BlackRock, Vanguard y State Street son los tres fondos de inversión más grandes del mundo. Son dueños del 40 por ciento de las empresas que cotizan en la bolsa de Estados Unidos y de un 90 por ciento de las empresas del S&P 500.

Los datos surgen de un estudio minucioso publicado en la revista "Business and Politics" de la Univesidad de Cambridge. Lleva la firma de los investigadores Jan Fichtner, Eelke M. Heemskerk and Javier Garcia-Bernardo y los economistas con lecturas no conservadoras suelen utilizarlo como una fuente de argumentos para proponer política económica.

La conclusión de ese trabajo es que este nivel de concentración sin precedentes –el cual se potenció a partir de la crisis financiera internacional de 2008 - genera efectos anticompetitivos y produce consecuencias para el crecimiento y la igualdad.

El ex ministro de Finanzas de Grecia Yanis Varoufakis retomó este debate con un análisis interesante sobre el problema de la distribución. “La dificultad a la que se enfrentan la mayoría de los individuos, especialmente los jóvenes, no es que superestrellas como Warren Buffett los estén dejando atrás”, dijo. Para agregar que “el problema es que están rezagados por el estancamiento de la inversión y los salarios, por el simple hecho de que los ricos se enriquecen casi mientras duermen, por razones que nada tienen que ver con el esfuerzo, el espíritu empresarial o la voluntad de no derrochar”.

La crítica de Varoufakis no se concentra en las personas sino en la lógica del sistema. El planteo que hace es que incluso los grandes innovadores se vuelven parte del problema. Usa un ejemplo simple pero práctico para explicarlo: Jeff Bezos -dueño del gigante del ecommerce Amazon- tuvo una visión, revolucionó el comercio minorista e hizo una fortuna. “Pero, ¿qué parte de sus 200 mil millones de dólares son una recompensa por hacer una apuesta inteligente y tener un espíritu empresarial? ¿Y qué parte de su riqueza actual es simplemente una función de su riqueza ganada previamente?”, pregunta.

La lógica del profesor de la Univesidad de Atenas es que en la época de oro del capitalismo (o sea, los años 1950 y 1960) era posible tener confianza en el trabajo duro y una mente innovadora para salir de las situaciones de pobreza o escalar en la pirámide social. “Eso fue posible solo porque la sociedad impuso restricciones sobre lo que los ultrarricos podían hacer con su dinero. Dado que se eliminaron esas limitaciones, con el colapso del sistema de Bretton Woods y la financiarización de nuestras economías, trabajar muchas horas y tener un gran talento puede no llevar a ninguna parte”.

Todos estos planteos deriva en el siguiente interrogante: ¿Qué debe hacerse con la riqueza concentrada? ¿Cómo debe distribuirse de manera justa y eficiente? El impuesto sobre las grandes fortunas puede ser una respuesta. Aunque el economista griego indica que se necesitan además otras estrategias para resolver el problema de la desigualdad, y las tensiones que generar para mejorar el bienestar colectivo.

La propuesta apunta en tres frentes para reactivar la economía.

1. Dividir a las grandes corporaciones que monopolizan los mercados de su propia creación, como podrían ser algunas de las grandes tecnológicas estadounidenses. El antecedente histórico puede ser la división del imperio del petróleo de la Standard Oil.

2. Depositar en un fondo de capital social para financiar un ingreso básico universal el 10 por ciento de las acciones de las grandes corporaciones.

3. Destinar gran parte del dinero de los Gobiernos en inversiones estatales para la transición verde y otros bienes de infraestructura pública.

Estas propuestas posiblemente suenen a una utopía incluso para muchos economistas progresistas. Sin embargo muestran nítidamente un clima de época. La manera en que las sociedades coordinan la producción y la distribución necesitan reinventarse si se pretende reducir las asimetrías que impiden que todos los seres humanos tengan una base de condiciones iniciales mínimas para desarrollarse.