PáginaI12 En Gran Bretaña

Desde Londres

¿Están perdiendo el “cool” los británicos? El Brexit está sacando a relucir el lado más improvisado y delirante de los británicos, ejecutado con flemática parsimonia, pero cada vez más parecido a una versión local del Quijote, mucho menos noble y en plena era del internet.

La carta de Theresa May a la Unión Europea la semana pasada para iniciar la separación británica del bloque dejó al desnudo la camisa de once varas en la que se metió el Reino Unido con el famoso referendo del año pasado. Los europeos le contestaron que nada de discutir la separación y un nuevo acuerdo al mismo tiempo: primero el divorcio (que puede incluir un pago británico de 60 mil millones de euros) y después el acuerdo.

Entre las frutillas que adornaron el postre de la respuesta europea a la carta de May surgió una que pareció enloquecer a los “cool” británicos. Si el Reino Unido se va de la UE, Gibraltar también pierde su conexión con el bloque: España queda con derecho a veto sobre el tema.

El ex ministro del interior conservador y ex líder de los tories, lord Michael Howard, amenazó con repetir la historia de Malvinas si España se atrevía a hacer algo. Aprovechando el aniversario del dos de abril, Howard declaró a la BBC el domingo que “hace 35 años esta semana otra mujer envió la Task Force (...Fuerzas Especiales...) a defender la libertad de un pequeño grupo de británicos contra otro país hispanoparlante y estoy seguro que nuestra actual primer ministro mostrará la misma resolución”

El posterior intento de calmar las aguas de Theresa May se pareció muy pronto a un trabalenguas. A bordo del avión que la lleva de gira por Medio Oriente, la primera ministra se rió cuando le preguntaron si era “concebible” que el Reino Unido le declarara la guerra España. “Queremos sentarnos a dialogar con todos los países de la Unión Europea. Y trataremos de conseguir el mejor acuerdo posible para el Reino Unido y para todos los países de la Unión Europea, incluida España”, dijo la primera ministra.

En tierra su portavoz en los encuentros informales con la prensa de los lunes por la mañana buscó el mismo tono, pero terminó enredado con las preguntas. El portavoz fue enfático cuando le preguntaron si había alguna posibilidad de que el Reino Unido enviara la “Task Force” a España. “Eso no va a suceder”, dijo. Pero atrapado por las lealtades partidarias se negó a condenar la amenaza de lord Howard. “Estaba simplemente tratando de mostrar la determinación del Reino Unido en este tema”, dijo. ¿Guerra o no guerra? That is the question.

En el fondo de toda la historia del Brexit (y Gibraltar y Malvinas) está la perdida gloria imperial y cómo sigue sobreviviendo en el alma de los británicos, alimentada por la prensa ultra conservadora del Daily Mail, evocada por nostálgicos teledramas históricos, por conmemoraciones militares y el recuerdo de un imperio “where the sun never sets” (donde nunca se pone el sol: tal era el dominio global del imperio británico).

El editor económico del Canal 4 y autor de “Postcapitalismo”, Paul Mason, brillante hijo de la escuela pública de este país, señaló en el The Guardian que ese fantasma imperial está detrás de la estrategia gubernamental del Brexit. “La fantasía es que el Reino Unido post Brexit será otra vez un imperio colonial a nivel diplomático y económico. Desde esta perspectiva la unión del Reino Unido con Europa fue siempre un desorden, una especie de ruido cognitivo. El destino británico era “rule the waves” (...el dominar los mares del colonial siglo XIX...), pero no ya por el poder naval sino por la hegemonía cultural de sus íconos pop y sus diseñadores de moda. Este es el subtexto de las pequeñas guerras del Reino Unido y de la bizarra distribución de bases militares en el mundo: en Belice para entrenamiento militar en la selva, con los Gurkas en Nepal y Brunei, en ambos lados de Chipre y, por supuesto, en Gibraltar”, señala Mason.

Sea por convicción o por pragmatismo político, Theresa May ha sostenido un doble discurso desde que apostó a jugarse a todo o nada con un “hard Brexit”. Por un lado en clave diplomática y realista pregona un acuerdo “beneficioso para ambas partes” ya que el éxito de la Unión Europea será beneficioso para el Reino Unido y viceversa. Por otro reivindica la libertad que ganará al separarse de una UE sutilmente señalada como barrera para la misión británica de liderar el libre comercio y la globalización: el mundo reemplazará el vínculo británico con la UE.

El ministro de Comercio Internacional Liam Fox, uno de los adalides de esta posición, está buscando cerrar un acuerdo de libre comercio con las 53 naciones que foman el Commonwealth, la Mancomunidad de Naciones, legado de uno de los procesos más trascendentales del siglo 20, la descolonización de la posguerra. Entre las 52 naciones se encuentran la segunda más populosa del planeta, India, y el gigante africano, Nigeria. El problema es que 32 de estos países ya tienen un acuerdo firmado o en camino con la Unión Europea. Como además señala la académica Peg Murray-Evans de la Universidad de York, 18 de los 53 países son africanos y el Reino Unido apenas representa el 3,2% de sus exportaciones. “El Reino Unido corre el riesgo de perder la influencia que tenía sobre estos países desde el interior de la Unión Europea”, dice la especialista en su blog.

Al igual que los molinos de viento no son los gigantes que veía Don Quijote, en el caso menos noble y conmovedor, pero no menos finamente paródico de los británicos, abundan las fantasías que desafían el muro de la realidad. El economista Andrew Lilico impulsa una alianza Canzuk que uniría a Gran Bretaña con Canadá, Australia y Nueva Zelanda como alternativa a la UE. No es un lunático. Lilico fue el artífice de la narrativa que le permitió a los conservadores ganar las elecciones de 2010 culpando a los laboristas del impacto económico del estallido financiero de 2008.

El comercio británico actual con los países del hipotético Canzuk equivale al 3% de su PIB (en comparacion al 40% con la Unión Europea), pero Lilico opina que la alianza se sostiene por la “similaridad cultural” de estos países, presunto pilar de un acuerdo militar y comercial, que será más importante que la proximidad geográfica de Canadá con Estados Unidos o de Australia y Nueva Zelanda con China.

A principios de marzo el The Times informó que entre los mandarines del Foreign Office, cultores del ácido, escéptico y desopilante humor británico, bautizaron a la política oficial post-Brexit con nombre de programa de computadora: “Empire 2.0” En el gobierno reproducen en todos los ámbitos posibles esta narrativa de la post-verdad. En su actual gira por Medio Oriente, donde los conservadores buscan nuevos acuerdos con Arabia Saudita, país al que vendió unos siete mil millones de dólares en armas desde 2010, Theresa May afirmó sin que se le moviera un músculo de la cara que esperaba que su presencia contribuyera “a proyectar el rol de la mujer en la política”.

No deja de tener su grado de ironía que el canciller español Alfonso Datis haya reaccionado con “flema española” al clima belicista británico. “Creo que alguien en el Reino Unido está perdiendo los nervios. La tradicional flema británica brilla por su ausencia”, señaló el domingo. Parrafraseando a un antepasado suyo los británicos se aprestan a azuzar a Rocinante para derrotar a los gigantes europeos, “cobardes y viles criaturas”.