Quería por fin llegar a Palestina, quería pasar mi cumpleaños número 33 ahí.

Luego de estar una semana de escala en Madrid, llena de jet lag, calor e insomnio, pasé un par de días paranoica en Nahariya, Israel, una ciudad de playa al norte, en la frontera con el Líbano y desde ahí fui bajando en tren. Mi primera visión de Jerusalén, la ciudad de mis antepasados palestinxs, fue su arquitectura. Todas las construcciones se veían tan antiguas, con grandes bloques de caliza, color arena. Pero, a la vez, podía verse con facilidad la convivencia entre lo viejo y lo nuevo, lo opaco y lo brillante, lo árabe y lo judío. Muchas capas de historia y contradicciones aparecían en los materiales y las formas.

La Jerusalén de hoy está “unificada”: la parte Occidental (38 km) y la Oriental (6 km), y otros 70 km de territorios ocupados. Lo único que sabía era que tenía que ir a la "Damascus gate", una de las entradas de la ciudad antigua de Jerusalén y que de ahí salían los colectivos para Belén. Mi primer destino quedaba en el “más allá”, debía atravesar un “checkpoint”, y recién ahí sí estaría "oficialmente" en Cisjordania, Palestina. Para eso tenía que hacer una pregunta simple -"¿Which is the bus to Bethlehem?"- y sólo podía ser hecha a uno "de los nuestros", porque sino era probable que me dijeran lo que ya venía escuchando desde mis primeros días en Israel: que no cruce, que es peligroso, que por qué quiero ir ahí, al otro lado del muro, al otro lado de la frontera.

Viajaba liviana, con una mochila y dos cámaras: una analógica descartable y otra digital, para filmar las escenas finales del documental que arrastro hace casi 8 años, con intermitencias. Me acuerdo bien cuando crucé una X calle de Jerusalem, me gustaría saber su nombre para ponerlo en este texto, intenté recuperarlo a través de la experiencia virtual del recorrido por Street view pero el mapa se muestra pixelado, y no es la mala conexión que puede haber en Bariloche, sino porque en la mayor parte del territorio de Israel/Palestina los mapas están pixelados adrede, por "cuestiones de seguridad". Recuerdo, decía, que crucé una calle X, al borde de la muralla de piedra que divide la ciudad vieja de la nueva y entonces me sentí en Palestina. Era la misma ciudad, las mismas palmeras, pero algo había cambiado, los sonidos se volvieron más fuertes, los olores más intensos, ¿el sol brillaba más fuerte? El desorden empezaba a aflorar e, inmediatamente, me sentí cómoda, como en mi casa. Me compré un shawarma y me quedé mirando ese hermoso caos.

Imaginemos que en ese estado de contemplación, fascinada con todo a mi alrededor, entre los señores bigotudos, entre los vendedores a los gritos, entre lxs turistas japonesxs, imaginemos que por ahí pasaba caminando un señor que lleva en sus manos una lata que chorrea pintura verde. Imaginemos que ese señor es el artista belga-mexicano Francis Alÿs.

En verdad, su caminata por Jerusalén sucedió en 2004: con tranquilidad recorrió ese territorio en disputa, la gente y los soldados lo miraban, extrañados, parecía un loco o un distraído, que iba dejando caer pintura, y así trazó 24 km de recorrido por la ciudad. 58 litros de pintura verde que marcan una línea, que cita a otra línea: una dibujada sobre un mapa con lápiz verde, en 1949. Esta fue la demarcación que se estableció en el acuerdo árabe-israelí, poco tiempo después de la creación del Estado de Israel, el 15 de mayo de 1948, una fecha que para los palestinxs se conmemora como la Nakba (tragedia).

The Green Line de Alÿs es una obra que reúne muchas cosas que me tocan: la caminata, los mapas, el color verde, la causa palestina.

Años atrás había ido a ver una muestra de él, no sé bien por qué fui, quizás porque sabía que había hecho una obra en Patagonia y ese solo dato me alcanzó. Tengo recuerdos borrosos pero intensos de la exposición: un hombre temerario desafiando a la naturaleza, adentrándose en un tornado; unos niños corriendo por las calles de tierra de Afganistán, jugando con rollos de las películas censuradas; una frontera de mar, el estrecho de Gibraltar en No cruzarás el puente antes de llegar al río (y esa obra fue la que me hizo, tiempo después, decidir llegar a Tánger en barco en vez de avión). Me gustaba que su obra fuera tan proliferante, poder ver sus cuadernos de trabajo, las pruebas y versiones de una misma obra. De hecho, creo que fue la primera vez que compré un catálogo.

¿Cómo queda la huella del tiempo en el espacio? En los mapas de la Conquista del desierto en Argentina, realizados en tinta por el general Olascoaga se dejaba el rastro de la "frontera anterior". También en los cuatro mapas secuenciados de Israel/Palestina, desde “antes de la partición” hasta 2008, que realizó el artista Richard Hamilton, donde queda evidenciado el avance territorial del primero sobre el segundo. Al restituir la línea verde, Alÿs revive el pasado, pinta la tierra y vuelve visible una frontera fantasma. Lo que me fascina de esta obra es cómo le pone el cuerpo a una frontera fallida, que no fue, y lleva al terreno lo que otros dibujaron en el papel. El resultado de esta experiencia es un video de 17.41 min. que se encuentra dentro de la serie que él llama Algunas veces hacer algo poético se convierte en político y algunas veces hacer algo político se convierte en poético.

Esa frontera -también conocida como “pre-1967”- fue hasta esa fecha, una barrera de alambre de espino. Hoy es una línea imposible de recuperar, ya que las fronteras entre Israel y Palestina son muy frágiles y cambian todo el tiempo- especialmente ahora, en pleno debate por el Plan de Anexión 2020 acordado por Netanyahu y Trump-.

Viajando por Palestina nunca terminaba de entender dónde estaba, allá o acá, de qué lado, en qué frontera, en cuál ruta. Es una geografía imposible de explicar, que rompe todas las ideas que tenemos de habitar o transitar un territorio. Tenía que ver, todo el tiempo, más allá de lo visible: interpretaba símbolos, me guiaba intuitivamente y en los espejismos de la ruta caliente veía a Francis Alÿs, marcando la frontera que pudo haber sucedido, esa línea que prometía ser el inicio de un tratado de paz, que hoy parece imposible.

Cuando finalmente me tocó pedir los deseos de cumpleaños, me encontraba bajo el nivel del mar, en el desierto de Nabi Musa, con una tormenta de arena de más de 40 grados. Mi primer y único deseo fue: volver a Palestina.

Maia Gattás Vargas es artista visual e investigadora sobre arte contemporáneo. Trabaja sobre la relación entre naturaleza, ciencia y estética haciendo énfasis en la representación del paisaje de la Patagonia argentina. Forma parte del grupo Laboratorio Isla Victoria que, desde 2017, realiza la Residencia Isla Victoria en el Lago Nahuel Huapi, Bariloche. Participa del colectivo artístico-político Palestina Monamur de rap y artes visuales. Se encuentra produciendo su primer largometraje documental que mezcla las aguas patagónicas, con las del río de La Plata, y las del río Jordán, en Palestina. Desde el viernes 11 de septiembre, puede verse en las plataformas del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires un video de sobre su trabajo que forma parte del programa "País Imaginado"