La coyuntura impone restricciones a la cultura, sí. Pero esas limitaciones son, también, incentivos para avanzar en sentidos que la comodidad negaba buscar. Los primeros en adoptar la máxima manziana “Nada acerca mejor que la distancia”, adaptada a las circunstancias, fueron los colectivos artísticos autogestivos. Acostumbrados a vincularse en redes, la obligación de generar contenido para la virtualidad habilitó la interacción con colegas de otros puntos del país, e incluso de fronteras afuera. Charlas abiertas “íntimas” desde livings separados por kilómetros de distancias, sesiones de lectura de poesía con colegas de otras provincias, colaboraciones impensadas con pares alejados, clases a distancia. Opciones no faltan en el menú. Lo llamativo del caso es que esta perspectiva aún fue muy poco adoptada por los distintos estamentos del Estado, que se supondrían más capacitados para ello, por cantidad de recursos humanos y materiales para encarar la cuestión. Hasta el momento, Página/12 encontró un puñado de iniciativas del Ministerio de Cultura de Nación y un ciclo de contenidos del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Mamba).

Desde Nación se desarrollan principalmente distintas iniciativas de formación. Las dos más ambiciosas desde la federalización del conocimiento son “Territorio de saberes” –que apunta a intercambio entre formadores culturales comunitarios de las distintas provincias- y el curso virtual de Gestión Cultural Pública, con convocatorias regionales. Pero ambas son para un público muy específico, de profesionales del sector. Para los espectadores, la propuesta más redonda es la que puso sobre la mesa (bueno, sobre la pantalla) la Casa Nacional del Bicentenario, que con su Radio CASo propone una serie de podcasts que profundizan en la música experimental del país, con un recorrido pormenorizado, provincia por provincia. CASo fue más allá e incluyó también emisiones de programas latinoamericanos y temáticos. El “Centro de Arte Sonoro” lleva más de cinco meses online, con emisiones permanentes y conductores especializados. Aunque su propuesta es muy específica y no siempre sea de un gusto masivo, tiene una vocación panorámica que entiende tanto la coyuntura que impuso la pandemia del coronavirus como las posibilidades tecnológicas y el rol que pueden (deberían) jugar los espacios culturales oficiales en la divulgación artística.

Lo destacable del asunto que es, a diferencia de otras propuestas, pensadas como irradiantes, donde el conocimiento se difunde desde un centro (habitualmente, la capital del país), en los tres casos se trata de poner el foco en que el saber hacer está en todos lados y que los distintos modos de actuar que pueden imponer las particularidades locales pueden enriquecer a la comunidad vecina.

El Museo de Arte Moderno, en tanto, realizó durante un mes País Imaginado, una suerte de revisitación de la muestra homónima de 2019, pero potenciada por la virtualidad. Lo interesante de la propuesta del Moderno es que supo retomar un soporte de difícil transcripción a la web. Contrariamente a lo que podría intuirse, las imágenes de las artes plásticas centran gran parte de su potencia en cosas que sólo pueden apreciarse en persona y esto las hace de difícil adaptación a la vida online.

Ante esto, desde el Museo apostaron por una reformulación del contenido. Pusieron online el catálogo de la muestra original pero además propusieron una serie de transmisiones online (que aun pueden verse en el canal de YouTube del Moderno y en la sección de su página web) donde exploraron la obra de un artista plástico por cada provincia argentina. sumado a ello, incorporaron también un “banco de sonidos” (un nombre quizás un poco grande para una playlist, aún si bien curada) e incluso recitales online (destacaron Sofía Viola, un cruce entre payadores y raperos, y una charla con Verónica Parodi. Aunque formalmente el ciclo de publicaciones País Imaginado ya concluyó, su material sigue disponible y fue sucedido por la serie ¿Soy racista?, que seguirá hasta el 11 de octubre. Aunque no es específicamente un acercamiento a lo federal o a la actividad en las provincias, en ¿Soy racista? aparecen elementos vinculados a la conformación del imaginario y el ser nacional, como dan cuenta los representantes del colectivo Identidad Marrón.

Tanto CASo como País Imaginado suponen un nuevo modo de ver la gestión cultural a nivel estatal, un enfoque que podría ayudar a romper con el tradicional unitarismo cultural y fomentar el desarrollo y las economías artísticas regionales. Una cultura que sea realmente para todos.