Desde Barcelona

UNO Rodríguez camina. Mucho. Tanto como caminaba el protagonista del libro que abre en esa librería con ya más de un año de buena vida y que se llama Lata Peinada. Ahí estaba. En el Raval de Barcelona. Y en un mundo perfecto o al menos un poco mejor (en una ciudad que no deja de llenarse la boca abierta para hablar acerca de ser "sitio de acogida de escritores de la otra orilla" y bla-bla-blá y Big Bang Boom) la idea de esta librería debería habérsele ocurrido a algún funcionario cultural-condal hace ya mucho tiempo. Pero la idea --que ya tiene flamante sucursal en la realarmada Madrid-- se le ocurrió a gente Made In Argentina de esa que es de todas partes. Y es una muy buena gran idea: Lata Peinada es una librería completamente dedicada a la literatura latinoamericana y cuyos estantes reúnen frutos frescos exóticos, tesoros descatalogados y milagros como una primera edición de La invención de Morel ante la que Rodríguez cayó de rodillas.

Rodríguez ya ha estado aquí varias veces: en festival del año pasado, en presentaciones de libros siempre colmadas, y estará en el festival del próximo fin de semana donde volverá a escuchar un nutritivo español en/con muchos acentos.

Y el libro que ahora Rodríguez hojea y ojea en Lata Peinada se titula Del infinito al bife y se subtitula Una biografía coral de Federico Peralta Ramos. Y es Esteban Feune de Colombi quien ordena y armoniza a los muchos coristas allí reunidos. El libro tiene fotos y el rostro de ese nombre que enseguida se superpone con el sonido de su voz cantante como se le cantaba. Voz que Rodríguez escuchó hace tanto, pero que es como si volviese a oírla ahora mismo: "Oíd, mortales, habitantes de este sistema solar: soy un pedazo de atmósfera y tengo un algo adentro que se llama El Coso".

DOS Y, sí, es peligroso meterse a pensar en El Coso. Porque es algo que se lleva adentro y a medida que uno va viviendo El Coso se va agrandando y no: no es el Coronavirus. Y El Coso de Rodríguez es, en realidad, La Cosa: el espectro tumorífico e inextirpable de su prima argentina y ahogada en Brasil: Mirta Rodríguez. El amor de sus vidas a quien conoció en un viaje adolescente e interfamiliar a Buenos Aires, a principios de los '80s. Y Mirta estaba en todas y se le abrían todas las puertas de todos los santuarios del underground porteño. Y él seguía sus pasos y sus piernas largas. Y en uno de esos sótanos o altillos Mirta le presentó a Federico Peralta Ramos: más oso multicolor que oveja negra de familia patricia, obra maestra de sí mismo, performer avanzado a su tiempo, no loco lindo sino hermoso "psicodiferente". Mirta era una de las tantas chicas que orbitaban a su alrededor y le había definido a Federico de un modo inequívocamente peraltaramosiano: "No es que Fede se la pase metiendo la pata o que sea patafísico. No: Fede es metepatafísico". Y Rodríguez sonrió entonces oyéndola a Mirta y sonríe ahora recordándola. Y se acuerda de que se cruzaron varias veces con Peralta Ramos durante esos días y noches. Y de que Fede salía en televisión. Y de que en otra librería de la Avenida/Calle Corrientes Rodríguez se compró la entonces flamante edición de Anagrama de La conjura de los necios de John Kennedy Toole. Y que pensó entonces y sigue pensando que, si alguna vez se filmaba la película de esa novela, Federico Peralta Ramos sería el más perfecto e insuperable Ignatius Reilly.

TRES ¿Y qué era o sería El Coso para Federico Peralta Ramos? ¿Acaso esa forma de The Thing tan alien y tralfamadoriana y davidlynchesca (Lynch, otro apellido de esos) que es la argentinidad? Seguramente sí. Y acerca de eso es que trata y se ocupa Del infinito al bife. De ese territorio en el que este caminante casi compulsivo hizo camino al andar desde los '60s a los '90s y que configuraba un reino que iba desde Barrio Norte al Bajo con excursiones a diferentes balnearios y boites y bares y hasta a algún psiquiátrico. Beautiful people y freaks casi circenses a menudo unidos no por el amor sino por el espanto. Y así Charly García tocando el Himno Nacional en el nombre de El Coso. Y Bioy Casares --cuando El Coso le pregunta "por qué siendo tan buen escritor siempre labura de boludo al lado de Borges"-- respondiendo: "Como juego al tenis a un gran nivel, he hecho el amor con todas las mujeres que quise, soy muy buen conductor, sé manejar un avión de fumigación, escribo bien y soy rico, si no me hago el boludo en este país me pegan un tiro". Y Peralta Ramos yendo de un extremo al otro. De la alta literatura al rock más elevado con una consciencia absoluta de su ingenioso genio o de su genial ingenio: "Pinté sin saber pintar, escribí sin saber escribir, canté sin saber cantar. La torpeza repetida se transforma en mi estilo", confesó sin resistencia, limitado pero infinito. Así --verídica leyenda urbana-- Peralta Ramos siempre en todas partes y haciéndose pedazos: demonio angelical y santo pecador, adelantado al auténtico Andy Kaufmany a la falsa Marina Abramović, endeudado constante y becario dilapidador, masticador y tragador de todo alimento que se le pusiera al alcance de la zarpa, gurú gánico, mujeriego tímido y perturbador hijo que perturba pero adora a sus padres por encima de todas las cosas. Y, cuando sus padres mueren, Peralta Ramos se queda sin papel y sin "colores". Y muere para ser sobrevivido por todas esas sentencias y boutades y mantras y juegos de palabras y koans y slogans en servilletas del Florida Garden y en espaldas de fotos. Y en la memoria de su voz aconsejante a amigos íntimos e intimidados que pasaban por allí y a los que les explicaba que "cualquier encuentro casual es una cita previa" y que él era "una estrella porque salgo de noche". Y todos ellos --en Del infinito al bife-- vocean de viva voz a quien pensaba que pocas cosas más lindas había que hablar con la gente; que "es mejor que un pueblo esté dirigido por un grupo de hombres puros, porque si está dirigido por un líder carismático es puro grupo"; que más vale "dejarlo tranquilo a Dios porque es rarísimo"; que cuando llegue "el día de la transformación" la historia recién "irá por la mitad", por lo que tocaba resignarse a un casi bíblico "serás lo que te tocó ser y dejate de joder".

CUATRO A Federico Peralta Ramos le tocó ser un interno/externo El Coso. Andante y allegro y vivace y maestoso. Y vaya uno a saber si eso fue una maldición para él pero, seguro, fue una bendición para Rodríguez las veces que conversó con él en esos trasnoches blancos de aquella Buenos Aires gris. Y Rodríguez no sabe ni siente mucho en cuanto a la poesía. Pero uno de sus poemas favoritos --uno de los contados que sí entiende-- está firmado por el Fede de Mirta y se titula "Lejos". Y dice así: "Una vez me quise ir muy lejos / y llegué tan lejos / que después no sabía como hacer para volver / Claro que no me acordaba de cómo / había venido / Y llegar tan lejos es bárbaro /porque en lejos / todo es mucho mas liviano, / la gente funciona, / los pájaros... / bueno, los pájaros son igual / que en cualquier lado. / Y cuando cae la tarde, / lejos se mezcla de lejos…".

Así, Rodríguez salió de Lata Peinada teniendo un algo adentro que se llama Federico Peralta Ramos.

Y cae la tarde, sí; pero Rodríguez se levanta y anda y lejos.