Su rebelión nació en la primaria, cuando empezó a escuchar otras voces que la de su entorno reinado por una escultura gigante del puño en alto, símbolo del black power. Hacia fines de los '90 en esas aulas de Port Harcourt, ciudad petrolera al sudeste de Nigeria, quisieron enseñarle historia autocensurada al nieto del primer manager de Fela Kuti. Relatos como el descubrimiento del río Níger y las cataratas Victoria por un explorador escocés, o la famosa independencia del '60 que los hizo un país libre y democrático. Damini Ogulu era fan de los superhéroes y de los guerreros de videojuegos, pero ya entonces una persona realista: sabía que nunca vendría uno al rescate, que debía ser el propio a su manera, y desde entonces existe Burna Boy.

La transformación en el músico africano top del momento –arriba de la lista Afrobeats recién inaugurada en Inglaterra, liderando la playlist African Heat de Spotify, dos premios BET, varias estatuillas locales– fue paulatina y también brutal. “Siempre fui muy pesado para el ascensor, así que fui por la escalera. Ahora sé todo lo que hay en cada piso”, dijo para GQ Style, en una producción de alta costura de obvias inspiraciones, hecha en Lagos, donde vive hoy –la ciudad más poblada de Nigeria–. Pidgin English llama el periodismo occidental al inglés cruzado de sus letras, que combina con versos en igbo y yoruba aprendidos de sus bisabuelos. No le tiembla la voz al decir su por qué canto –aunque sepa que no verá su objetivo en vida: África unida, un solo pasaporte y moneda, los exiliados por la esclavitud repatriados–, pero ni una palabra quiere mencionar sobre “Ja Ara E”, la canción que escribió para El Rey León/Beyoncé.

En Londres, base de una inmigración africana diversa y conectada con las ciudades de origen, Burna Boy –que además vivió ahí una errática temporada universitaria– es figura hace varios años, parte de una variedad de productores y cantantes enorme que trabajan la música afro, todo lo cual explora Drake desde 2010 (de Jamie xx a Jorja Smith). Así, vía Atlantic Records, llegó gran parte del público americano por primera vez a él: al final de “Get Together” (2017), donde apenas se percibe y no se lo acredita, pero el disco se llama como la canción citada (“More Life”). Extravagancias del gran vampiro canadiense, o más bien delicadeza porque no quemó el tema y Burna lo pudo lucir en la apertura de Outside (2018), su tercer disco y entrada en el mercado estadounidense.

Cuando llegó el póster de Coachella 2019 y vio su nombre en letra chica –la primera vez que tocaron músicos africanos en el festival–, no entendió: “Soy un gigante africano y no me van a reducir a lo que sea que signifique esa letrita”. El sentimiento inspiró el título del siguiente álbum, African Giant, lanzado meses después. Pero nada de presentaciones ni raps justificativos para el nuevo público –la capacidad vocal se extiende de crooner a MC–; Burna siguió adelante con su propio legado de afrofusión –la definición es suya; el debut se llama Dejando un impacto para la eternidad–: canciones irresistibles por su mezcla de beats y tambores, cuerdas, vientos, coros y efectos que tocan todos los resonadores del cuerpo. Samba, candombe, reggae, hip hop, el afrobeat de Fela. Antes le decían artista dancehall.

Hace dos semanas, Burna Boy lanzó un nuevo álbum, Twice As Tall (el doble de alto), una masterclass de historia, baile y cultura, con producción ejecutiva nada menos que del coach a la grandeza P Diddy –“se sabe que no me gustan los discos sin hits”, dice–, que además hace unas intervenciones motivadoras. Grabado casi todo durante la pandemia, el disco arranca con una cita a Viaje al interior de la tierra y una colaboración alucinante con la leyenda de Senegal, Youssou N'Dour, donde Burna recuerda sus comienzos en la música, el esfuerzo por alcanzar “el nivel” y cómo el único modo de lograrlo es no detenerse ante la impotencia. “Seguí, perfeccionate, cree en vos”, parece decir el tema, seguido por el llamado a despertar –casi todo en yoruba–, “Alarm Clock”, con batería del increíble Anderson Paak. “Wonderful”, una amalgama dembow reggaeton con la efusividad de una canción de mundial, fue el primer single, e intenta transmitir la sensación de ver el impacto de su música alrededor del mundo, dice. Girando con la banda, no mirando el celular. Cuenta que ningún país le impactó tanto por la marginalidad y las injusticias que no se dicen ni se pagan como Estados Unidos. “Todavía no terminé de hablar de todas las cosas que vi”, se traduce del yoruba en “23”, en honor a Jordan, un tema con piano y base tranquila, producido con el francés Skread. Donde más denuncia en este disco es en “Monsters You Made”, con su inglés más entendible, un ensayo sobre la violencia en los márgenes, con un rap fuerte y cuadrado –“los políticos no entienden el odio que genera trabajar como esclavo por el salario mínimo”–, cortado con un estribillo de Chris Martin, “para equilibrar”.

Burna Boy sabe que en Nigeria ahora lo quieren más porque lo aceptaron en el resto mundo; que vive en una sociedad hipócrita donde no se aplaude la verdad. Las críticas van de un extremo al otro: sí, puede representar la voz de la marginalidad desde sus vehículos de alta gama, o ya no. Él dice: “Solo se puede ser tan rico como el lugar de donde sos, y en Nigeria hay mucha pobreza”. Las colaboraciones son diversas y siempre estupendas –con la banda de Kenya Sauti Sol, con los clásicos MCs de Nueva Jersey Naughty By Nature, con Stormzy–, pero sus letras son pura comunicación interna, con extractos de sonido documentales –desde Fela a su madre aceptando un premio por él– y menciones a personajes locales, nombres que enseñan y tejen una historia, desde la cantante y activista Onyeka Onwenu al hombre más rico de África. Mientras espera que vuelva a ser realizable el sueño de llenar un estadio en China, Burna Boy canta desde el saber que todo empezó en su continente, y que bastan las texturas de su voz, esas percusiones y melodías que recuerdan el contacto y el aire libre, para que el resto de la humanidad se sienta incluida.