La mayoría de los análisis mediáticos en torno al megarrecital de Olavarría derivaron en lecturas sobre organización y seguridad. Sin embargo, el fantasma que emergía entre los análisis una y otra vez era el fantasma de la “muchedumbre”: los cuerpos convocados de forma masiva y en comunión, su anacronismo tal vez, y su peligrosidad.

Mientras las maquinarias explicativas del neoliberalismo parecen operar con facilidad sobre fenómenos de rebeldía de clase como la música electrónica o la cumbia, enfrentan dificultades a la hora de dar cuenta de fenómenos de masas que, aun constituidos sobre discursos contrahegemónicos, logran tender puentes entre múltiples sectores sociales. No es casual que el problema de las multitudes movilizadas haya sido objeto de reproche reciente también en la esfera política. La masividad de los cuerpos organizados opera sobre el imaginario neoliberal como una disrupción política y estética que desafía los modos en que se convoca a vivir la cultura en el siglo XXI.

En el ámbito musical, el fenómeno Indio representa una anomalía dentro de un sistema que hoy tiende a la experiencia individual y a la atomización del objeto artístico. El Indio encarna esa totalidad musical y cultural en retroceso frente a una lógica de consumo individualista y antisocial. Y es desde este lugar que establece una continuidad con los movimientos policlasistas de masas de la historia política, que en tiempos recientes tuvieron en el kirchnerismo a su principal exponente.

Por otra parte, cuando los analistas liberales presentan las experiencias de masas como estrategias culturales perimidas, instalan una falsa disyuntiva entre lo “antiguo” y lo “moderno”, encubriendo la tensión entre lo que son dos formas de percibir la construcción social: un proyecto individualista, afín a las necesidades de descomposición social del neoliberalismo, y otro colectivo, que recupera la noción de comunidad. El fenómeno Indio, lo mismo que los fenómenos de masas en política, demuestran que la comunión masiva y transversal a las clases sociales no solo no está muerta, sino que puede dar lugar a una mística y a una estética de gran impacto cultural. Estos fenómenos rebasan la capacidad descriptiva de los analistas mediáticos, ya que convocan categorías de análisis que han sido borradas del marco explicativo neoliberal, como la categoría “pueblo”.

Pero el análisis del fenómeno Indio se complejiza más aún cuando la retórica antisistema no solo se masiviza, sino que se posiciona en defensa de un “algo” que opera de modo activo en la política real. Es aquí, a través del imaginario que se construye desde el escenario, que los puntos de contacto con la construcción cultural del kirchnerismo se ponen en evidencia: el “no” a la baja de punibilidad, la foto del penal del Alto Comedero, la referencia a 678… La incomodidad de los medios liberales ante la experiencia de la multitud se vuelve, con razón, temor por aquello que solo puede ser definido políticamente como un proyecto social contrahegemónico.

Esta incomodidad se acentúa cuando el Indio introduce en la ecuación su política de liberar represivamente a la audiencia y de convocar a la responsabilidad colectiva. La ausencia de agentes policiales y la falta de control de entradas son formas de abrir la experiencia del show solidariamente, pero también de volcar la responsabilidad por la seguridad sobre los participantes. Cuando el Indio dice “cuiden al que tienen al lado”, desplaza el ejercicio del control al ámbito de la corresponsabilidad. Como se vio estas semanas, esta redefinición de la seguridad es leída por los analistas mediáticos como ausencia de control y multiplicación de los factores de riesgo. Acciona en esta lectura el mito del Estado como ordenador, aun cuando la experiencia en recitales y eventos deportivos lo ponga en duda. Pero también opera un temor a la libertad real, entendida como ejercicio individual y colectivo de autorregulación. Se trata de una libertad culturalmente revolucionaria, en tanto desafía los hábitos domesticados por una experiencia de vida regulada coercitivamente.

En el marco de esta racionalidad libertaria, si algo hubiese fallado en Olavarría, no habría que dirigir la atención sobre la ausencia de agentes represivos, sino sobre la escasa organización de base de los concurrentes (un terreno en el que la movilización política viene haciendo grandes aprendizajes). Tal vez sea más productivo pensar que cuando los fenómenos sociales rebasan los límites de lo definible y lo disciplinable, lejos de buscar “responzabilizar”, la experiencia de las multitudes nos obliga a pensar en “co-organizar”.

* Docente y escritor

** Licenciado en Ciencias de la Comunicación y maestreando en Comunicación y Cultura UBA