¿Abrazarías a un condenado a muerte?
“El trayecto por las calles de Rosario fue el siguiente: Moreno, Santa Fe, Dorrego hasta Ayolas, San Martín, Av. Arijón y, atravesando el puente (Arijón) sobre el arroyo Saladillo, tomamos el camino de tierra que conduce hacia el Sudeste de Pueblo Nuevo. Unos trecientos cincuenta metros después del puente, y a la izquierda del camino por el cual marchábamos, la segunda compañía del regimiento 11 de infantería, ha construido cavando sobre el terraplén, un stand para tiro de fusil ametralladora que tiene la forma de una U.” (1)
Detengo el trabajo alienante del aislamiento y empiezo a compartir estas palabras con esos desconocides que podrían terminar de escribirlas al leerlas. ¿Podré darle un abrazo a un compañero catalán que camina sus decisivos pasos al borde del Saladillo? Es setiembre y 1930, todavía no nací: ¿cómo hago para darle un abrazo a ese muchacho que desafía con desprecio a los militares traidores a San Martín que lo van a fusilar?
“Cuando el camión llegó allí, el auto que nos precedía ya había hecho alto y los ocupantes nos dieron orden de que nos detuviéramos La noche era suavemente fresca, de una luna fuerte, que por momentos ocultaban las nubes. Hasta ese momento no había sentido fuertemente en mí la impresión de la orden que tenía que cumplir. Pero el aspecto triste y desolado de las quebradas, el mirar temeroso e interrogante de los soldados, y el pensar que tendría que apagar una vida en una noche que era más para soñar que para morir, empezaron a influir sobre mi desde el instante en que pisé la tierra, la que iba a ser manchada con la sangre de un obrero… No conocía ni el nombre ni el aspecto del detenido. Sólo sabía su delito”. (1)
La poesía y la epopeya son esas bolsitas de plástico no biodegradables que contaminan/asfixian la realidad. La expresión indispensable va por otros medios. Espero no traicionarme. Un abrazo expresa más realidad que las infinitas imágenes de tu pantallita.
“El suboficial lo acompañaba apoyándole suavemente la mano sobre el hombro izquierdo; se dejó conducir. No dijo una palabra. Yo iba detrás, a pocos pasos. Desde que lo había visto bajar, en mi frente y en mis ojos sentí que se había posado un velo de extrañeza y de irrealidad. Obraba mecánicamente, llevado hacia donde sentía una orden. – ¡Ahí!…- dijo alguien. El detenido hizo alto y bruscamente dio media vuelta, quedando frente a mí y al pelotón que yo tenía que comandar.” (1)
Los aniversarios casi siempre son hipócritas, pero es setiembre y Covid.
“Serían las 11 de la noche. Entre él y nosotros había unos nueve metros. De un lado, el valor y la muerte. Del mío, la repugnancia y la vergüenza… Pensé en ese momento; ¿por qué ese hombre, que yo desconocía, no sería un enemigo de mi vida a quien tuviera armado frente a mí, pronto para matar o defenderse? Pensé cuánto valor y sangre fría necesitaría frente a él, esposado pero no vencido, que delante de alguien que pudiera matar.” (1)
¿Sos capaz de golpear al que te roba el celular y ponerte la camiseta de Vicentin?
“- ¡Fuego! – ordené sin ver ya nada. Doblando las rodillas, se inclinó lentamente hacia adelante, entre gemidos sordos y comenzó a girar sobre sí mismo y hacia el lado derecho. No caía, y no quise prolongar su agonía, y sin mirar ni apuntar hice fuego hacia él. Dos soldados más, sin saber, hicieron fuego, porque, por apresurar el instante y acortar el dolor de ese hombre, yo hice las cosas tan nerviosamente que me olvidé de mandar: ¡Alto el fuego!!! El ejecutado mientras tanto, tras otro gemido de dolor, retorciéndose cayó para siempre, pecho en tierra, la cara aplastada sobre ella. Salí unos dos pasos al frente del pelotón y, como el caído aún temblaba sobre el polvo, sin mirar casi, tiré. Parece que no di en él porque sentí una voz que me dijo: -¡A la cabeza!! Entonces tiré de nuevo, e instantáneamente el reo quedó inmóvil. Fui hasta mi capitán y le dije: “¡He cumplido la orden!”. (1)
¿Cómo abrazar a los que ya no están? ¿Y a los que todavía no nacieron?
“Todos nos acercamos hasta donde estaba el cadáver de Penina y alguien dijo: “Fue un valiente hasta el último momento”. Allí pude ver bien su tipo; vestía pobremente, zapatos de caña, pantalón de fantasía marrón oscuro, pues la escasa luz de la luna no permitía distinguir bien. Un saco, también color oscuro. Era rubio y de estatura pequeña, cabellera desmelenada y cara pálida. Representaba unos 25 o 26 años”. (1)
Nadie es inocente en esta realidad, pero no todos somos culpables.
“No sé quién del grupo ordenó que se le revisara. De sus bolsillos se sacaron dos o tres galletas marineras muy duras y en parte comidas; un trozo de papel de diario sin ninguna importancia, y un giro de cinco pesetas para un hermano de Barcelona, en España… El giro no llegó a mis manos ni sé tampoco quién se lo llevó… Así fue como sucedieron los hechos aquella fatídica noche del 10 de Setiembre de 1930 en las Quebradas del Saladillo.” (1)
Nadie abrazó a Joaquín Penina.
(1) Los párrafos indicados se publicaron en el diario Democracia el 2 de marzo de 1932. Fueron escritos por el subteniente Jorge Rodríguez, quien comandó el pelotón de fusilamiento del Regimiento 11 de Infantería que entonces tenía asiento en Rosario.


