Resulta un acto conmocionante la muerte de un neonato en manos de su madre. Tanto, que implica un pasaje de resonancias, primero del orden moral y judicial, luego por la crítica social, la perspectiva de género; para culminar en un hecho artístico (sobreviene la catarsis, afirmaría Aristóteles). Este es el caso de la producción local lanzada por la plataforma Netflix en Argentina, Crímenes de familia, cuyos orígenes pueden rastrearse en la más rica tradición de la poética denuncialista.

Un artista no moldea su trabajo con el diario del lunes en la mesa, pero a veces el producto se asemeja a esa imagen. Así lo observaba Tomás Eloy Martínez hace algunos años en el libro Ficciones Verdaderas, una ordenada serie de textos emblemáticos de literatura universal -obras de Williams Shakespeare, Alejandro Dumas, Gustav Flaubert, Federico García Lorca, Jorge Luis Borges o Gabriel García Márquez entre otras- cuya fuente inicial abrevó en la lectura del periodismo, es decir, la referencia real. Del mismo modo sucede con el films estrenado hace días, puesto que cierra, con versos del poema “La infanticida Marie Farrar” del alemán Bertolt Brecht, perteneciente al libro Hauspostille del año 1927, que el poeta escribe tras la lectura de una noticia devastadora.

Marie Farrar, nacida en abril, menor sin señas particulares, raquítica, huérfana, hasta el presente no fichada, dice haber asesinado a un niño de la siguiente manera: Que ya en el segundo mes intentó en lo de una mujer que vivía en un sótano abortarlo con dos inyecciones, que declara fueron dolorosas. Pero no quiso salir. Y a ustedes les ruego, se abstengan de juzgar. Pues toda criatura necesita ayuda de todas las demás”. 

De esta forma, como una declaración ante autoridad policial o judicial, comienza el poema del por entonces joven Brecht, motivado por una noticia que leyó en el Vossische Zeitung, periódico de la ciudad de Berlin, trasformada luego en canto expresionista tendiente a describir la modernidad, compleja, contradictoria, absurda; pero sobre todo injusta.

Hacia la estrofa numerada con el siete avanza el episodio que confiere sentido a la película: “Con sus últimas fuerzas, dice que luego, como su cuarto estaba helado, se arrastró hasta el retrete y allí (no recuerda exactamente en qué momento), sin más vueltas, parió hacia el amanecer. Dice que entonces se sintió muy confusa, y luego, ya media congelada, porque en el baño de servicio entra la nieve, apenas tuvo fuerzas para alzar al niño.

En cuanto a ustedes, les ruego, se abstengan de juzgar. Pues toda criatura necesita ayuda de todas las demás”. Líneas lanzadas a escala de alegato, traídas, entre otras defensas, por la de Romina Tejerina frente al tribunal que la juzgó en la provincia de Jujuy, un día de junio del 2005.

 

Pero volviendo a las influencias que el arte recibe de su entorno o mejor dicho su valor de representación, evidenciadas una vez más en Crímenes de familia, quiero detenerme en el proceso milenario de corrimiento del discurso de lo real al poetizado en las numerosas variantes existentes, con una cita que el mismo Martínez recupera de Stendhal en su libro: “En las minas de Salzburgo se deja caer a veces una rama sin hojas al fondo de un pozo en desuso. Dos o tres meses más tarde, cuando se recupera la rama, está ya cubierta por brillantes, cristalizaciones, innumerables diamantes, y ya no es posible reconocer la rama original”. 

Teoría de la cristalización la llamó. Notable síntesis.