Un mirador es un punto de observación privilegiado. Suele estar en desnivel, para abrirle al curioso voyeur más posibilidades de encontrar y disfrutar la ligereza del halcón, el coraje del águila,el brillo del colibrí o la rapacidad de los fugitivos gavilanes. Mirador es el nombre que el artista Hernan Salamanco eligió con la certeza de un cazador para su muestra, en la que el espectador se ve eclipsado por la velocidad de la pintura y el movimiento del color. Las grandes dimensiones están pobladas por manchas oceánicas junto a formas sutiles, cercanas al espíritu oriental. Esa tensión entre la materialidad industrial de sus obras --pintadas sobre chapas clavadas con esmalte sintético-- y la sutileza de una perspectiva que evita que caigamos en el reconocimiento, construyen un territorio que hipnotiza por su fuerza. Genera un movimiento centrífugo en quien rodea las pinturas, que se presentan como movimientos imposibles en los que el artista atrapa momentos fugaces de bellezas inmensas.

Bruma carmín, blanco nieve, amarillo cadmio, azul petróleo. Fragmentos de la naturaleza, escorzos de paisajes, que no permiten desviar la mirada. Y demandan. Son pinturas demandantes. Exigen tiempo, imponen el movimiento y sentencian al olvido pasajero de uno mismo. El lago colgante, la bruma, el ramo, las flores amarillas, todos construidos con aceite, un material que parece seguir moviéndose a pesar de lo estático de las pinturas, que por momentos parecen animales. Si el ramo tuviese patas, podría ser un flamenco. Si el lago colgante tuviese ojos, podría ser una pantera. Si la flor china blanca tuviese tentáculos, podría ser una medusa.

Ramo

Hay cierto planismo también, como resultado de los materiales con la que trabaja el artista, chapa y esmalte industrial. No hay dimensiones. Todo es un potente primer plano. No hay dimensiones relativas. Tampoco hay puntos de fuga. La pintura de Salamanco es un espacio donde no hay olvido, ni recuerdos, ni memoria. Tampoco vergüenza ni timidez. Es pura presencia, materia viva. Tal vez allí resida su poder hipnótico y sus facultades de embrujo. Al mismo tiempo, la enormidad de las dimensiones. "Lago colgante" tiene nueve metros por tres y al caminar junto a él algo se congela, un tiempo gélido y encantador. Es mejor avanzar porque hay una fuerza que atrae, la misma que no nos permitiría nadar para poder sobrevivir.

Es imposible saber, y en ese vértigo reside el placer y la demanda de las pinturas, si uno está arriba o abajo, si uno es un espectador o una parte del árbol, si somos la flor, la nieve, la rosa, los ojos o el pájaro. Si estamos en Balcarce, en Alaska o en Francia, país a donde nos llevan las paletas de Mirador, tan impredecibles como clásicas, afrancesadas. De esa Francia de aventureros, peregrinos y vanguardias, en la que los artistas tenían vidas felices: Monet pintando nenúfares en su jardín de Giverny, Cézanne caminando con su maleta repleta de acuarelas y pinceles hacia su montaña Sainte Victoire, Odilon Redon desentrañando la forma de una araña que llora con su carbonilla en un escritorio con velas, a medianoche en París.

"Bailarina en la oscuridad", con semblante de retablo clásico, construido con claroscuros y unos pocos toques de color --amarillo margarita y tan sólo dos verdes-- conforman una naturaleza muerta en la que desde las sombras un cono blanco hace de florero desde el cual líneas con ritmos furiosos hacen de tallos y flores. De todas formas, no hay oscuridad. A pesar de lo inquietante que resultan las obras, aún en las que priman los blancos y negros de movimientos veloces, no resultan sombrías. Tampoco acá hay melancolía ni angustia. Es el movimiento de las pinceladas que le imprimen una vitalidad que suspenden la tristeza.

Bailarina en la oscuridad

Arriba vista, nueve paneles donde la chapa queda enterrada por un paisaje asombroso e inalcanzable, dudamos de nuestra sensatez. ¿Es un reflejo de las copas de los árboles en un lago? ¿Somos hormigas poderosas, paradas en la mitad del bosque, mirando la cresta de los árboles con sus ramas como espinas bajo un cielo encapotado?  "Lago colgante" genera en el cuerpo una sensación de blancos y turquesas, grises y celestes, gélidos e irresistibles. Dan ganas de vivir allí. Pero algo nos sugiere que sería demasiado. Mejor, mirarlo de afuera. Recorrerlo con la mirada. Sentirnos pequeños. Intuir la temperatura de su agua y tratar de adivinar si ese blanco es nieve o es niebla concentrada.

En "Ramo" aparecen indicios geométricos: una franja horizontal, residuo de su vida anterior cuando colgaba como cartel inmobiliario, acompaña las verticales que conforman una arquitectura del color, en las que el círculo habitado por flores queda felizmente atrapado. "Brisas" es un océano de carmín. Una mínima tensión por debajo, algo que parece una pequeña flor sumergida, aunque impasible y viva, en un océano de jugo y sangre. Rosas balcarceñas, Monet subvertido, nenúfares horizontales, flores con un speed donde la belleza es una promesa de felicidad. ¿Cómo puede crecer esa margarita en ese charco de esmalte sobre una chapa? Resiste elegante y feliz.

Lago colgante

Es un tipo de relación especial la que se va estableciendo con cada uno de los cuadros, un presente continuo que invita, obliga, a detenernos en algunos lugares, recorrer la pintura como un cuerpo y olvidar las presencias satelitales del conjunto. Así es como trabaja el artista: se detiene en zonas, con la obra horizontal, sobre el piso o sobre la mesa. Sólo puede mirarla de lejos subiendo a una escalera y con cuyo recuerdo trabaja al volver sobre la obra, al acercarse al lago, a recorrer el pétalo, a enfriar la nieve.

Es curioso: Hernán Salamanco teoriza como un cineasta, analiza como un técnico, piensa como un restaurador y construye su obra en estado salvaje, acompañando la lógica del metal, los clavos y el esmalte. Se pregunta por el tiempo en la pintura. Trabaja con el tiempo. ¿Cuánto tiempo estamos dispuestos a mirar un cuadro? Sus alumnos lo saben: todos han pasado por el ejercicio de estar sentados como un castigo frente a una pintura sin ningún encanto en principio aparente, durante más de 20 minutos. Después, dice el artista, o durante, algo sucede. Pero no es en un minuto, ni en cinco. Es durante y es observando. Algo sucede con el paso del tiempo. Descubrimientos. Algunos develan movimientos, otros un fondo que se mueve, algunos sugieren que los habitan otras presencias, cuenta el artista.

El tiempo y la observación habilitan la profundidad. Mirar alucinado, mirar hipnótico, pero también mirar como aquellos que se acercan a un mirador a observar el vuelo de los pájaros. Observar acompañando al cuadro sin esperar nada de él. Mirar hasta perderse, y no saber si somos pájaros carpinteros en las ramas de los árboles o colibríes a punto de disfrutar del néctar de esa rosa china blanca. 

Rosas balcarceñas

Hernan Salamanco: Mirador. Hasta octubre, lunes a viernes de 13 aa 19. Smart Gallery Av. Alvear 1580 PB (1014) Buenos Aires, Argentina