“Soy Dani Umpi y quiero ser el primer MasterChef Celebrity de Uruguay”. Remera negra sobre saco turquesa. Actitud comprometida, con swing de famoso y jugador profesional. Esta vez, lo que el escritor y músico tacuaremboense arme en escena debe tener sabor. Saber sobre el sabor, algo que Umpi espolvorea como nadie en discos y textos y que ahora, en su debut en el concurso televisivo, tiene que trasladar a los platos. Entre grabación y grabación, ensaya con su nueva banda, con la que acaba de debutar en la Sala Zitarrosa (sí, en Montevideo hay salas abiertas, con capacidad limitada y protocolos ilimitados). “Igual, todo es un gran veremos” asegura.

¿Dudaste en participar de un reality así?

Me invitaron, me reuní y dudé mucho más de lo que hubiese dudado unos años atrás. Era una propuesta divertida pero como cocino tan mal y no es el tipo de programas que me interesa, no sabía si podría jugarme en contra. Por suerte todes me dieron para adelante, afirmé la confianza y me largué a participar. Vi las ediciones anteriores y me pareció una propuesta buena. Me ví ahí.

¿Qué tan performático puede ser esto para un artista como vos?

Puede serlo pero no voy a ir por ese lado. Tengo que concentrarme mucho en cocinar, hacer bien las pruebas, estar la mayor cantidad posible de programas. Soy bastante histriónico de por sí, entonces creo que con ser espontáneo ya cubro esa cuota, pero no me da para pensar un statment artístico o verlo como una acción. La que resolvió excelentemente ese tema fue Colette, la activista trans que lamentablemente perdió en el primer episodio pero que se mandó un discurso bárbaro de despedida, los dejó a todos pensando en la situación de las trans. Fue buenísimo.

COMER Y MOSTREAR

Dani no duda a la hora de autodenominarse “mostra”, carnet identitario de tradición y traducción remota que en el Río de La Plata, sirve para “cuirizar” aún más a les cuires, insistir con “la montruosidad” que amenaza toda norma y todo forma. No obstante, inmerso en un show semejante, se siente una “Mostra Chef” que no quiere “mostrearla” tanto.

"Hay mucha mostra cocinera y mucha mostra tenedora, de buen comer. No es mi rubro de charla porque siempre estuve muy descansado en mi familia, mis parejas y mis amigues que, curiosamente, siempre cocinaron bien. Yo era más de escuchar que de protagonizar. Es un espacio lúdico y social donde se permiten extravagancias, se las aplaude, se las come y también se las usa para seducir o para emborracharse. Hay mucha mostra cocinera graciosa, que son las que más me gustan, que se mandan unos delirios muy lujuriosos. Puedo apreciarlos pero no hacerlos".

Un reality show uruguayo, ¿es un reality miniatura, por las características específicas del país y su audiencia?

Tiene una sobriedad muy uruguaya, cierta elegancia y un sentido del humor que tal vez en otros lugares no se entienda, pero es muy digno. El programa está bien editado. Si hay presupuesto y gente con cierto sentido común, se hacen cosas competitivas. El televidente uruguayo, por más influenciado que esté por la tele argentina, no deja esa solemnidad tan característica. Si volvieran a hacer “Hiperhumor” o “Telecataplúm”, seguirían funcionando, porque en el fondo ese nihilismo y ese pragmatismo tan característico del uruguayo, no se va con nada, ni con la gente jóven. El humor uruguayo parece simple pero son todas altas mostras. No tienen doble sentido porque con uno y medio ya les alcanza. Un aparente naïf, como “Tiranos Temblad”, simple, austero, casi macabro. Lo que pasa es que están muy descansados en el chiste fácil pero culturalmente somos bastante rebuscados, críticos y venenosos, escondidos atrás de un mate.

Umpi es “Miss Tacuarembó” (la novela primero y luego, la novela que habilita la película homónima de Martín Sastre, estrenada en 2010 y protagonizada por Natalia Oreiro). En Umpi, en Sastre, en Oreiro y en el texto, la retransmisión oriental de la televisión argentina (y de las telenovelas latinoamericanas) es formadora de conciencia y deformadora de poética.

¿Cuál ha sido históricamente tu vínculo con la televisión?

Una intensidad que se fue desvaneciendo. De niño era consumidor. Después, cuando casi toda marica adolescente descubre la estrategia camp, el kistch y toda esa cosa iniciática en la mostrada, como que se da ese revoleo de mirada casi instintivo, donde todo te parece un loco... ahí estaba más fascinado.., como que me metía en ese mundo y, a la vez, tenía la distancia de la mostra. En la etapa universitaria lo estudié más porque estaba en la Licenciatura de Comunicación. Hice dos carreras, Publicidad y una que había por entonces, que se llamaba "Comunicación Artística y Recreativa", que estaba por desaparecer como carrera y ahora me parece mucho más interesante que cuando la estudiaba. Todo el culebrón mediático de la farándula me interesaba mucho, era una gran novela fragmentada y armaba unas teorías muy tiradas de los pelos, como para llamar la atención, diciendo que a la gente de gustaba “Twin Peaks” o “Lost” porque ya estaban acostumbrados a seguir todos esos personajes mediáticos absurdos con sus historias entrelazadas. Pero después, increíblemente, desapareció el interés. Hace como veinte años que no miro más tele. No tengo tele. Me entero por las redes, los memes, Ketoda y eso, pero ya no sé ni quiénes son. Pierdo más el tiempo en el Instagram viendo las ficciones que hace la gente en las historias. Creo que el único personaje mediático que siguió interesándome es Oriana Junco, que se adaptó perfectamente a los nuevos tiempos y nuevas generaciones.

¿Y cómo es tu pandemia “a la uruguaya”, con distancia social pero sin aislamiento?

Es vivir en una duda constante porque reaparecen todos los fantasmas y las cosas que creía que me pasaban solo a mí, veo que le pasan a todos. Creo que tiene eso de quitarle el velo a tu ego, específicamente a tu egocentrismo, y reconocerlo más allá. Unifica. Pero no sirve de mucho porque justo ocurre en un momento en el que hay que mantener distancia social. Por momentos me deprimo tremendamente y en otros me da una euforia siniestra. Por más que se tenga tiempo se duda el doble en tomar buenas decisiones. Aterrador.