Figura central en el arte argentino, Luis Felipe Yuyo Noé, quien ya en 1963 propuso reinventar el arte local, ahora con su flamante libro El arte entre la tecnología y la rebelión, publicado por Editorial Argonauta, echa luz sobre las posibilidades de lograr en el arte ese sueño revolucionario.

En el treintañero Noé ya habitaba algo de esa ilusión: “En las artes plásticas, Argentina está a la zaga de Europa. Allá prefieren la autenticidad aunque sea equivocada. La Argentina, antes que nada, tiene que inventarse a sí misma. Y para eso tenemos que correr todos los riesgos: errores, bodrios, si fuera necesario. La pintura argentina no existe: hagámosla”, disparó en 1963. Y se lanzó a crear una cosmogonía única, innovadora.

Noé escribió El arte entre la tecnología y la rebelión entre 1967 y 1972, mientras estuvo en un impasse en su producción artística. “Comenzó en Nueva York como un análisis de lo que se venía anunciando allí en las artes visuales. Estaba condicionado por dos motivos: la conciencia que se despertaba por el acelerado desarrollo tecnológico y el espíritu rebelde que comenzó en las universidades de EE.UU. a raíz de la guerra de Vietnam”, explica en su texto.

Pero, ¿qué lo llevó a revisar y publicar ahora este imperdible libro? Noé considera que si bien hoy existe una mayor explotación del arte como mercancía, es incuestionable que sigue desarrollándose un concepto clave que aborda en el libro y que denomina pensamiento militante del cambio. La revolución feminista, la conciencia ecológica y la valoración de la libre elección sexual son, explica, manifestaciones de una revolución cultural que, junto con las rebeliones sociales en Chile, Colombia y Quito, lo impulsaron a publicar hoy su libro, surgido en torno al clima de época del 68.

Personaje clave en la escena artística contemporánea, Noé realizó más de un centenar de exposiciones en Nueva York, París, Amsterdam, Madrid, entre muchas otras ciudades. Vivió en París y en Nueva York. Como teórico, intelectual y maestro, marcó a varias generaciones. Obtuvo, entre otros, el Premio Nacional Di Tella (1963), la beca Guggenheim, la Mención de Honor en la Bienal Internacional de Grabado de Tokio (1968) y el Premio a la Trayectoria Salón Nacional de Artes Visuales (2019). Representó a la Argentina en la Bienal de Venecia de 2009.

En los años sesenta, junto con Ernesto Deira, Rómulo Macció y Jorge de la Vega, formó parte de la Nueva Figuración. El grupo exploró nuevos lenguajes artísticos, buscó una forma superadora de la oposición figuración – abstracción: logró un salto radical en la pintura. Trabajó como periodista en distintos medios: comenzó en el diario El Mundo, donde se dedicó a la crítica de arte. Publicó, entre otros libros, Antiestética; Una sociedad colonial avanzada; A Oriente por Occidente; Noescritos, sobre eso que se llama arte; Mi viaje-Cuaderno de bitácora y El caos que constituimos.

A finales de octubre hará una exhibición en la galería Rubbers, donde mostrará las obras que hizo durante la pandemia. Además, trabaja contrarreloj en su próximo libro, Asunción del caos. Para el artista, el caos –un tema clave en su producción y cosmovisión del arte– no es desorden sino el verdadero orden de las cosas en estado permanente de movilidad. Según su criterio, el concepto de orden no sirve porque es estático y parcial. 

La cuestión de fondo que aborda en su libro –en el que se nutre y dialoga con teóricos y artistas– es cuál es la función del arte. No es casual que el creador de un arte revolucionario quiera desentrañar analíticamente ese cuasi misterio. En el texto, incluye y analiza textos y conceptos de Herbert Marcuse, Marshall Mac Luhan, Herbert Read, Roland Barthes, Raymond Williams, Susan Sontag, Claude Lévi-Strauss, Karl Marx, Herbert Read, Bertolt Brecht, Michel Foucault, Georg Lukács, Friedrich Engels, Immanuel Kant y Martin Heidegger, entre otros. También analiza escritos de Marcel Duchamp, Alberto Greco y Julio Le Parc. En ese ejercicio de indagar, cuestionar y diseccionar ideas y conceptos de los otros, va construyendo con agudeza sus propios conceptos y abordaje.

RETRATO DE NOÉ EN EL TALLER. FOTO DE NATALIA REVALE

Noé deja claro que en la cultura artística la acción política suele confundirse con el happening político, que describe como “una farsa simbólica más que una acción de cambio”. En cuanto a las posibilidades de cambio real, considera que las vanguardias artísticas encarnan una de las primeras manifestaciones de la revolución cultural que vivió Occidente.

Con el término pensamiento militante de cambio –génesis de un potencial cambio estructural– alude al acto creativo y contestatario que tiene lugar en la praxis, en la acción concreta. “No es un pensamiento que se traduce en la acción –dice Noé–, sino una acción colectiva común que va constituyendo un pensamiento”. Pone como ejemplo a Los Tupamaros que, con su afirmación acerca de que “las palabras nos separan, la acción nos une” comenzaron a formar su agrupación.

En el texto, describe exhaustivamente las características que atribuye a este tipo de pensamiento, capaz de hacer hincapié en la libertad individual en función de la conciencia social. Lo define como un pensamiento a caballo entre el marxismo y el anarquismo, pero sin pretender una síntesis de ambos porque opera además en la superestrectura. Este pensamiento, que comienza en Occidente con la revolución que provocó la tecnología, acepta que católicos y marxistas pueden integrar un mismo frente. No es un pensamiento estanco: alterna entre el reformismo y las acciones revolucionarias

Los principales actores sociales que llevarán adelante el cambio que implica este pensamiento militante son los jóvenes; la metodología del pensamiento militante de cambio es la del arte de vanguardia. “El arte como forma de pensamiento militante no es otra cosa que el desarrollo del método de la libre participación en el cambio de situaciones y de valores y la negación de estructuras rígidas en la toma de conciencia de nuestro entorno –señala Noé–. No está referido más a la trascendencia del yo sino a trascender los límites que atan a todos los yos: las ataduras sociales”.

Noé sostiene que frente a las estéticas sin esperanzas, surge como necesidad de autoafirmación en los pueblos del Tercer Mundo una estética de la esperanza, que reside en poder anunciar una nueva cultura y una nueva sociedad: “No hay revolución política sin una revolución cultural previa que formule su poder ser”.

Esta estética, al no estar anclada en el individualismo, será capaz de provocar cambios estructurales. La estética de la esperanza “no ignora que arte, cultura y política son un mismo concepto, aunque hasta ahora hayan figurado como categorías separadas e intelectualmente alienadas. No ignora que la imagen de la nueva sociedad estará unida al ejercicio del poder, del poder de ser libres”. Noé nos deja –nos lega– dos cuestiones que uno intuye centrales en su vida y en su praxis: una ilusión y al tiempo un desafío.