¿Una especie de mulita en dos patas? ¿Un “alcaucil al revés”? ¿Un Pokémon? La descripción de Sandshrew, uno de los pocket monsters de Nintendo, asegura que es “categoría ratón” y “se enrosca para defendese de los enemigos”. Su evolución, Sandslash, se parece más a un erizo con grandes púas pero conserva esa capacidad defensiva y el mismo tamaño, unos 60 centímetros. Esos extraños –para los profanos– personajes de ficción tienen sin embargo una inspiración real: los pangolines, una familia de mamíferos insectívoros con el cuerpo en gran parte recubierto de escamas, oriundo de las regiones tropicales de Africa y el Sudeste Asiático. Y en grave peligro de extinción.

Tienen algo de tatú (y como el tatú tienen una versión gigante), patas con garras, escamas bien encastradas y una cabeza pequeña: la misma que se obstina en esconder, semioculto en su recinto del Night Safari de Singapur, un zoológico nocturno que además de ser una atracción muy popular es uno de los pocos lugares del mundo donde se lo puede ver “cara a cara”. Si se dispone a mostrarla, por supuesto. En silencio perfecto, un grupo de visitantes lo mira y admira, sacando fotos sin flash a pocos centímetros de distancia, conscientes de que probablemente nunca tendrán oportunidad de ver en estado salvaje esta criatura oriunda de las selvas de Singapur y los países vecinos. Una ciudad-país que -a pesar de su pequeño territorio y gran densidad de población- recogió el guante de la ecología. Lamentablemente, para el pangolín no es suficiente: lo amenazan la caza y el comercio ilegal. Solo el trabajo excepcional de algunos zoológicos como este logra hacerlo vivir (y rara vez reproducir) en cautiverio.

FAUNA ASIÁTICA El Night Safari funciona al lado del River Safari y Zoológico de Singapur, en el área de Mandai, que en 2020 se convertirá en el nuevo hub ecológico de Singapur con un total de 120 hectáreas, incluyendo la mudanza del Jurong Bird Park, un gran parque de aves que hoy existe en el extremo opuesto de la ciudad y alberga más de 5000 especies. Todos los parques están bajo la égida de la organización Wildlife Reserves Singapore, que quiere convertir a Mandai en uno de los principales destinos naturales de Asia, con nuevos espacios verdes, senderos costeros, áreas públicas y sobre todo fauna en un hábitat lo más semejante posible al natural.

Mandai no está muy cerca del centro mismo de Singapur, es decir la zona de Marina Bay o barrios étnicos como Chinatown y Little India: sin extensión de metro hasta allí, hay que tomar un par de buses (lleva alrededor de 50 minutos), o bien acortar el trayecto a media hora en taxi o Uber, por unos 20 dólares. Vale la pena ganar tiempo, porque visitar el Zoológico y el Night Safari lleva todo un día... y al menos parte de la noche.

Llueve cuando salimos y la recepcionista del hotel se lamenta un poco al conocer nuestro destino del día: “It’s not fun”. Pero en Singapur llueve prácticamente todo el año, de modo que no puede ser motivo para alterar los planes. Y al llegar, aunque es temprano se ve que todos pensaron lo mismo porque ya hay mucha gente: viajar en el Sudeste Asiático siempre es una experiencia populosa (y en este caso, extremadamente ordenada). El zoológico está organizado en áreas geográficas: Tundra Helada, Africa Salvaje, Australasia, Frágil Selva, Great Rift Valley de Etiopía, Sendero en la Copa de los Árboles, la Isla de los Monos, el Reino de los Primates, el Jardín de los Reptiles, el Refugio de las Tortugas, el Jardín de Orquídeas. Pero la fauna asiática repartida en estos sectores es la gran atracción para el visitante que llega desde el hemisferio sur: entre ellos hay tapires y elefantes asiáticos, orangutanes (toda una familia vive en libertad), rinocerontes de Sumatra y king cobras. Y pangolines, claro, pero solo en la forma de estatuas-alcancía que apuntan a reunir fondos para ayudar a ponerlos fuera del peligro de extinción. Podría llevar el día entero ver especie tras especie: a cada cual su ritmo. Lo cierto es que –a pesar de la decepción de nuestra recepcionista– la lluvia, que cumple con un fuerte chaparrón ritual en torno a las dos de la tarde, no perturba en lo más mínimo. Aunque es naturalmente al aire libre, todo fue pensado con galerías semicubiertas que permiten pasar de un sector a otro sin problema ni mojaduras.

Graciela Cutuli
Dos kilos de bambú para uno de los pandas gigantes, los favoritos del público.

REINO PANDA Inaugurado hace solo tres años, River Safari es el parque temático más nuevo del conjunto, centrado en la vida natural de los ríos del mundo. Se lo puede recorrer a pie pasando por sus grandes espacios con animales terrestres y acuarios de agua dulce –que presentan los ecosistemas y fauna del río Congo, el Mississippi, el Nilo, el Ganges, el Mekong y el Yangtze– o navegando en botes para completar el recorrido, como si se estuviera atravesando la selva amazónica. Cuatrocientas especies vegetales, 200 de fauna (entre ellas 40 amenazadas) y más de 6.000 animales conforman este parque que es el primero y único de Asia dedicado a la vida fluvial pero también a las culturas que se desarrollan sobre las orillas de los ríos. Imposible no quedarse mirando con asombro algunas especies enormes como la salamandra gigante de China (el anfibio más grande del mundo), la raya gigante de agua dulce, el bagre gigante del Mekong o dos big size oriundos de Sudamérica: el pirarucú y la nutria gigante del Amazonas (cuyo ecosistema se recorre en pequeños botes a través de los meandros de un río artificial de casi 500 metros). 

Pero el River Safari tiene una auténtica estrella, o mejor dicho dos: es la pareja de pandas gigantes que viven en la Giant Panda Forest, en el área dedicada al río Yangtze. Junto con ellos, en un ambiente que se siente muy frío, viven también pandas rojos y faisanes dorados (últimamente muy fotografiados por quienes encuentran similitudes entre su penacho y el peinado de Donald Trump). No hay quien resista al encanto de estos dos osos blancos y negros que lucen como peluches caídos en la poción mágica de Obélix, que tienen souvenirs por doquier en todo el parque y hasta su cara dibujada con espuma y chocolate sobre un “capuchino panda gigante” en la cafetería del River Safari. En pocos lugares del mundo se los puede ver como aquí, tranquilamente tirados sobre la espalda y masticando bambú sin parar: solo 13 países (entre ellos México es el único de América Latina) tienen pandas gigantes en sus zoos, y generalmente solo por unos pocos años gracias a acuerdos especiales con China. 

UN SAFARI NOCTURNO Cuando el zoológico cierra sus puertas, abre el Night Safari, que no es otra cosa que un zoológico nocturno. Es decir, no un espacio abierto de día y también de noche, sino un lugar exclusivo para ser visitado en horario nocturno. La experiencia es fascinante y vale la pena hacerla, con la facilidad de que existen pases conjuntos para varias atracciones a la vez. Y si vale la pena no es solo por el pangolín-Pokémon (en realidad un sunda pangolin, o pangolín malayo), el único de este tipo reproducido en cautiverio en todo el mundo, sino porque permite asomarse a un momento inédito de actividad de los animales, de tres maneras: por un lado la exhibición Creatures of the Night, que revela los instintos predadores y de supervivencia de los animales nocturnos; por otro un paseo de 40 minutos en tren que atraviesa siete regiones geográficas desde el pie del Himalaya hasta la jungla del Sudeste Asiático (aquí impresiona especialmente ver las ardillas voladoras gigantes o asistir en plena penumbra a la actividad del gato pescador, un felino muy común en la región); y finalmente recorriendo a pie los mismos senderos, para tener tiempo de detenerse, sacar fotos (por supuesto sin flash) y sobre todo quedarse mirando la actividad de la fauna, que precisamente por estar más activa de noche ofrece una visión totalmente distinta a la de un zoológico diurno. Es el broche de oro para un día de oasis en plena ciudad, donde los rascacielos de Singapur parecen haber quedado a miles de kilómetros de distancia para dejar lugar a los ríos, las selvas y las montañas del mundo.