salida individual. Tener un arma, para el gobierno de Cambiemos, fue tan libre y sencillo como poner una parrillita en la puerta de la casa, para zafar de la malaria.

Y qué más dijo y sigue alentando Patricia Bullrich: que Argentina es un país libre. ¿Libre de qué quiso decir pero no dijo? Libre del Estado, libre del control estatal. Que el Estado se dedique a reducir el control y a privatizarlo. Se redujeron los programas para entrega de armas, los presupuestos de los registros de armas se redujeron porque los controles pasaron a ser privatizados, con lo que se encarecieron los trámites y, como resultado, el 74% de los poseedores de armas no pudieron habilitarlas y pasaron al circuito ilegal.

Ahora que es visible que se pagan las consecuencias de las políticas neoliberales se entiende qué pretendía el slogan de Patricia Bullrich sobre la Argentina libre y la facilidad para cualquiera de andar armado, si el circuito ilegal se incrementó a tal punto que no solo un jubilado esté dispuesto a jalar el gatillo, sino que también sea sencillo obtener armas para asaltarlo.

Desarmar a una sociedad alimentada con el miedo no es una tarea sencilla. No se logra vistiendo traje de fajina y bajando de helicópteros con un arma colgada de los hombros. El desarme es lento, reforzando con presupuestos educativos, de registro, de control minucioso de las armas. Pero también de fuerzas de seguridad profesionalizadas, especializadas en tareas de investigación, con preparación de prevención y no de prepotencia. Menos armas en escena, porque las armas están para ser usadas y eso termina con mucho riesgo para la vida. La muerte no es ficción ni es teatro.