Un puñado de papel con palabras/ Todas esas palabras que no puedo ni quiero escribir/ Me desesperan/ todas esas palabras que de pudor no saben/ hablan por mí. Babasónicos, Aduana de palabras
─¿Edad y estado civil?
─34, soltera.
(Tipea)
─¿No tenés hijos todavía, no?
Sonrío, con la sonrisa más falsa disponible, y respondo con énfasis: "no, TODAVÍA no".
La secretaria no escuchó su "todavía". Pienso: no es su culpa. Quiso hacer su charla más amena sin preguntarme directamente: ¿hijos?, para completar el casillero correspondiente. No hay mala intención. No pasa nada. Es mi responsabilidad por ser tan susceptible. Punto.
Siendo mujer y a una determinada edad las conversaciones pueden terminar con el adverbio "todavía" o, en su defecto, con "aún" –con tilde– que por tener un significado similar en solo tres letras se escabulle con facilidad: "estás sola aún"; "no sos madre aún"; "bueno, no pasa nada, somos jóvenes aún": este último "aún" supera ampliamente a todos los demás porque viene potenciado por el "bueno".
Ojalá solo hubiese sido la recepcionista del laboratorio. Ojalá solo fuese una persona la que deja caer un "todavía" para cerrar su enunciado… Mis respuestas internas nunca se verbalizan, sin embargo, las ensayo con frecuencia: no sé si es "todavía" porque todavía no sé qué quiero o qué puedo hacer con mi vida. Y sí, soy joven para algunas cosas, para otras no tanto; y no "somos", soy.
“Todavía” y “aún” son adverbios y en estos contextos oracionales significan “hasta un momento determinado”. Algunas gramáticas, como la de Ángela Di Tullio (1997), vacilan en la clasificación de estos adverbios y proponen tratarlos como adverbios contextuales, es decir que su valor cambia a partir de los elementos oracionales que los acompañan. Ahora bien, la Nueva Gramática de la Lengua Española (RAE, 2010) caracteriza a "todavía" como adverbio de aspecto porque hace referencia a una fase o matiz de la acción verbal, aunque allí también se explique que no siempre es fácil establecer una diferencia clara entre aspecto y tiempo y, por ende, podría ser considerado adverbio temporal. Entonces, al parecer, todo es cuestión de tiempo.
Lo cierto es que no hay inconvenientes gramaticales en esas oraciones pero se podría decir que la lengua propone, el habla dispone: no es lo mismo “no tenés hijos" que "no tenés hijos todavía". Estos adverbios opcionales concentran, justo antes del silencio que precede a dejar la palabra, un punto final de valoración evidente; son la punta del iceberg de una sentencia que se vuelve un imperativo y que esconde muchos otros imperativos. Es decir, comparten el mismo sobreentendido: como mujer de treintis (edad fértil y madura) tenés que haber sido madre o estar por serlo (en lo posible, por gestación) o estar en pareja estable y consolidada (en lo posible, heterosexual) porque de lo contrario te encontrás en ese no-tiempo en el que algo no es pero, en algún momento, ha de ser (pronto llegarás al lugar esperado). Incluso, esos enunciados suponen que no hay motivos –ni biológicos, ni subjetivos, por ejemplo– para no tener hijos ni para no estar en pareja.
Aunque los hablantes no lo notemos, el lenguaje cotidiano dice mucho más de lo que creemos que dice pero, además, expresa lo que una matriz cultural nos hace decir históricamente. Por eso, deconstruirnos, a veces, implica escucharnos.