¿Qué es lo más importante de un documental? Algunos dirán su rigor informativo. Otros argumentarán a favor de su claridad explicativa. Los creadores de la docuserie High Score, que está en Netflix, pueden argumentar que lo fundamental es la pasión por el tema que retrata.

Lo que distingue a High Score es cuánto ama aquello que relata. Tanto como para interesarle a cualquier despistado en el tema. Esta serie documental presenta seis episodios cuidadosamente hilvanados en torno a momentos y juegos fundamentales de la historia del fichinaje, las consolas y la compu pensada no como herramienta de trabajo, sino como artefacto lúdico.

Desde la explosión inicial de Space Invaders y Pac-Man hasta la revolución de los juegos de disparos en primera persona, con Doom y Wolfenstein 3D a la cabeza. En el medio, la aparición de Mario, los juegos de rol, los deportivos y los siempre vigentes Street Fighter y Mortal Kombat.

Cada capítulo se ocupa de un momento y un tipo de juegos particular, observa saltos y continuidades en sus desarrollos y aporta tanto información súper conocida como detalles deliciosos: ahí están las páginas originales con el diseño de las navecitas de Space Invaders, los primeros demonios que concibió en papel el metalero creador de Doom o las acuarelas del artista conceptual de Final Fantasy.

Pero la serie no se centra (sólo) en los juegos, sino también en quiénes los crearon, tanto norteamericanos como japoneses. Y cómo lo hicieron, a veces desde espacios impensados. Porque resulta –no spoilearemos aquí– que buena parte de los saltos tecnológicos no fueron fruto de investigaciones con fortunas corporativas sino, en verdad, de chantadas de primera.

A veces, gente que se dio cuenta de que podía hacer un mango extra a partir de la necesidad de despejarse de la presión de los exámenes de sus compañeros de facultad. Otras, personas que arriesgaron perder juicios por millones de dólares tirándose un lance y mintiéndoles descaradamente a las multinacionales. Así también hay hackeos en sótanos, y desertores universitarios que alquilan habitaciones para poner más fichines y luego los "tunean" para levantarla en pala.

Y aunque, desde luego, ya avanzada la industria aparecen las estratagemas empresariales, lo más delicioso de la serie está entre esos encantadores atorrantes desesperados por laburar de lo que les gustaba o, sencillamente, expresar a través de un videojuego sus ideas.

Eso los estadounidenses. Porque luego están los japoneses.

Y son otra cosa. Hablan ante la cámara con una suavidad increíble, conscientes de su aporte monumental a la historia de una cultura y, al mismo tiempo, como si tampoco fuera nada del otro mundo. Como si revolucionar la industria del entretenimiento fuera tan natural como respirar.

Los contrastes entre los entrevistados a uno y otro lado del Oceáno Pacífico son tan llamativos como cautivantes. Si los norteamericanos a veces se pasan de vociferantes y personajes, los asiáticos son mesurados en sus movimientos, comedidos en sus declaraciones y sonríen por chistes sutiles.

High Score es una serie maravillosa porque está repleta de amor a los juegos, a sus creadores y, sobre todo, a sus jugadores. Al punto de que entrevista a varios de los primeros "campeones mundiales" de Nintendo, Sega o Street Fighter, antecesores directos de los actuales ídolos de multitudes de los e-sports.

Sus historias se cuentan sin demasiadas estridencias. Pero es muy interesante cómo en esos planteos aparecen cuestiones relevantes sobre la importancia identitaria de los videojuegos para los gamers. La del chiquilín Bill Heineman, primer campeón nacional de Estados Unidos de un videojuego, quien de adulto es Rebecca Heineman, es un ejemplo.

Otro tanto sucede con la vida de algunos desarrolladores, como el creador de GayBlade, el juego de rol que permitía enfrentarse a predicadores televisivos y legisladores homófobos. O la de quien consiguió trabajo como desarrollador sólo para cumplir su sueño gamer: poder tener jugadores negros en la pantalla.

La bajada de línea no necesita explicaciones a prueba de boludos. La secuencia y el muestrario dejan bien claro cuán importantes son los videojuegos para quienes se dedican a ellos con el alma. Todo sea por jugar una vida más.