Desde Córdoba

Crecidas e inundaciones, escasez y contaminación del agua para consumo, pérdida de economías campesinas y sus alimentos asociados, y una mayor vulnerabilidad para la salud colectiva son algunas de las problemáticas que ya se vislumbran en los territorios afectados por los incendios en Córdoba. “Se está destruyendo el ciclo del agua para que unos pocos hagan negocios”, advierte, por ejemplo, el geógrafo Joaquín Deón.

Tras el fuego, exceso y escasez hídrica

Córdoba padeció graves crecidas de ríos e inundaciones en los últimos años, con el antecedente de 2015 como huella más dramática. Los incendios, que según el instituto Gulich alcanzaron esta temporada a 146 mil hectáreas, tienen relación directa con esos fenómenos. El geógrafo Joaquín Deón (Conicet) explica que “de siete macro-cuencas que tiene la provincia, cinco se han quemado en casi un cuarenta por ciento”. Según los primeros análisis, por ejemplo la del río Suquía, del embalse hacia abajo se quemó en más de 65 por ciento, y en la del río Cruz del Eje se afectó prácticamente en su totalidad. Otro tanto ocurrió en Traslasierra, y en los ríos Cuarto y Quinto.

“Cuando se queman las cuencas, y encima durante varios años seguidos como viene pasando, vienen las primeras lluvias y se genera una escorrentía superficial muy fuerte hacia los cauces, estos se colma tan de cenizas y de sedimentos, y el agua se vuelva intomable”, apunta Deón. Por otra parte, y en base a la experiencia reciente, “las inundaciones llevan a que haya mayor cantidad de agua presente en los cauces, mayor velocidad de arrastre, y mayor nivel de destrucción, con los costos en vidas humanas que eso tiene”. El investigador enfatiza que derivado de la destrucción de ecosistemas, “Córdoba alteró la periodicidad de las crecidas”. Si históricamente se daban cada 32 años, después eso ocurrió cada 14 años, luego cada siete, y pasamos a tener en 2008, 2012, 2014, 2015 y 2016. “Las cuencas están tan dañadas que las inundaciones son cada vez más frecuentes”.

El geógrafo remarca que además, “el arrastre de las crecidas hace que el agua no quede en el subsuelo, y la disponibilidad en las cuencas bajas sea cada vez menor”. Un problema que se evidencia en los diversos proyectos en trámite para trasvasar agua entre diversas cuencas, incluso para traer agua desde otras provincias. “Las comunidades locales están teniendo que buscar agua en lugares cada vez más lejanos con obras costosísimas, cuando lo necesario es cuidar las cuencas serranas”. Deón sostiene que “con los incendios, el camino del agua que hacen las cuencas, con los bosques nativos de esponja, se destruye y se está convirtiendo en un tobogán producto del negocio de unos pocos”, en referencia a proyectos inmobiliarios, mineros, agrícolas y megaturísticos.

El monte es salud y arraigo

Las comunidades que enfrentan por estas horas los incendios sostienen que proteger el bienestar de los territorios es cuidar la salud colectiva. “A corto plazo es fácil ver que los incendios repercuten en la salud. Muchas de las especies que crecen en el bosque son alimento y medicina aún hoy para familias que viven en esas zonas”, señala Natalia De Luca, ingeniera forestal, especializada en flora nativa. Pero también con todo el territorio que se quemó, “se pierde para los urbanos la oportunidad de que se fortalezca una alimentación agroecológica basada en todo el potencial de frutos que tiene el monte”.

Desde Charbonier, el apicultor Rodolfo Zabaleta lamenta: “Para la actividad apícola de monte se perdió todo; toda esta región incendiada es donde está la flora para las abejas”. En simultáneo, se pierde “la apicultura como actividad ecológica clave por la polinización que aportan las abejas, y por otro, como actividad económica de familias campesinas que quedan condenadas al desarraigo”. “Acá habitan miles de familias que tienen economías integradas, que cosechan algarroba, tienen huerta, colectan plantas aromáticas, tienen pequeñas granjas, y sin el monte ya no tienen futuro posible”.

En otra línea, De Luca describe el vínculo entre situaciones que suelen ser analizadas de forma aislada, como son los calores extremos, la pérdida de humedad, la predisposición a nuevos incendios, y diversas afecciones sanitarias. “Los sistemas boscosos regulan la amplitud térmica, la velocidad del viento y equilibran la hidrología”. Todo esto deviene en “si tenemos más vientos huracanados, fenómenos climáticos extremos, sequías, con más predisposición a incendios, de un lado, e inundaciones, de otro, y todo lo que eso va implicando en la salud de las comunidades”.

 

Problemáticas como la voladura de suelos, con la suspensión de materia particulada en el aire o la ruptura de equilibrios que pueden devenir en plagas son consecuencias directas de la pérdida de los bosques. “En un ambiente degradado las personas estamos expuestas de forma creciente a nuevas enfermedades, y nuestros cuerpos al mismo tiempo están en peores condiciones para hacerle frente, que es justamentelo que hoy pasa con la pandemia”, concluye De Luca.