En Argentina, el 51% de los científicos son mujeres. Un porcentaje que está por encima de Europa y Estados Unidos que tienen entre el 35 y 40% o Japón que no llega al 17%. Pero a pesar de ser muchas en los organismos de ciencia y tecnología y en las Universidades, la mayoría están en las categorías más bajas de la carrera y en las áreas sociales y humanísticas, que aún se consideran la periferia del sistema.

En Conicet, el principal organismo argentino de ciencia y tecnología, el 54% son investigadoras y más del 60% becarias, pero sólo el 25% ocupan cargos directivos en institutos y menos del 20% en los Centros Científicos y Tecnológicos. Sin ir más lejos, el mismo directorio de este organismo cuenta con ocho miembros de los cuales sólo dos son mujeres. “Seis a dos, perdemos por goleada”, dice Ana María Franchi, la segunda mujer que lo preside en 62 años.

Y en cuanto a las Universidades, si bien hay un 60% de alumnas en todas las carreras, menos en las ingenierías, y un porcentaje similar de graduadas y docentes, sólo el 12% de estas instituciones públicas nacionales tiene rectoras.

Para saber qué pasaba con las mujeres en la ciencia, hace 25 años se creó la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología. Una de sus fundadoras, Diana Maffía, cuenta que como las mujeres habían entrado a las Universidades recién a fines de los 40, les decían que cuando formaran “masa crítica” iba a ser más igualitario, que era cuestión de tiempo. Por esos años, el 92% de los investigadores del nivel superior eran hombres y sólo el 8% mujeres. “Ni imaginábamos que alguna de nosotras podía dirigir el Conicet”, dice.

La doctora en Filosofía considera que en un sistema meritocrático como el de ciencia y tecnología, pareciera que el salario es idéntico para mujeres y varones y depende exclusivamente de los méritos de llegar a determinado escalafón. Aquí no tendría sentido preguntarse por la brecha salarial. Pero cuando desde la Red empezaron a cruzan otros datos, observaron que, con los mismos antecedentes, los varones eran promovidos más rápido que las mujeres.

Dentro de la carrera de investigador, hoy ellas representan el 61,4% de la categoría más baja, la de asistente y sólo el 24,5% de la más alta. De acuerdo a los estudios realizados, se pudo saber que el 75% de las investigadoras superiores eran solteras, algo que no pasaba con los varones. Pensando en los conflictos entre la vida privada familiar y la vida profesional, se realizaron entrevistas cualitativas. Y, a partir de ellas, surgió que para un varón casarse y ser padre no modificaba su carrera, en cambio para la mujer influía en su rendimiento académico.

“Siempre entrevistamos a las mujeres que llegaron pero nunca a las que se fueron para saber por qué y adónde”, reflexiona Franchi. De todos modos reconoce que en los últimos años se fueron tomando muchas medidas en el Conicet para igualar las posibilidades, pero que la principal es “darse cuenta que el problema no es nuestro sino de un sistema que no favorece la promoción de las mujeres”. En este sentido, cree importante que las mujeres y las diversidades sexuales que se vayan incorporando tengan conciencia de género y piensen cómo recuperar a las que ni siquiera llegan a la carrera.

"El problema no es nuestro sino de un sistema que no favorece la promoción de las mujeres”. Ana María Franchi

En este momento, “las dos actividades que están en el centro de la atención estatal son la salud y la educación, precisamente las profesiones más feminizadas que, además, se complementan con el cuidado y la educación en las propias casas”, afirma Maffía y cree que poner en el escenario esta distribución silenciosa de roles y las diferencias en el uso del tiempo y del cuidado, permite tener resultados democráticos.

“Habrá que estudiar el año que viene quién sufrió más el impacto de la pandemia en relación a su trabajo de investigación, considerando el aislamiento, la rutina doméstica y el acompañamiento a los niños. Esto hace que muchas veces, a expensas de una vida personal, se haga una carrera laboral”, sostiene.

El fenómeno de muchas mujeres en la base y menos en los niveles más altos se denomina “segregación vertical” y hay otra llamada “segregación horizontal” si se tiene en cuenta que ellas están en ciertas disciplinas y en otras no, según explica Maffía.

En las áreas Biológicas y de la Salud es donde más mujeres hay: 61,2%. Sociales y Humanidades tiene 57,5%, más del 80% en Antropología Social y 73% en Psicología y Educación. Pero son minoría en Economía y Administración Pública. En Agrarias y Ciencias de los Materiales hay 53%. En tanto en Ciencias Exactas alcanzan el 41,7% siendo física y matemática las que menos mujeres tienen. En Informática llegan al 23% y en Ingeniería Mecánica, Eléctrica y Civil sólo al 12,5%.

“A pesar de que progresaron mucho las áreas sociales y las humanidades en el Conicet y tuvieron representaciones heroicas como la de Dora Barranco, todavía forman parte de la periferia y es ahí donde hay más mujeres, mientras que son las ciencias duras las que ocupan el centro”. Es decir que “no hay que preguntarse sólo por el número, sino qué tipo de barreras hay, a qué se deben los porcentajes en ciertas carreras”, resalta Maffia.

¿Hay peor o mejor ciencia si hay más mujeres?, interroga y considera que esto implica repensar la manera de hacer ciencia. “La creatividad de la ciencia es algo que está alimentado por el resto de tu vida. Cuanta más diversa sea la comunidad de creación científica, más ricas van a ser las posibilidades de hipótesis a tener en cuenta. Luego vendrá el rigor de la puesta a prueba, de la constatación, de la rigurosidad con la que se analicen esas hipótesis. Pero la parte de creatividad indudablemente se limita y se empobrece si esa comunidad es limitada”, sostiene.

"Cuanta más diversa sea la comunidad de creación científica, más ricas van a ser las posibilidades de hipótesis a tener en cuenta". Maffia

Y recuerda que en un primer momento así era la comunidad científica, totalmente androcéntrica: todos varones, blancos, ricos, propietarios, capaces, heterosexuales y la mayoría protestantes. Enfatiza que las mujeres estaban expulsadas por su mera condición de género pero muchas otras comunidades de varones también, como los indígenas y los afrodescendientes “porque producían un tipo de conocimiento que no se avenía con la racionalidad europea”.

“Hoy, frente a catástrofes de nivel planetario en cuestiones climáticas, nos estamos preguntando si en esos saberes no hay algo recuperable que pueda dialogar con las disciplinas científicas y producir políticas públicas apropiadas para resolver ciertos problemas globales”, afirma Maffía y cuestiona: “Hay muchas marginalidades en la ciencia latinoamericana y argentina. Está la de las mujeres pero también la exclusión de otros saberes, de la lengua, de la periferia geopolítica y la pobreza. Muchas veces los temas dominantes en una disciplina tienen que ver con los intereses de ciertos lugares del hemisferio y no con los que son relevantes para nuestra propia vida”.

Maffia cree que pensar una ciencia con integración de mujeres es poco, “hay que hacer más, preguntarse qué otras relaciones de poder interfieren, qué otros intereses, cuáles son los temas relevantes en una disciplina científica y cuáles son menores, quienes determinan su valor”. ¿Para qué? “Para que todas las fuerzas del conocimiento confluyan en la construcción de respuestas a un problema predeterminado”, explica e insta a pensar otra epistemología que posibilite el diálogo de saberes.

Ana María Franchi y Diana Maffía participaron del encuentro “Desafiando estereotipos. Mujeres en la ciencia”, como parte del ciclo "Diálogos del Centenario" organizado por la Facultad de Ciencias Exactas, Ingeniería y Agrimensura de la UNR, en el marco de las actividades por su 100 aniversario.