En el baño ella está enjaulada. Demasiado caliente. Se mezcla su deseo por un joven gorila con toda su militancia peronista. Ella es una mujer con mucha experiencia, desatada entre las ganas de vomitar, la fiebre y un dilema que no sabe cómo resolver. Tal vez él va a dejarla o es ella la que quiere terminar, aunque se excita frente a un zapato de hombre en la cumbre del fetichismo.

A Miami podría ser la convulsión de una noche donde la vida entera se descubre en el cuerpo. Y es que el texto de Ignacio Torres hace del cuerpo una centralidad, algo tan ineludible en su materialidad como en las infinitas sensaciones que produce y que conectan a la protagonista con doctrinas y enamoramientos. La puesta de Toto Castiñeiras aprovecha el espacio real de un baño para hacer de esa instancia de mirarse al espejo que asume Elizabeth algo del orden del coqueteo con la cámara, un momento donde ella se piensa y reconstruye desde el delirio y donde también se examina en relación al cuerpo joven de su amante que se dedica al físicoculturismo.

En ese descontrol de la palabra, Mariela Acosta se dedica a establecer variaciones. El peronismo se convierte en el anhelo de un macho frente a la fragilidad de los jóvenes que se adaptan con docilidad a la sonsera de los años noventa y que entonces no pueden lidiar con semejante mujer. Una voz tanguera, amenazante, capaz de destruir ese mudo que puede encontrar si abre la puerta del baño. En Acosta el dolor tiene a la farsa atragantada, el cachivache de una vida donde la política no encaja con la verdad de las pasiones, siempre discordantes. Ella arma un revoltijo entre la resaca y la marcha peronista que entona mientras se apantalla con el ajetreo de la puerta.

Castiñeiras desarma el espacio, lo muestra fragmentando valiéndose de la cámara, juega con el fuera de escena al mostrar un espejo que desdobla la imagen de la actriz. Ese movimiento entra en un diálogo con el estado interno del personaje, con la necesidad de Elizabeth de no guardarse nada.

A Miami es una de las piezas más logradas en esta nueva etapa del teatro por streaming. El texto que Torres escribió hace diez años encontró su escenario en el baño de la casa de la actriz y ese realismo indiscutible ayuda a potenciar una intimidad donde el pudor fue derrotado. En esa soledad de la pausa que implica encerrarse en un baño y decidir qué hacer ¿cómo contiene Elizabeth ese desfallecimiento de la humillación, esa certeza de que nunca más tendrá otro cuerpo joven cerca? Acosta percibe en su comunicación con la cámara un vínculo que de algún modo, reemplaza al público. Su seducción destemplada, la ropa interior que se saca como si se liberara de una carga, como si en lugar de un corpiño se deshiciera de las siliconas que ya parecen no hacer efecto, le da una bravura, una épica que amontona la militancia con la premura por cambiar su vida.

Ella que le dio todo a su hombre como Evita le dio todo al pueblo, se llama Elizabeth ( no olvidemos que ese es el segundo nombre de la ex presidenta Cristina Fernández con quien Acosta tiene un parecido notable) y, de algún modo, siente que la traición de su amado ya estaba escrita en su ignorancia o su indiferencia frente a la mística peronista.

La destreza que suelen tener lxs actores y actrices en las puestas de Castiñeiras está en la capacidad de contar a partir de un cuerpo que no soporta los efectos del drama que transita y precisa ir más allá, desacomodarse, incluso romper con la escena.

Acosta entiende que el desfasaje de su personaje entre deseo e ideología se juega en la forma grotesca de las apariencias que en los años 90 tuvo a Miami como un escape, el lugar para refugiarse de la propia inconsistencia.

A Miami se puede ver los sábados a las 21 en la plataforma www.teatrouaifai.com