Pese a la pluralidad de estilos y artistas que ofrece el Lollapalooza Argentina 2017, el show más esperado en la primera fecha del festival fue el de Metallica. De eso dejaron constancia la mayoría de las 100 mil personas que acudieron a partir del mediodía del viernes al Hipódromo de San Isidro, a través de una colección de remeras que recorrió diferentes etapas de una de las bandas icónicas del metal. Sin embargo, en esta ocasión los liderados por el vocalista y guitarrista James Hetfield también mostraron un poco de su actualidad. Y es que su presentación se produjo a manera de escala de la gira de su nuevo disco, Hardwired... To Self Destruct, publicado en noviembre de 2016. Por lo que su actuación arrancó, alrededor de las 22 hs, poniendo a prueba en directo dos de las canciones del álbum: “Hardwired” y “Atlas, Rise!” (las que abren esta producción). Luego de sendos shots de intensidad sonora, y tras saludar a los espectadores con un “Buenísimo”, el frontman del cuarteto explicó la dinámica del recital: “A todos los que están acá, sin importar quiénes ni tu origen, ahora son parte de la familia Metallica”. Lo que fue recibido con frenesí y sirvió para entrar en calor desde el principio.

Será quizá porque su esposa es argentina y porque practica el ritual que encierra el mate, que Hetfield aprendió a conectar con el público local de una forma tan especial y única. Así que ese sentido de pertenencia fue el detonador para un show memorable, que alcanzó su primer clímax con “One”, una de las grandes arias del thrash metal. A la que le secundaron, luego de que el líder de la agrupación explicitara la alegría que le daba volver al país tras seis años y reincidiera en el orgullo que sentía porque ese público fuera parte de la familia Metallica, otro de los temas de su nuevo trabajo, “Halo On Fire”, que tuvo al bajista Robert Trujillo en calidad de protagonista. Y que dio pie a clásicos del tamaño de “Sad But True”, “Wherever I May Roam” o “Master of Puppets”, en el que el violero Kirk Hammett una vez más hizo gala de su clase. En  esa máquina del tiempo en la que se transformó su repertorio, el grupo comprobó a lo largo de dos horas, y más allá de las canas, que sigue tan vigoroso como hace tres décadas atrás. Pero con la sapiencia de quien ha sobrevivido de la vorágine.

Sin ninguna otra alquimia, más allá de unas visuales inspiradas en cada tema, y después de cerrar su show ante una multitud enardecida, con el seminal “Seek and Destroy” (incluida en su álbum debut, Kill Em’ All, de 1983), Metallica regresó al Main Stage 1 para dar la estocada final con “Fight Fire With Fire”, “Nothing Else Matters” y el tremendo “Enter Sandman”. Quien también la rockeó en el mismo escenario, aunque a media tarde, fue León Gieco. Luego de la polémica que generó en las redes sociales su participación en el cuarto Lollapalooza local, a causa de su veteranía y del contraste de su propuesta con respecto a las del resto del evento (muchos olvidaron que Robert Plant fue parte de edición de 2015, donde, además, la rompió), esta institución de la música nacional sorprendió a todos con una cátedra de rock. Y para la ocasión tuvo de banda de acompañamiento a Infierno 18, con la que, sin alejarse del folk, afiló himnos como “Pensar en nada”, “Hombres de hierro”, cuyos cómplices versionaron hace exactamente una década atrás, y “La mamá de Jimmy”, de Porsuigieco. Mientras que a “El fantasma de Canterville”, igualmente de su otrora grupo, le subió un cambio para convertirla en un alud blusero.

A partir del pulso que fue tomando su presentación, Gieco, aparte de su legión de seguidores, cautivó a públicos más jóvenes que se acercaron a verlo y que lo despidieron con una ovación. Pero antes, fiel a su impronta, el artista, quien repasó asimismo temas de la talla de “Los salieris de Charly”, “En el país de la libertad”, “La colina de la vida” y aprovechó esa vitrina para llamar a la reflexión: “Bajen las armas, que acá sólo hay pibes comiendo”, invocó previo a “El ángel de la bicicleta”, en referencia a la acción cometida por la policía en un comedor infantil de Lanús, en la que roció a los chicos con gas pimienta.

Al igual que el músico santafesino, otras de las sensaciones del día uno del festival fueron Cage The Elephant y Rancid. Los primeros, comandados por el volátil frontman Matt Shultz (un híbrido físico y performático entre el Mick Jagger de los ‘60 y el Iggy Pop de los Stooges), brindaron una oda a la sedición, amenizada por el garage rock, la psicodelia, el blues y el punk. Esto dejó como resultado un nuevo amor local y una guitarra destruida. En tanto, la banda pilar del punk californiano y del ska punk, mediante hitos musicales como “Ruby Soho” y “Time Bomb”, se armó de toda una fiesta para los amantes del pogo, precedida el jueves por un sideshow en el Teatro de Flores, cuyas entradas se habían agotado en dos horas.

Si bien el Main Stage 1 se llevó buena parte de los recitales más importantes de la jornada, su contraparte, el Main Stage 2, tuvo dos actos para destacar: el de The 1975, banda indie británica con ambición de pop melódico, y el de sus compatriotas de The xx. Al tiempo que los de Manchester, un fenómeno polémico en las Islas, afinan su propuesta, los de Londres patearon el tablero. Y es que el trío volvió a Buenos Aires con I See You, exquisito nuevo disco con el que demostró que su dream pop homoerótico no era estático, al punto de que, por cortesía de su productor e integrante, Jamie Smith, pusieron un pie en la pista de baile sin dejar de ser ellos mismos. Eso marcó un recital precioso, cargado de matices y que, pese a los pocos recursos, los consolida en grandes aforos. De lo mejor del viernes.  

Durante su show, el vocalista y bajista de The xx, Oliver Sim, no sólo manifestó su felicidad por estar en el Lollapalooza, sino por compartir fecha con Metallica. De eso también dio cuenta el hijo de Robert Trujillo, Tye, de 12 años, que cerró el escenario Kidzapalluza con su grupo, The Helmets, ante la atenta mirada de su padre, y arengado por los fans del cuarteto metalero. Mientras todo esto sucedía, los millennials se hicieron los desentendidos y bailaron a más no poder en el Perry’s Stage, el aparador electrónico del evento, con los locales Poncho, el francés Tchami y el misterioso DJ enmascarado (con un tacho luminoso, de ojos en cruz y mueca alegre) Marshmello. Haciendo honor a su nombre, el Alternative Stage se tornó en una opción que reunió al dance étnico de Nicola Cruz, el folk radiante de Vance Joy, la canción bailable y descarnada de Tove Lo y el rap 2.0 de G-Eazy. Pero la celebración no terminó ahí, al menos para los artistas: luego se vieron en el hotel Faena para celebrar el cumpleaños del creador del festival, Perry Farrell, que acabó zapando junto a Simon Le Bon, líder de Duran Duran, y un invitado sorpresa: Charly García.