La Sala 1 de Casación mantuvo la condena por el crimen de Diana Sacayán pero borró el agravante de travesticidio. Al hacerlo, desandó largos tramos en la lucha por la justicia, porque esa lucha no puede omitir el reconocimiento de la voz de los colectivos afectados y de la propia agencia política de quien fue víctima. La condena, sin más, es punición, pero se priva a sí misma de justicia. Una sentencia es performativa, no solo porque dice que a Fulanito hay que encerrarlo sino también en el modo en que nombra, cataloga, interpreta.

Los hechos no son una pura positividad que pueda encuadrarse en leyes preexistentes, sino que deben componerse también con el modo en que se narran, con el modo en que los pensamos colectivamente. El voto argentino con el grupo de Lima aparece justificado por esa presunta positividad que surge del informe de Bachelet. O, implícitamente, por la necesidad de torcer una posición geopolítica en contexto de negociación de la deuda. Pero ese decir, ahí, en el contexto regional, ¿no implica borrar una serie de dimensiones, que hacen al modo en que se articulan las alianzas y se conforman los poderes? Y no estoy diciendo que el gobierno de Maduro no tenga deudas en ese campo ni explicaciones que dar, pero sí, que lo que se haga frente a ese gobierno debe contener una comprensión real de las alianzas que se integran. México, de hecho, formuló una posición más compleja sin prescindir de exigencias. El voto argentino, como la sentencia de Casación, borran una historicidad, aplanan la comprensión política en una suerte de atajo. El atajo del castigo, de eso se trata, finalmente.

Cuando se considera que una toma de tierras como la de Guernica, en la que participan miles de personas en el contexto de crisis alimentaria, sanitaria y habitacional que es evidente, bajo el prisma de la ley y la propiedad privada -aún cuando quienes reclaman el desalojo no tienen los papeles en regla-, también se omiten muchas dimensiones. Se borra de un plumazo ese hojaldre que explica las vidas populares pero también la politicidad de la organización social. ¿O festejamos que haya organizaciones sociales para los operativos Detectar o que florezcan las mil ollas de la urgencia alimentaria, pero no que se construya una asamblea feminista en una toma y que las personas conjuguen sus voluntades para no negociar de unx en unx?

Tres episodios donde un esquema que se pone las galas de la ley aparece como borramiento de la política y pretende construir una racionalidad para la toma de decisiones, una racionalidad que aparece como puramente estatal. Si eso ocurre así es porque también la narración de nuestro pasado inmediato aplana lo que aconteció y se echa un manto de olvido sobre los modos en que se amasó la pelea contra el macrismo, cómo se disputó en las calles y en la articulación electoral. Pablo Luzuriaga señalaba que cuando se piensa los años del macrismo como tierra arrasada se olvida esta proliferación que hizo de ese tiempo también el de tierra sublevada. Entonces, de esas peleas también hay que extraer otra racionalidad, una capacidad instituyente, una palabra justa. A eso le llamo reconocimiento: a tener presente la palabra de las travas y de los muchos feminismos, la crítica al imperialismo y la politicidad de la organización social. No para “correr por izquierda” a un gobierno que encara una situación de mucha fragilidad, sino para afirmar que podemos defendernos -defender a este gobierno es defendernos- del mismo modo que peleamos en el momento anterior: inventando articulaciones, creando transversalidad, comprendiendo los múltiples planos de la racionalidad, auscultando lo nuevo para dejarlo respirar.