Hasta que le concedieran el Nobel de Literatura, Louise Glück era una desconocida en varios países, excepto en España, donde sus libros de poemas más emblemáticos fueron traducidos y publicados en la editorial Pre-Textos desde el 2006. En Francia, tierra histórica de poetas, no existen aún ediciones de sus poemarios, tan sólo traducciones dispersas de poemas en revistas especializadas y escasos estudios universitarios. Algunos periodistas ironizaron sobre el descubrimiento de un nombre que nunca habían oído pronunciar, descartando las notas que tenían preparadas sobre Joyce Carol Oates, Joan Didion, Margaret Atwood o Michel Houellebecq.

Esta sorpresa se suma a una serie de controvertidos gestos de la Academia Sueca en los últimos años: la concesión del premio al autor compositor e intérprete Bob Dylan en 2016; el escándalo de 2017, año en el que el premio fue suspendido tras la acusación de agresión sexual y tráfico de influencias contra Jean-Claude Arnault, el marido de Katarina Frostenson, poeta miembro de la Academia Sueca; y por último, la polémica provocada en 2018 alrededor del premiado Peter Handke y de su apoyo a Slobodan Milošević.

Louise Glück es la decimosexta mujer galardonada en la historia del Nobel de literatura. Su anonimato es real desde un punto de vista eurocentrista, ya que en su país, en los Estados Unidos, es una poeta reconocida y premiada con el Pulitzer (1993), el National Book Critics Circle Award (2014), entre otras numerosas consagraciones. Si la falta de notoriedad internacional es un argumento para invalidar la concesión del Nobel a una poeta contemporánea, quedarían pocos poetas por consagrar. Para Louise Glück, que cuenta entre sus influencias a Emily Dickinson, el anonimato no debería ser un insulto.

“Fama - escribía Hannah Arendt en un ensayo sobre Walter Benjamin- esa diosa tan codiciada, tiene varias caras, y la gloria llega bajo formas y formatos diversos [...]”. Bien, el Nobel otorga la máxima fama a la que pueda aspirar una persona que escribe literatura o poesía. Pero la gloria, si la hay, está en la propia obra. Gloria de alcanzar la experiencia del acto poético y, desde una aguda soledad, saber expresarla. Insigne y solitario es el lugar de Louise Glück en la literatura estadounidense. 

En 1968, hizo una notable entrada en el mundo literario y fue reconocida como una de las más prominentes poetas de la literatura americana contemporánea con la publicación de Firstborn. En ese poemario de estructura polifónica, hace un uso despojado de la rima, escrutando el Yo de forma desapegada y lúcida, con una distancia tiznada de cierta sobria ironía. El psicoanálisis y la poesía confesional de Robert Lowell influenciaron el proceso creativo de Glück, se psicoanalizó para entender el origen de los episodios anoréxicos que sufrió a temprana edad. Descubrió que la muerte de una hermana, antes de su propio nacimiento, había arrojado una sombra morbosa sobre su vida. Combinando lo onírico y lo íntimo, lo vivo y lo femenino, hurgó en los más profundos sentimientos y sensaciones relacionadas con la infancia, la pérdida y el duelo.

En Ararat (1990) consigue desenredar el hilo del dolor puro, privado y familiar, sosteniendo un discurso analítico abstracto y distante: "Amante de las flores / En nuestra familia, todos aman las flores. Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas: sin flores, sólo herméticas fincas de hierba con placas de granito en el centro: las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras llena de mugre algunas veces... Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo. Pero en mi hermana, la cosa es distinta: una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre a leer catálogos". 

El iris salvaje (1992), que lleva el título del poema que reproducimos a continuación, se aleja del campo analítico, de la lírica confesional, para situar el sujeto poético en el espacio cíclico de la naturaleza, de las estaciones, que es también metafísico: "Al final del sufrimiento me esperaba una puerta. Escúchame bien: lo que llamas muerte lo recuerdo. Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante. Y luego nada. El débil sol temblando sobre la seca superficie. Terrible sobrevivir como conciencia, sepultada en tierra oscura. Luego todo se acaba: aquello que temías, ser un alma y no poder hablar, termina abruptamente. La tierra rígida se inclina un poco, y lo que tomé por aves se hunde como flechas en bajos arbustos. Tú que no recuerdas el paso de otro mundo, te digo podría volver a hablar: lo que vuelve del olvido vuelve para encontrar una voz: del centro de mi vida brotó un fresco manantial, sombras azules y profundas en celeste aguamarina". 

Así, el ciclo de las estaciones se acerca más a los ciclos simbólicos de la caída y a la resiliencia que sigue. En esta realidad fragmentada, busca encontrar una verdad humana, lejos de los prejuicios. En los ensayos teóricos que publicó en 1994, Proofs and Theories: Essays on Poetry, deconstruye la idea de sinceridad y valentía del poeta y dialoga con noción de “prueba” en su doble acepción, en relación con el dolor y la verdad que conllevan los dos sentidos. Según ella, la materia biográfica de su poesía no la convierte en una poeta confesional, sino que avanza a ciegas: “Creo que los escritores de prosa trabajan con la historia de forma muy diferente a los poetas. Cuando trato de concebir un poema o un libro, me siento como un rastreador en el bosque siguiendo un olor, sólo que lo sigo paso a paso. No es que tenga elementos de trama injertados en las paredes que se elaboran. Por supuesto, no tengo ni idea de lo que estoy siguiendo, sólo la creencia de que lo sabré cuando lo vea". 

Ferviente admiradora de los mitos antiguos, Louise Glück los expone en la mayoría de sus poemas. En Meadowlands (1996) la poeta evoca una Penélope moderna, atravesada por el dolor de una separación, donde lo épico se mezcla con lo banal en la tragedia de la vida cotidiana. En Averno (2006) aborda la cuestión del yo y las ilusiones que lo acompañan, a través de las voces de Perséfone, Eurídice y Dido. La Academia del Nobel, en su presentación de la poeta, comentó la presencia de esas figuras en su obra: “Aunque Glück nunca negaría la importancia del fondo autobiográfico, no debería ser considerada como una poetisa confesional. Es por su búsqueda de lo universal y la inspiración de los mitos y motivos clásicos que el jurado está premiando su trabajo.”

Como Rainer Maria Rilke y T.S. Elliott, la poetisa estadounidense practica la escritura elíptica y alaba lo que queda incompleto. En lugar de la extravagancia barroca, Louise Glück prefiere una escritura de la indigencia, la pobreza de los efectos, lo que la sitúa en la línea de Emily Dickinson: “Me atraen las elipses, lo no dicho, las sugerencias, los silencios elocuentes y deliberados. Lo que no se dice, para mí, está dotado de un gran poder. A menudo desearía que un poema entero pudiera ser escrito en este vocabulario. Es lo mismo con "no visto". Pienso, por ejemplo, en el extraordinario poder de las ruinas, de las obras de arte dañadas o inacabadas”, escribe en un artículo de 1993 titulado "Interrupción, vacilación, silencio". 

çPor ahora, el público en su sorpresa solo dispone de indicios, de fragmentos, de poemas sueltos difundidos en la prensa y que dejan entrever ese otro lenguaje que es la poesía. El crítico PhilippeLacoue-Labarte en su libro La poesía como experiencia (1997) escribe “el camino que el poema busca encontrar siempre es el de su propia fuente. Al caminar hacia su propia fuente, busca la fuente misma de la poesía”. Esperemos que este Nobel simbólico - una mujer poeta para cerrar un año tan particular como el 2020 – incite a buscar en la fuente misma de una obra poética la fuente misma de la poesía, deseable a toda humana vida.